«De Egipto llamé a mi hijo»

27 des. 2025 | Aventuremos la Vida, Evangeli Dominical

En medio de esta Octava, Gran Fiesta de ocho días, de la Navidad celebramos a la Sagrada Familia de Jesús, a su Madre, la Santísima Virgen, y a san José, el hombre que ejerció como su padre terrenal y de su vínculo humano, con trascendencia en el misterio de la Salvación de los hombres que se obra desde la Encarnación. Porque la familia es una institución natural, que tiene su origen en el ser mismo de las cosas, como nos recordaba la primera lectura. Y lo sabemos también porque esto mismo es refrendado por Dios: “El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos”; hay un orden entre las personas que es así para que todo funcione, que se ha establecido para bien de los hijos y para que los padres pueden ejercer su servicio en la debida manera para traer a este mundo a nuevos seres humanos (del modo más “natural” posible), criarlos, educarlos e introducirlos en su propia vida adulta, con la ayuda también de una sociedad lo más “natural” posible también. Y como todo lo humano, por más natural que sea, necesita ser redimido; todo aquello en lo participemos los hombres precisaba redención, salvación, ser renovado desde su raíz. Y es lo primero que celebramos: que el Hijo de Dios entró como hijo del hombre en nuestro mundo a través de una familia, y al hacerlo, la redimió en su misma raíz, renovó sus relaciones. Además, podemos decir que Jesús es plenamente hombre, no solo en su naturaleza sino también en su misma vida porque fue acogido por su Familia que se convierte así en lugar e inicio de la nueva humanidad y de la iglesia misma. María es la Madre de Cristo, de Dios y de la Iglesia, la mujer redimida en su misma concepción para acoger del modo más natural y limpio posible la Encarnación del Hijo de Dios. José, descendiente de David, es el depositario de las antiguas promesas de salvación, que Dios cumple en su Hijo y sobrepasando toda esperanza humana. El Dios-con-nosotros prometido al rey Acaz es Dios Hijo en persona que asume nuestra humanidad con todo lo que ello conlleva de temporalidad, excepto el pecado que no debía haber sido nunca humano. Como escuchamos el domingo anterior, desde el momento en que a José le es revelado su lugar en la Sagrada Familia, lo ejerce como protector del misterio que también acoge y recibe en su persona y en su vida. Lo protegió, primero, del falso escándalo de quien se hubiera dejado llevar de las apariencias para negar la verdad profunda de la Encarnación, obra del Espíritu Santo en la entraña de María Virgen. Después, como nos contaba el Evangelio de hoy, siempre atento a la Palabra de Dios, que le sigue apareciendo en sueños (otra alusión a ese otro José, soñador y profeta, el hijo pequeño de Jacob-Israel), se ocupa directamente de su bienestar y seguridad, detectando así el peligro físico y actuando en consecuencia. Así ante la amenaza de Herodes a su vida, “tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto” y permanecieron allí hasta que acabó la amenaza, en este caso con la vida del rey Herodes. El Evangelio aprovecha la circunstancia para señalar que todos estos movimientos y decisiones conciernen a la historia de la salvación: cuando por fin pueden retornar, el evangelista entiende que Jesús y su familia están rehaciendo el mismo camino de Israel cuando fue llamado desde Egipto para dirigirse a la tierra, cumplimiento de la promesa a Abrahán. E, igualmente, que la Sagrada Familia fuese a vivir a Nazaret, para que Jesús fuese reconocido más tarde como “Jesús de Nazaret”, lo que es un hecho muy importante y ya lo señala, a la vez, que como proveniente de este lugar, como consagrado a Dios, dispuesto para llevar a cabo la Misión que su Padre le ha encomendado. Nuestra iglesia tiene su núcleo en nuestras familias, que son su núcleo vital y que encajan perfectamente en la estructura viva en la que todos tenemos nuestro lugar. Dios es nuestro Padre y todo lo recibimos de Él, especialmente a su Hijo, nuestro redentor, Esposo, Amigo, Compañero de nuestra existencia.