Missatge del P. Provincial en ocasió de la festivitat de Sant Josep

8 març 2024 | Actualitat

Frares Carmelites Descalços, Carmelites Descalces, Carmel Seglar,

Família del Carmel Teresià a la Província.

Germans, germanes:

¡Os saludo con la Paz que nace del Corazón de Jesús!

Avanzamos en el camino hacia la Pascua y en pleno tiempo litúrgico de Cuaresma la fiesta de San José hace que nos detengamos en una reflexión histórica a la vez que espiritual; quizá pueda ser esta una invitación a vivir, intensamente y en plenitud, la Semana Santa que se aproxima.

Hablando de los Carmelitas Descalzos, dice el P. Jerónimo Gracián que “reconocen por fundador de esta reformación al glorioso San José, con cuya devoción la fundó la Madre Teresa, así como toda la religión del Carmen reconoce por fundadora a la sacratísima Virgen María”.

El primer cronista de la Reforma, el P. Francisco de Santa María, reconoce que “todos los carmelitas imitaron a nuestra gloriosa Madre en esa candorosa prueba de cariño hacia quien sigue siendo nuestro Padre y Señor”.

Algunos predicadores del Carmen Descalzo, es el caso del P. Pedro de la Concepción, afirmaba que de dos maneras mira el Carmen Descalzo a San José, como a justo o santo y como protector o bienhechor, y si en el mes de marzo le venera como santo, con la fiesta del patrocinio lo hace como bienhechor por los múltiples beneficios de él recibidos, y es que san José no estará de los “hijos de Teresa” bastante venerado si no es “con repetidos obsequios aplaudido”.

Expresión tan entrañable para Santa Teresa como “mi padre y Señor San José”, hasta diez veces lo nombra así en sus escritos, lo será también para las primeras generaciones de Carmelitas Descalzos que se dirigen al Santo como “mi verdadero padre y señor”, “el gloriosísimo padre nuestro San José”, “mi padre glorioso San José”. Aquellos carmelitas estaban convencidos que “no sólo le merecemos por Protector, sino como cariñoso Padre”. No veían bien dirigirse a él como San José a secas, expresión que consideraban demasiado fría, de ahí que antepusiesen siempre el apelativo familiar de “Nuestro Padre”.

El carmelita, siguiendo la recomendación de la Regla, debe vivir en obsequio de Jesucristo, sirviéndole fielmente con corazón puro y buena

conciencia. El anhelo de todo carmelita, religioso o laico, es tender a la perfecta imitación e identificación con el Padre, de forma que todo carmelita ha de parecer a San José como padre e hijos, de la misma manera que se parecían Jesús y San José.

Para ser santo no es preciso realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales, sino vivir cerca de Dios, tratarle asiduamente, familiarmente, ser introducido en su familia. Es escuchar a Jesús y seguirlo sin desalentarnos ante las dificultades, “vivir en obsequio de Jesucristo”, como nos pide la Regla. En este sentido San José, que vivió junto a Jesús, que supo escuchar a Dios y seguir sus indicaciones sin dejarse llevar por el desaliento, es modelo de santidad para nosotros.

Podemos hacernos la pregunta ¿qué quiere Dios de mí? Miremos a San José, el esposo de la Virgen María y por tanto el padre de Jesús, que tomó una posición en la vida que mantuvo hasta la muerte: custodiar a Jesús como un padre y cuidar de María su esposa. Todo lo que José fue en este mundo, lo fue a causa de esta misión, y así vivió su vocación y así correspondió a la gracia de Dios. La misión de san José debe ser la nuestra: custodiar a Cristo, hacerle presente en nosotros, pero también alrededor de nosotros y por extensión cuidar, trabajar por la Iglesia, en cuanto la Iglesia es “la extensión del cuerpo de Cristo en la historia”. Y, como nos pide el Papa Francisco, “amar a los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, pues cuando esto hacemos “estamos amando al Niño y a su madre”. Y cada uno desde su dedicación específica, el ejercicio ministerial, el retiro contemplativo o desde la vocación laica de compromiso con el mundo, ser sacramento de la ternura de Dios. Desarrollemos, a imitación de San José, con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos asigna.

José fue un hombre oculto, pero no ausente de la vida; está totalmente inmerso en el mundo de su tiempo a través de su trabajo profesional y de las normales relaciones sociales. Fue un hombre bien conocido de todos, el mismo Jesús será conocido por la profesión de José; de ahí que sea llamado el “hijo del carpintero”.

La vida interior, propia del Carmelita, y así fue la vida de San José, se caracteriza por la naturalidad, por la sencillez, por la ausencia de rarezas.

¡Ojalá! se diga de nosotros los Carmelitas, tanto laicos como religiosos, que no somos raros, que, como quería la Santa Madre “andamos con llaneza”, con naturalidad, “delante de Dios” y de la gente. Seamos hombres y mujeres ocultos en Dios, pero no ausentes de la vida, comprometidos con la Iglesia y con las gentes de nuestro tiempo.

