En este quinto día de nuestra novena, queremos contemplar a María como Madre de la esperanza. En ella, la esperanza no es un simple anhelo, sino una certeza nacida de la fe. María espera porque confía, espera porque conoce al Dios que cumple sus promesas.
Desde Nazaret hasta el Calvario, su vida es un camino de esperanza en medio de la oscuridad, una espera paciente y confiada en el Dios de la vida, incluso cuando todo parece perdido. Al pie de la cruz, cuando muchos huyen o se desesperan, ella permanece, silenciosa, firme, de pie.
El escapulario, signo de esperanza
La devoción a la Virgen del Carmen está profundamente unida al escapulario, ese signo tan entrañable y carmelitano que expresa una alianza de amor y de protección. No es un amuleto, sino un símbolo de esperanza cristiana: nos recuerda que pertenecemos a María y que ella camina con nosotros, especialmente en los momentos más difíciles.
El escapulario es, en palabras de san Juan Pablo II, “expresión elocuente del estilo mariano de la vida carmelitana”. En él, los carmelitas y tantos devotos encuentran seguridad, consuelo y esperanza, sabiendo que la Madre no abandona a sus hijos.
La esperanza no defrauda
En tiempos de incertidumbre o desaliento, María es modelo de espera activa y confiada. Nos enseña a no dejarnos vencer por el miedo, a perseverar cuando los resultados no llegan, a vivir con la certeza de que Dios actúa, aunque sea en lo oculto.
Como hijos del Carmelo, estamos llamados a ser portadores de esperanza. Nuestra oración, nuestra vida sencilla, nuestra fe, pueden sembrar consuelo allí donde la vida pesa. Y lo hacemos como María: con humildad, con ternura, con firmeza interior.
Oración del día
Virgen del Carmen,
Madre de la esperanza viva,
tú que creíste cuando todo parecía incierto,
enséñanos a esperar contra toda desesperanza.
Ayúdanos a sostener la fe de los que sufren,
y a sembrar confianza allí donde reina el miedo.
Que tu escapulario nos recuerde cada día
que pertenecemos a ti y que tú nunca nos abandonas.
Amén.

