La transverberación de Santa Teresa: la herida que enciende el alma

25 ag. 2025 | Aventuremos la Vida

Entre los pasajes más célebres del Libro de la Vida se encuentra el relato de la transverberación del corazón de Santa Teresa de Jesús. Ella misma describe cómo un ángel le atravesaba con un dardo ardiente:

“Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios” (Vida 29,13).

No se trata de una visión externa, sino de una experiencia interior, una “visita del Amado”, como la llama Teresa. El dolor era tan grande que la hacía gemir, y sin embargo, confiesa que no quería que cesara:

“El dolor era tan grande que me hacía dar esos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite” (Vida 29,13).

Una herida que transforma

La transverberación no fue un fenómeno aislado ni un mero éxtasis místico. Fue el sello de una vida entera marcada por el amor de Dios. En ella, el dolor y la dulzura se unieron en una sola experiencia que la transformó y la lanzó a la misión. Como escribirá más tarde:

“Dichoso el corazón que está de veras rendido al amor de Dios; no desea ya otra cosa” (Moradas VI, 5).

La herida del dardo no destruye, sino que fecunda. Desde ese momento, Teresa no fue solo mujer de oración, sino también reformadora, fundadora y maestra de espíritu. Su fuego interior se convirtió en misión para toda la Iglesia.

Eco en la tradición carmelitana

San Juan de la Cruz, contemplando experiencias semejantes, expresó en verso lo que ardía también en el alma de Teresa:

“¡Oh llama de amor viva / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro!”

La transverberación es, en definitiva, el símbolo de la unión plena con Dios, cuando el Espíritu Santo penetra lo más íntimo del alma y la convierte en toda de Cristo.

Una enseñanza para hoy

Cinco siglos después, este episodio no se entiende como curiosidad mística, sino como llamada universal: permitir que Dios entre en lo más hondo de nuestro corazón, abrirle las puertas sin reservas.

Teresa nos recuerda que la verdadera libertad nace de la entrega total:

“Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí,
y yo soy para mi Amado.”

Su transverberación sigue siendo una invitación a dejarnos herir por el amor de Dios, un amor que duele porque transforma, y que arde porque salva .