Si nosotros tuviéramos que esbozar una imagen de San José diríamos que es una persona predestinada por el mismo Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de la paternidad: “El padre celestial tuvo presente a José en sus eternos secretos sobre la redención de los hombres, predestinándole para ser el varón fiel que acompañase al Verbo Encarnado durante los primeros pasos de su carrera y

le guardase, no con la fidelidad del esclavo, ni con la benevolencia de amigo, ni con el cariño de hermano, sino con la autoridad y solicitud de Padre”. Así lo ha reconocido la liturgia de la Iglesia al afirmar, en la oración colecta de la solemnidad del Santo, que ha sido confiada “a la fiel custodia de san José el misterio de la salvación de los hombres”, y en el prefacio se dice que “Dios le ha puesto al cuidado de su familia…, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito”. En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre: “Dicha voluntad se transformó en su alimento diario. Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia y se hizo obediente hasta la muerte… de cruz. Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús aprendió sufriendo a obedecer”.

La Santa Madre pedía a sus carmelitas que “sean devotas de San José, que puede mucho”. La devoción a San José no debe ser en nosotros una devoción para unos momentos, sino para toda la vida. Tampoco es una devoción vacía, “devoción a bobas”, que se limite a unos cuantos elementos devocionales o folclóricos. La verdadera devoción a San José consiste en invocarle con fervor, en tomarle como protector, y en imitar sus virtudes. Aprendamos de San José a ser hombres y mujeres de fe, que miremos con coraje y no tengamos miedo de “entregarnos a la voluntad de Dios”.

Afirmaba el Papa San Juan Pablo II en la Redemptoris Custo “que la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar”. A partir de esta afirmación podemos decir que si Dios es conocido por sus santos, que son imagen viva de Dios, San José, que si por una parte es sombra que oculta el misterio que encierra Jesús el hijo de María, que a los ojos de sus convecinos pasa por hijo suyo -el hijo del carpintero-, por otra parte es imagen que revela, manifiesta algo del misterio de Dios, su amor paternal y su providencia. En la forma de ser San José, y el evangelio nos dice que era justo, y el mundo devocional le atribuye la caridad, la compasión y la ternura, descubrimos la forma de ser de Dios.

Nos recuerda el Papa Francisco que “Jesús vio la ternura de Dios en José”. A la luz de la imagen de San José, que nos dibuja la piedad, descubrimos a un Dios cercano, un Dios bueno, tierno y cariñoso que se preocupa de nosotros, como San José se preocupó y ocupó por Jesús, al que amó con bondad de corazón y generosidad. De alguna manera la ternura de San José refleja una simetría con Dios mismo.

Nos dice el Papa Francisco que San José ha hecho de su vida “un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; ha convertido su vocación humana de amor doméstico en “la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa”. No nos equivocamos si afirmamos que quiso Dios que su Hijo compartiera la vida no de cualquier manera, sino en una familia.

El evangelio de Mateo al hablar del nacimiento de Jesús, lo hace en el seno de la familia de María y de José. En esa familia fue concebido en el seno de María; aún nonato fue llevado a Belén; aprendió y creció en gracia, sabiduría y estatura. Y también, porque es parte de la vida familiar, dio algún disgusto como el de quedarse en el templo. Y fue entonces cuando la madre le reprochó que cómo había actuado así: “Hijo, tu padre y yo te hemos buscado angustiados”. Y la madre dice con toda la naturalidad a Jesús que no solamente ella, también su padre estaba angustiado. Y es que en el misterio de la Encarnación, resulta que la madre no estaba sola; desde que se anuncia el proyecto de Dios, José está muy presente, con ella y con el niño. En este sentido nos dice Santa Teresa: “no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no le den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos”. A la luz de esta afirmación de Santa Teresa aprendamos a presentar a la Virgen no como un ser raro, lejos de la vida, sino como mujer, esposa y madre. María encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. Esto debe llevarnos a comprender que la ternura, propia de José como esposo y padre, es una inclinación de amor, de afecto interior hacia alguien, es una actitud cariñosa y protectora.

San José fue, junto con María, el primer adorador de Jesús, adorar es acoger, pasmarse ante el misterio. En la vida cotidiana, y en el trato diario con Jesús, San José se debió encontrar muchas veces sorprendido de lo que oía y veía en aquel niño, y tuvo que trascender la mirada para ver al Salvador. José en su silencio admirativo -actitud del contemplativo- provocado por la presencia de un misterio continuado, va descubriendo día a día las razones de ese misterio viviente que es Jesús.

La Santa Madre nos pide que no nos cansemos nunca de mirar a Cristo: “Poniendo los ojos en Cristo nuestro bien”. Quiere que miremos “a nuestro dechado Cristo, para aprender a pasar los trabajos de esta vida tan larga, como El los pasó”. El mirar a Cristo y considerar su vida y sus ejemplos es para conformar nuestra vida con la suya. La oración teresiana, nuestro estilo de oración, no debería ser otra cosa que estar en compañía con Jesucristo, “acompañador de las almas, Santo de los Santos”.

Permitidme que anticipe mi felicitación pascual a toda la Provincia y al resto de hermanos en nombre de la misma. Que vivamos una Semana Santa desde dentro, interiorizando el Misterio que se nos presenta en el Triduo Sacro. ¡Feliz y Santa Pascua de Resurrección para todos!

Fr. Francisco Sánchez Oreja ocd

8 de marzo de 2024 Memoria de San Juan de Dios