Y mientras los bendecía, se separó de ellos, subiendo hacia el cielo

27 maig 2022 | Evangeli Dominical

Este penúltimo domingo de Pascua es la gran celebración de la Ascensión del Señor, al final de esos cuarenta días, esa otra cuaresma “pascual” dedicada por Jesús, como nos recordaba la primera lectura, a presentarse ante “a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo”, después de la Pasión para darles “numerosas pruebas de que estaba vivo” y hablarles “del reino de Dios”. La lectura nos dejaba sus últimas palabras: “no os alejéis de Jerusalén, aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre: seréis bautizados con Espíritu Santo”. Hasta en estos últimos instantes tan solemnes, tuvo que responder preguntas que ponían de relieve la mala comprensión de sus apóstoles respecto su persona y su misión. Nada de esto le desanimó, como no lo había hecho en su vida terrena, ni lo hace ahora: no toca ni sirve de nada saber las fechas y los términos establecidos por el Padre. Nuestra parte es esperar, en la oración común, para recibir el Espíritu y que nos haga sus testigos. Todo está hecho y todo está cumplido, por eso Jesús puede ya volver a desaparecer, “ascendiendo” hacia Dios, para ocultarse en Él tras haberlo revelado, también, al máximo. Dios, en Cristo, vino como hombre y ahora, como hombre, regresa a Dios, cambiando para siempre, terminando la creación. Ni Dios ni el hombre son como eran, desde entonces. Como diría San Juan de la Cruz, ‘Adónde te escondiste… habiéndome herido’. Jesús vuelve al Padre, de donde vino, pero también se queda con los suyos, con nosotros, para mantener y alentar la misión de llevar a todos a la verdad, de quién es Dios y de quién somos cada uno. Como el Hijo, debe estar con el Padre pero aun así envían al Espíritu para mantener viva la comunión, recordar la historia real vivida y prolongar sus consecuencias, que son para siempre, hasta que Jesús vuelva como hoy le vemos marcharse. El Evangelio de hoy es un caso único, puesto que a causa de que este año leemos a San Lucas, este texto coincide con la primera lectura. El Evangelio y los Hechos son dos volúmenes de una misma historia, la de Jesús que continúan sus discípulos, su iglesia, y hoy coinciden el final de aquel y el principio de este. Jesús, antes de separarse de ellos, subiendo hacia el cielo, los confirmó en todo lo sucedido ante sus ojos: se han cumplido las promesas de Dios en la vida, pasión, muerte y resurrección del Mesías. Pero este no es el final, sino el principio: se debe predicar “la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos” comenzando por donde están. Jesús los hizo, nos hace hoy a todos, testigos de todo esto, especialmente una vez revestidos todos de la fuerza de lo alto. El Evangelio termina aquí: los discípulos retoman su vida y compromiso judíos, estando siempre en el Templo, aunque con gran alegría. Les faltaba el último y decisivo empujón, esta “fuerza de lo alto”, el mismo Espíritu de Dios que ha sido el “causante”, motivador y sostenedor de la historia humana de Jesús que ahora concluye, querrá y, logrará, hacer lo mismo con sus discípulos, con su iglesia.

Primera lectura: Hch 1,1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
–No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mí Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos lo rodearon preguntándole:
–Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó:
–No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
–Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

Segunda lectura: Efesios 1, 17-23

Hermanos:
Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Evangelio

  • + Final del santo Evangelio según San Lucas 24, 46-53
    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
    –Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
    Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
    Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo.
    Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).
    Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.