El día 15 de octubre recordamos la muerte de Santa Teresa en Alba de Tormes (Salamanca) el año 1582; conviene recordar que es el final de un camino que recorrió con anterioridad durante años, su Via crucis, a imitación de Cristo en el monte Calvario. Es una ley de la Providencia divina que impone a los grandes santos del cristianismo, nacidos para ejercer una misión especial en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo. Ellos y ellas suelen ser los verdaderos motores de la evolución de las ideas y los movimientos que desarrollan la historia. ¿Echamos en faltan ahora a esos grandes “profetas”, gigantes de la fe?
En realidad, el destino de Teresa -como ella advierte- fue un “camino de cruz”, de pruebas dolorosas desde que tuvo las primeras experiencias místicas, como advierte ella, por ejemplo, “un cierto sentimiento de presencia de Dios” sin ella procurarlo, que fueron en aumento, noches oscuras que ella resumió en las Moradas, VI, 1, 7 y 11, 3-12. En este breve comentario recuerdo su Via Crucis en el último período de su vida, mientras culminaba su quehacer de fundadora de la Reforma del Carmelo. Podemos situar el comienzo de su especial Via crucis a partir de 1580, año del “catarro universal” en España, cuando su estado físico se deterioró de manera alarmante y pensó -y así lo manifestaron ella y sus conocidos- que iba a morir (Fundaciones, 29, 1); y su deterioro fue en aumento como constató el P. Jerónimo Gracián. Fue el inicio de su verdadero Vía Crucis cuyas “estaciones” no puedo recorrer por falta de espacio fijándome en los últimos compases de su vida.
Para resumir ese camino hacia el Calvario, situémonos al final de su vida, en el Via Crucis recorrido en la fundación de Burgos desde la salida de Ávila un 2 de enero de 1582 con un tiempo infernal de lluvias y nieves del camino -”todo el día de agua o nieves”- dice Ana de San Bartolomé, quien alude a sus males de perlesía, de llagas en la garanta, etc.; y la llegada cerca de Burgos con los campos y los puentes inundados que los hacían intransitables e invisibles a los arrieros y sus carros con las monjas dentro; fue un peligro del que salieron por puro milagro conseguido por la madre Fundadora.
El drama de la fundación de Burgos hay que leerlo y sufrirlo en la crónica de la madre Teresa si queremos seguir las “estaciones” del auténtico Via crucis recorrido por ella (Fundaciones, cap. 31). Sus Cartas son otro excepcional testimonio, así como el testimonio de Ana de San Bartolomé, su sombra buena como una fiel enfermera en su escrito: Últimos años de la Madre Teresa de Jesús. Y en algunos escritos del Padre Jerónimo Gracián
Comencemos recordando -como telón de fondo-, su carencia de salud muy agravado en este período de su vida, soportando un cuerpo con gravísimas enfermedades. Ana de San Bartolomé alude a que, ya en el camino hacia Burgos, Teresa sufrió mal de garganta y perlesía (parálisis) que le dificultaba el habla. Pero tenemos una información de un técnico en enfermedades, el Doctor Aguiar, que la examinó y nos ha dejado un diagnóstico de un valor incalculable que conviene conocerlo, aunque de modo parcial, en sus propias palabras:
“Y conoció a la dicha Santa […] tan desencuadernada y desencajados los huesos que fuera lástima que se le debía tener […]. Tantas heridas como se le parecían en corazón y cabeza, y en todas las junturas y en el estómago y en todos los miembros de su cuerpo, que tenía convulsiones, desmayos, destilaciones, vómitos y otra inmensidad de males”.
¡Sin comentarios! Piensen los lectores que, sufriendo este Via crucis, la madre Teresa tuvo que enfrentarse no sólo con los problemas personales de una salud en ruinas, sino los que conlleva una fundación, y de manera especial la de Burgos, una las más trabajosas de las realizadas por ella; y a su situación personal y a las preocupaciones de la fundación habría que añadir la baraúnda de cartas y negocios previos, como recuerda la Fundadora (Carta a las monjas de Soria, 28-XII-1581, 1). Releyendo su crónica, un lector conocedor de los hechos puede concluir que racionalmente no se puede explicar que una mujer “vieja” y “vejezuela”, como se sentía ella al menos desde el año 1574 (59 años) haya podido fundar tres conventos de monjas (Palencia, Soria y Burgos, 1581-1582).
La madre Teresa pensó que la fundación de Burgos sería fácil conociendo que la licencia estaba asegurada, dada de palabra del Sr. arzobispo de Burgos de paso por Valladolid (Fundaciones, 31, 7); pero resultó ser la primera estación de su Via Crucis. Ya en su sede, se negó a concederla por escrito con harta admiración de la madre fundadora; una de las razones de más peso era que no aceptaba la fundación sin asegurar la subsistencia de las monjas no fundada en las “limosnas” del pueblo, sino en las “rentas” del capital acumulado por las “dotes” de las candidatas.
Mientras tanto, Teresa y la comunidad sufriendo los inconvenientes por la tardanza: viviendo primero en casa de la fundadora; después en unas habitaciones del hospital a plazo fijo soportando los gritos de los enfermos y asistiendo misa a una iglesia de la ciudad sin tener las monjas medios adecuados para caminar por sus calles, como recuerda entre bromas y veras el P. Gracián.
Un “paso” doloroso de su calvario fue -al menos así lo pienso- fue la “huida” del P. Gracián, el provincial, en febrero para predicar en Valladolid la cuaresma; y, definitivamente, después de un paso relámpago en el mes de mayo. Desde entonces los dos amigos entrañables no volvieron a verse más en la tierra. Pero nos han quedado los testimonios escritos del dolor de la madre Teresa que se sintió desamparada no solo del amigo entrañable, sino del superior que le ayudaba a llevar la cruz como consta de las cartas escritas en este período de tiempo y que debemos leer con mucha atención.
Acabo este relato preguntando si, conociendo tantas “cruces”, los lectores modernos nos podemos preguntar si el sufrimiento causado por el Viacrucis no implica un plus de fortaleza de los seres humanos un milagro de la genialidad de la fundadora Teresa.
Después de lo sufrido en el camino de ida y las peripecias de la fundación, todavía le quedaba por soportar el Via crucis del retorno a casa¨: el sufrido en las comunidades de Valladolid y Medina, un verdadero calvario para la Fundadora, tan enferma; lo mismo digamos del cambio de destino -de Ávila a Alba de Tormes- forzado por el superior descalzo de turno, y el camino desde Medina hasta el lugar de su muerte, temas a los que he dedicado comentarios en publicaciones anteriores.
Para completar esta exposición, remito a mi reciente estudio: Santa Teresa de Jesús. Mujer enferma y creadora, Burgos, FONTE, Editorial de Espiritualidad, 2023, 185 pp.
P. Daniel de Pablo Maroto, ocd