Como estamos viviendo, Jesús encuentra todo tipo de personas, preguntas y situaciones en su camino final a Jerusalén. En esta ocasión no se trata del seguimiento o la vida eterna sino de los bienes temporales. Uno que ve pasar a Jesús le pide que haga de intermediario en una cuestión de reparto de una herencia con su hermano. Parece ser que el su propio hermano no quiere repartir con él lo que ha o han heredado. Jesús le responde muy claro desde el principio: Él no ha sido nombrado ni juez ni árbitro en esas cuestiones, es decir, que no ha venido para esto, que no es su misión el reformar o sustituir los mecanismos y tribunales sociales que regulan la vida en común. Su palabra quiere actuar en la persona no cambiar directamente y desde fuera unas estructuras que siempre serán mejorables. Ciertamente, la Ley abundaba en todo tipo de cláusulas para orientar la vida económica y social, que Jesús no deroga, pero saca a la luz lo que hay en todo corazón, que es donde reside, principalmente, el problema. Este hombre escucha de él lo que no quería, probablemente: que se guarde toda codicia, esto es, el deseo de poseer por poseer como si de ello dependiera la vida o el tener fuera capaz de dar sentido a la vida. Es más bien lo contrario, como decía la primera lectura: todo o casi es vanidad, esto es, la mayor parte de nuestro esfuerzo no consigue lo que busca que suele ser descanso, seguridad, fundamentar en bienes su permanencia en este mundo. No hay que entenderlo como si la Escritura condenase el trabajo, el ahorro, el esfuerzo o la misma acumulación de bienes, como si la única forma económica compatible con el Evangelio fuese una especie de socialismo paternalista. No se habla de esto sino que la palabra de Jesús pretende, sobre todo en la parábola, cuál es la verdadera riqueza que da sentido y sostiene la propia vida, la única seguridad a la que podemos aspirar: el conocimiento y la amistad de Dios, su presencia que nos garantiza su amor, su fuerza, su perdón, también para trabajar, esforzarnos, negociar, pero conscientes de que no podemos serlo todo ni tener todo, gracias a Dios.
Primera lectura: Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23
Vaciedad sin sentido, dice el Predicador,
vaciedad sin sentido; todo es vaciedad.
Hay quien trabaja con destreza,
con habilidad y acierto,
y tiene que legarle su porción
al que no la ha trabajado.
También esto es vaciedad y gran desgracia.
¿Qué saca el hombre de todo su trabajo
y de los afanes con que trabaja bajo el sol?
De día dolores, penas y fatigas;
de noche no descansa el corazón.
También esto es vaciedad.
Segunda lectura: Colosenses 3, 1-5. 9-11
Germans:
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia, y la avaricia, que es una idolatría.
No sigáis engañándoos unos a otros.
Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo.
En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.
Evangelio: Lucas 12, 13-21
n aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:
–Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
El le contestó:
–Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?
Y dijo a la gente:
–Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.
Y les propuso una parábola:
–Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.
Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida.»
Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?»
Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.