Cuando Santa Teresa de Jesús escribe Las Moradas —su Castillo Interior— no está componiendo un tratado para especialistas, sino abriendo una ventana al misterio de Dios que se despliega en lo más íntimo del alma. Es un libro nacido de la experiencia, una guía para quienes desean aprender a orar y caminar hacia una amistad cada vez más honda con Cristo.
Teresa habla desde dentro, desde la certeza de que el alma es morada de Dios, y que el camino espiritual no consiste en subir, sino en entrar: adentrarse en ese castillo luminoso, “todo de un diamante o muy claro cristal”, donde el Señor habita en el centro esperando a quien se atreve a buscarlo.
La oración como camino hacia dentro
Para Teresa, la oración no es una técnica, ni un ejercicio mental, ni un refugio emocional. Es una relación, una historia de amistad que se desarrolla en la verdad.
Por eso comienza su obra recordando que el gran obstáculo es no conocernos a nosotros mismos. Solo quien entra en su alma puede encontrarse con Dios:
“Miremos las mercedes que nos hace el Señor… antes de entrar en la primera Morada.”
(1M 1,1)
Las primeras estancias del Castillo son un aprendizaje humilde: conocernos, reconocer nuestra dispersión, despertar el deseo. Allí, la oración es búsqueda, comienzo, esfuerzo por levantar la mirada hacia Dios en medio del ruido.
Orar es dejar a Dios ser Dios
A medida que el alma avanza, Teresa describe un cambio profundo: la oración deja de depender del esfuerzo humano y se convierte en don.
En las cuartas y quintas moradas aparece la oración de recogimiento y de quietud: Dios toma la iniciativa, atrae, aquieta, transforma.
Teresa enseña que la verdadera oración es dejar que Dios haga en nosotros:
“No es otra cosa oración mental… sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.”
(Vida 8,5)
Esta es su gran lección: orar no es sentir ni lograr, sino permanecer en una relación donde Dios conduce el proceso.
Amor que transforma: las moradas de unión
En las sextas y séptimas moradas, Teresa revela la madurez de la vida espiritual: el alma se vuelve capaz de amar como Dios ama. La oración se hace comunión, entrega, misión.
La unión con Dios no aparta de la tierra: envía a la tierra, como envió a Teresa una y otra vez a fundar, acompañar, discernir y sostener comunidades.
En la séptima morada, la oración se convierte en vida:
la persona vive habitada por la Trinidad, y cada acto, cada palabra, cada silencio es fruto de esa unión.
Una maestra para hoy
El Castillo Interior sigue siendo actual porque Teresa comprende al ser humano con una claridad sorprendente: nuestras prisas, nuestras distracciones, el miedo a la interioridad y el anhelo de sentido.
Ella propone un camino posible para todos, porque en cada alma —también en la más frágil, en la más herida, en la más inquieta— habita Dios.
La oración es el modo de entrar en ese misterio:
no para huir del mundo, sino para vivirlo desde dentro, con amor, con lucidez y con libertad.
Aventuremos la vida con Teresa
Aprender a orar con Teresa es aprender a vivir.
Es caminar hacia dentro, confiar más que esforzarse, dejarse amar más que intentar demostrar nada.
Es permitir que Dios transforme nuestras moradas oscuras en espacios de luz.
Aventuremos la vida con ella, que fue mujer de caminos exteriores… y, sobre todo, de caminos interiores.
En su Castillo Interior seguimos escuchando la gran invitación del Carmelo:
Entra en ti. Allí te espera Dios.

