Asistimos hoy a otro encuentro especial de Jesús en su camino a Jerusalén, donde se enfrentará a la culminación de su misión. Según Lucas, el evangelista de este año, se trata de un “letrado” que pregunta a Jesús “para ponerlo a prueba” acerca de lo que, se supone, es el propósito de la vida de fe y acercamiento a Dios: “heredar la vida eterna”, esto es, hacernos partícipes de lo que Dios siempre ha querido darnos. En la antigua alianza el “premio” para el creyente, para quien “guarda la ley”, consiste en la descendencia o vida futura y en la tierra, que se refiere al sentido de esta vida, a lo que hacemos aquí, como y para qué lo hacemos. El don y la exigencia de Dios para “heredar” esta vida eterna se resumen en los mandamientos (primera lectura). La lectura nos recuerda que lo que se nos pide, en realidad, ya se nos ha ofrecido, que este comportamiento “humano” es o debería ser parte de nuestra naturaleza. Este mandamiento está en nuestro corazón y en nuestra boca, de cumplirlo depende en buena medida una vida plena. El letrado, pues, está preguntando si acaso tiene una novedosa interpretación del corazón de la ley. Jesús, en primer lugar, le remite a la misma ley, a la Escritura y el letrado repite los que considera los principales mandamientos: amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a uno mismo. Aquí enraíza Jesús su respuesta: haz esto y tendrás la vida que quieres. Pero al letrado le parece poco y así, “queriendo aparecer como justo” le sigue preguntando que le precise quién es este prójimo a quien hay que amar. Jesús, para removerle en esta “justicia” suya, le cuenta la parábola del samaritano.
Las parábolas pretenden descolocarnos respecto de nuestras “justicias” y hacernos ver que este amor de Dios, origen de la vida y fundamento de la Alianza, se ha acercado ahora tanto a nosotros que lo ha cambiado todo. A esta luz, el prójimo es, simplemente, aquel que está a nuestro lado y necesita algo de nosotros, aunque sea simplemente, una mirada o una sonrisa que haga ver que reconocemos su presencia más allá de nuestros propios asuntos. Servir y amar es “heredar la vida eterna”, reconocer que estamos comprometidos, en nuestra carne, con los demás, que es el amor de Dios mismo quien nos ha unido a todos como familia humana y que solo tenemos que darnos cuenta para comenzar a encontrar sentido y futuro a esta vida.
Primera Lectura
Lectura del libro del Deuteronomio 30, 10-14
Habló Moisés al pueblo diciendo:
–Escucha la voz del Señor tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; conviértete al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma.
Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir:
«¿quién de nosotros subirá al cielo
y nos lo traerá y nos lo proclamará,
para que lo cumplamos?»
Ni está más allá del mar, no vale decir:
«¿quién de nosotros cruzará el mar
y nos lo traerá y nos lo proclamará,
para que lo cumplamos?»
El mandamiento está muy cerca de ti:
en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 1, 15-20
Cristo Jesús es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles.
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.
El es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
El es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Evangelio
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo, se presentó un letrado y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
–Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
El le dijo:
–¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?
El letrado contestó:
–«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
El le dijo:
–Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.
Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús:
–¿Y quién es mi prójimo?
Jesús dijo:
–Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
–Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
El letrado contestó:
–El que practicó la misericordia con él.
Díjole Jesús:
–Anda, haz tú lo mismo.