MARIA EN EL EVANGELIO

17 maig 2025 | Actualitat

Completando el testimonio mariano carmelitano del P. Tomás Álvarez en el mes de mayo, quiero compartir mi propio testimonio sobre María, basado en la inspiración evangélica de un libro cuya lectura acrecentó mi devoción mariana: Clemens Stock, SJ., María, la Madre del Señor, en el Nuevo Testamento, Edibesa, Madrid, 1999.

Es una obra imprescindible para conocer lo que enseña el Nuevo Testamento sobre María, madre de Jesús. El autor consigue llevar paulatinamente al lector a una progresiva familiaridad con la madre de Jesús, haciéndole percibir los múltiples rasgos que de ella recogen los diversos libros del Nuevo Testamento, haciéndole descubrir la sorprendente unidad y armonía que todos ellos presentan.

Entre estos rasgos, destacamos: la llamada de María por parte de Dios, su camino con Jesús, su relación con él en su niñez y durante su actividad pública, su relación con los discípulos de Jesús, etc. Recogemos los rasgos que presenta cada uno de los evangelistas.

Mateo: el servicio de la virgen madre

Mateo presenta a María en la genealogía de Jesús (1-17), precedida de la confesión de Jesús como el Cristo, en el cual se realizan las promesas hechas a Abraham y a David (Lc 3, 33-38). Jesús viene reconocido como Cristo, inserto en esta genealogía, por su modo de actuar, igual que por su muerte y su resurrección, conforme a la tradición, a partir de la cual Jesús ha vivido y ha llevado a cumplimiento las promesas de salvación.

En el marco de esta genealogía Jesús aparece como el heredero y el que lleva a cumplimiento la historia de Dios con el pueblo de Israel, mostrando el puesto que tiene María en la historia de salvación, juntamente con José, su esposo, padre legal de Jesús, encargado de ponerle el nombre de Jesús y de velar por María y el niño (1, 18-25).

Con la expresión “el niño y su madre” (2, 1-23), varias veces repetida, el evangelista pone de relieve la estrecha comunión de vida entre María y su hijo. El hijo depende de la madre y ella, con el corazón y todas sus fuerzas, está a disposición de su hijo. Al evangelista lo que le interesa resaltar es el servicio y la maternidad de María, que es madre por obra del Espíritu Santo; ella vive por completo entregada a su hijo, al servicio y crecimiento humano de Jesús y al servicio del pueblo de Dios, aportándole su Salvador.

La página con que Mateo abre su evangelio se convierte en un compendio de todo el Antiguo Testamento; es toda la historia de Dios con su pueblo Israel. Así aparece María inserta en la historia del pueblo de Dios.

Marcos:  la preocupación de la madre por el hijo

Entre todos los evangelistas, Marcos es el que menos noticias ofrece sobre María. Recoge el relato del conflicto entre Jesús y sus familiares (3,21.31-35), que quieren poner a salvo su vida, mientras él quiere cumplir su propia misión, anteponiendo en tola voluntad de Dios. Aparentemente Jesús se ha distanciado de su madre y de sus familiares y ha constituido una nueva “familia” con los discípulos que le siguen. Parece como si los familiares no tomaran demasiado en serio su misión y estuvieran más cerca de sus adversarios que de sus seguidores.

Los familiares ven amenazada a vida de Jesús por su manera de actuar y pretenden llevarlo de nuevo a la seguridad de Nazaret. Jesús rechaza esta pretensión, apela a la voluntad de Dios y les pide que hagan suya esa voluntad. Este conflicto solo puede ser valorado correctamente en el marco de la orientación general de todo el evangelio de Marcos.

Este pone de relieve el contraste entre la voluntad humana y la voluntad de Dios. El camino de Jesús, que a través del sufrimiento y de la muerte conduce a la resurrección, es contrario a la naturaleza humana. Jesús recorre este c amino (8,31.33; 9, 12-13; 14, 21.36) que ni los mismos discípulos comprenden, poniendo a prueba hasta el extremo la fe en la misión de Jesús y el conocimiento de la voluntad divina. Para alcanzar la plenitud de la vida (resurrección) hemos de entregar ciegamente y sin fianza la vida que tenemos y a la que estamos apegados; se requiere una fe pura y ciega, como explica san Juan de la Cruz.

En esta comprensión del evangelio de Marcos, todos los hombres se encuentran desconcertados frente a Jesús e incapaces de seguir su camino. Pero es ahí donde se revela la divinidad de la pretensión y de la obra de Jesús.

El rechazo por parte de los adversarios viene a demostrar lo inaudito de la pretensión de Jesús (2, 7: 3, 22-30; 14, 60-64). Pero tampoco los que pertenecen a él están a la altura de su camino y tienen que profundizar su fe. Esto vale para los familiares de Jesús y también para sus discípulos.

Después del primer anuncio de la pasión, muerte y resurrección, Pedro protesta y Jesús le recrimina duramente (8, 21.33). A partir de este choque se abre un contraste entre los discípulos y Jesús. Este contraste lleva a su huida en el momento del arresto de Jesús y a la negación de Pedro (14, 50.66-72).  Estos le siguen y Jesús continúa instruyéndolos, pero ellos no piensan en conformidad con Jesús (10, 35-41); no están a la altura de su camino. Tienen necesidad de que el Señor resucitado les otorgue de nuevo la comunión con él (14, 28; 16, 7).

Siguiendo esta línea fundamental del evangelio de Marcos, resulta comprensible el conflicto familiar, narrado por él y que hay que valorar en el contexto global de su evangelio. Ciertamente se produce una distancia entre Jesús y María, pero ella, como los discípulos, está llamada a progresar y dejarse guiar cada vez más por la fe en la voluntad de Dios. La tensión entre Jesús y María – y toda la realidad humana – muestra que el camino y la obra de Jesús son nuevos e inauditos, contrarios a todas las experiencias y expectativas humanas. Se manifiesta aquí el carácter sobrehumano de la persona y de la misión de Jesús, y a la vez la necesidad de crecer en la fe.

Dentro de esta perspectiva, se comprende también el camino trazado por san Juan de la Cruz para llegar a la unión con Dios: el camino de la fe y la necesidad de la purgación de la noche oscura, que conduce a la unión (resurrección) propuesta en el Cántico espiritual y en la Llama de amor viva.

Lucas: madre y oyente de la palabra de Dios

La mayor parte de los textos sobre María se hallan en Lucas: el nombre de “María” (doce veces) y el apelativo de “madre de Jesús” (siete veces; la mayoría refiriéndose a la infancia de Jesús. Esta frecuencia revela el hecho de que Lucas es el único que habla del comportamiento personal de María.

Recuerda su turbación, su reflexión, su pregunta, su consentimiento, su fe. Su alabanza y su júbilo; habla de su alma y de su espíritu (1, 26-56); señala que ella conservaba todos los acontecimientos en su corazón (2, 19.51) y que su alma se vio traspasada de dolor (2, 35.48); presenta su doloroso encuentro con el hijo de doce años en el templo (2, 41-52). Lucas dirige su mirada a la experiencia de María.

Simeón arroja una sombra oscura sobre el camino de Jesús y sobre el camino de María La venida de Jesús tiene efectos contradictorios sobe los hombres, No es exaltado el Mesías por todos, sino rechazado. María participa en el destino de Jesús con su alma, con su vida íntima y total. La vida de Jesús es su propia vida.

En todo esto María es el modelo de todo discípulo de Jesús. Este no puede permanecer en una relación fría e indiferente con su maestro; ha de abrirse con toda su vida a todos los aspectos del destino de Jesús.

.En el encuentro de María con Jesús en el templo (2, 41-52) y la desconcertante respuesta de su hijo, también en esta ocasión se convierte María en modelo de todo discípulo de Jesús. Muchos de nuestros “porqués” no recibirán respuesta y tampoco   a nosotros se nos dará una comprensión total de todo, Precisamente por esto estamos llamados a vivir una fe incondicional en Dios y una indisoluble comunión de vida con Jesús.

Al hilo de este comportamiento personal de María, Lucas nos habla de María como objeto de atención para los otros seres humanos, tomando estos posición respecto a su persona. Isabel la reconoce como madre del Señor y como bendita entre todas las mujeres (1, 39.45). Simeón anuncia a María que la oposición a su hijo herirá profundamente su alma (2, 25-35). Una mujer del pueblo la proclama bienaventurada por ser la madre de Jesús (11, 27). María misma proclama que todas las generaciones la llamarán bienaventurada por las grandes cosas que Dios ha realizado en ella (1, 46-55). Lucas es también el que menciona a María tras la resurrección de Jesús y, en los Hechos de los Apóstoles, la presenta en medio de la Iglesia naciente (Hch 1,14).

Juan: madre de Jesús y madre de los discípulos de Jesús

Nunca nombra a “María”, que aparece al principio y al final de la obra de Jesús. Específico de Juan es que María aparezca incluida en la relación entre Jesús y los hombres, y precisamente al inicio y al final de su obra. En Caná ella se preocupa de los hombres, transmite a Jesús su necesidad. En la cruz es el mismo Jesús el que entrega a su madre al discípulo amado.

María es designada por Juan solo con el apelativo de madre Por medio de ella ha comenzado Jesús su vida terrena, humana; en ella la Palabra se hizo carne (1, 14). En María y en Jesús siempre está la vida de por medio. A través de María entra el Hijo de Dios en la vida humana. El inicio y el final de la obra de Jesús están unidos entre sí por su “hora” (2,4) La hora de Jesús, la hora de su muerte, es también la hora de su exaltación (12, 23-33; 13, 1; 17, 1), en la cual lleva él a cumplimiento su obra. Recordemos los capítulos 7 y 22 de libro segundo de la Subida al Monte Carmelo de san Juan de la Cruz.

Cuando Jesús concluye su vida terrena y lleva a cumplimiento su obra, está presente aquella que le ha hecho entrar en la vida terrena y ha impulsado los inicios de su obra. Es la única persona que conoce todo el camino de Jesús. Es un testigo cualificado La actividad pública de Jesús inició cuando la madre se dirigió a él (2, 3). Jesús la concluye cuando él se dirige a su madre y al discípulo amado (19, 26-27). El discípulo la recibió en su casa. Lo que es propio del discípulo amado es su relación con Jesús y su relación con María, que ha dado luz a Jesús para la vida terrena, para la comunión con los hombres, que reciben por medio de él la vida y el gozo. María es así la madre de Jesús y la madre de los discípulos.

También la madre de la Iglesia naciente, reunida en oración (Hch 1, 14), que obtiene la clarividencia y el coraje para anunciar al mundo a Jesucristo (Hch 2). Para María y para la Iglesia es esencial la relación con Jesús. En María madre de Jesús comenzó la existencia terrena de Jesús y la comunión de los hombres con él. María pertenece a la Iglesia, es decir, a los hombres que creen en Jesús y viven en comunión con él. En esta Iglesia, la madre de Jesús tiene un cometido muy específico y un puesto singular

Pablo: la madre del Hijo de Dios

Las cartas de san Pablo son consideradas como los primeros escritos del Nuevo Testamento (años 50-60 d. C). Se centran en el significado de la venida, muerte y resurrección de Jesucristo y se ocupa de problemas concretos de la vida cristiana. En contadas ocasiones recuerdan detalles de la vida de Jesús y el nombre de su madre, María, nunca es mencionado. Pero Pablo habla una vez del nacimiento del Hijo de Dios, nacido de una mujer, ofreciendo así una referencia implícita a la madre de Jesús.

La aportación de Pablo a la imagen de María consiste en definir su misión en la historia de la salvación. Todo proviene del Padre, que quiere hacer a los hombres partícipes de su propia vida. Por eso envía a su Hijo al mundo. La misión de María es ser la madre del Hijo de Dios, que se hace hombre por voluntad del Padre para hacer a los hombres hijos de Dios. Pablo no dice más; no señala cuál es la relación de Dios y su Hijo con María, ni señala tampoco cómo ha llevado a cabo María su propia misión.

Lo que Pablo nos dice respecto a sí mismo como siervo de Jesucristo y respecto a la elección y a la llamada que él ha recibido de Dios, es un modelo a cuya luz podemos comprender cuál es la relación de la sierva del Señor con Dios. En este marco, Pablo nos ofrece los rasgos más característicos de la imagen de María.

Pablo habla (año 53-55) de la venida del Hijo de Dios, nacido de una mujer (Gal 4, 4-5): es el testimonio más antiguo; expresa el amor de Dios Padre para la humanidad perdida y la misión del Hijo de Dios. Fruto de la venida de Jesús es la llamada a la “comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro” (1Cor 1, 9).

María: el signo del cielo (Ap 12-1-6)

En esta visión se recogen y expresan algunos rasgos esenciales. En la imagen que ha dado a luz al Mesías, podemos percibir aquella mujer que efectivamente ha dado la vida al Mesías. En cuanto madre del Mesías, María es una personificación del pueblo de Dios y los rasgos particulares de la visión hablan también de ella. Es la mujer envuelta en el esplendor celeste, madre del Señor y Salvador. “una gran señal en el cielo”, que debe darnos una orientación en el camino de nuestra vida.

***

Termino subrayando el marianismo carmelitano de profunda inspiración evangélica, tal como se desprende de la experiencia de Santa Teresa, como expuso el P. Tomás Álvarez en el 89 Capítulo General de 2003, celebrado en Ávila.

“Su experiencia cristológica era experiencia del Jesús evangélico a la vez que del Jesús pascual de la vivencia personal en el aquí y ahora de Teresa. También es así en el caso de Maria: la suya es experiencia de la Virgen evangélica, que escucha la palabra y la cumple, y a la vez experiencia de su presencia en la vida de la Santa y del grupo de seguidoras/es.

“En la Santa es nítida y típica su conciencia de que ella es carmelita por referencia a la Virgen Maria. Y de que sus hijos e hijas somos carmelitas porque pertenecemos a una familia consagrada a la Virgen. Somos la familia de la Virgen Maria del Monte Carmelo, llevamos el hábito de la Virgen, seguimos la Regla de la Virgen, vivimos en casas de la Virgen: conciencia de pertenencia mariana, que Teresa expresa en su típica profesión de carmelitanismo: “De esta casta venimos!”.

“Quizás el pasaje mariano‑carmelitano más indicativo sea el que nos inculca el sentido de filiación mariana: “Alabadle, hijas mías, que lo sois [hijas] de esta Señora [“cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras”] verdaderamente; y así no tenéis que afrentaros de que sea yo ruin, pues tenéis tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora, y el bien de tenerla por Patrona, pues no han bastado mis pecados y ser la que soy, para deslustrar en nada esta sagrada Orden” (Moradas, 3,1,3). La experiencia mariana de la Santa culmina en su doctrina de nuestra configuración con Jesús y en “parecernos a ella” (Camino 13,3), madre, Señora, patrona nuestra”.

Es el mejor colofón a la exposición que hemos hecho sobre María en el Evangelio.

P. Ciro García, ocd