San Juan de la Cruz y la pobreza: cuando nada basta… y Dios lo es todo

9 des. 2025 | Aventuremos la Vida

Hablar de pobreza en San Juan de la Cruz no es un ejercicio espiritual abstracto. Antes que maestro, antes que poeta, antes que místico, Juan fue un pobre. Nació pobre, creció pobre y vivió profundamente marcado por la fragilidad material y humana. Su doctrina posterior sobre el desasimiento no puede leerse sin ese suelo vital, áspero y real, que configuró su mirada sobre Dios y sobre el mundo.

El libro Juan de la Cruz, rostro humano del misterio permite contemplar esta verdad sin adornos. Emilio José Martínez muestra que Juan nació en Fontiveros en un contexto de hambrunas, cosechas desastrosas y crisis textil, donde los tejedores —oficio de sus padres— sobrevivían con dificultad. La familia Yepes vivió “en un lugar de pobreza, cuando no de miseria” , llegando a ser oficialmente “pobres de solemnidad” tras la muerte del padre y un hermano .

San Juan de la Cruz conoció la pobreza desde dentro: la escasez en casa, la enfermedad, las deudas, la inestabilidad, la dependencia de limosnas. Su cuerpo mismo llevará la marca.

Esta pobreza temprana no lo encerró en sí mismo. Lo abrió. Lo volvió compasivo, sensible, atento al sufrimiento. Y, sobre todo, lo preparó para leer la pobreza con ojos nuevos: como lugar donde Dios visita.

Pobreza como verdad

Para Juan, la pobreza no es solo económica: es una actitud interior, una forma de situarse ante Dios con manos vacías.

Pero es importante recordar —y aquí el libro es iluminador— que esta actitud nace en él de una biografía concreta. Quien creció “entre los márgenes del hambre y la orfandad” no necesita teorías para entender lo que significa no tener nada. Juan sabe que la necesidad despoja, que la inseguridad disuelve toda falsa autosuficiencia, que el pobre vive expuesto y dependiente.

Por eso, cuando más tarde escriba en la Subida o en la Noche, no habla desde una mística desencarnada, sino desde la experiencia de quien ha vivido en carne propia lo que significa no poseer apoyos. Su “nada, nada, nada…” no es una consigna moral, sino una lectura espiritual de la vida que le tocó vivir.

Pobreza como libertad

El joven Juan trabaja con los enfermos contagiosos en el Hospital de las Bubas de Medina del Campo. Su entrega y delicadeza con los más vulnerables impresionan a sus contemporáneos. Pero, cuando se le ofrece la posibilidad de ascender socialmente —ser capellán del hospital, asegurarse un futuro estable y digno—, él renuncia.

¿Por qué? Porque ha descubierto que su vocación no pasa por “tener sitio”, sino por ser libre para Dios.

Esa libertad radical es la que, más tarde, traducirá en palabras como estas:

“Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas.” (Subida, I, 13)

La pobreza espiritual es, para él, no buscar seguridad fuera de Dios. La pobreza material, cuando se vive en fe, enseña justamente eso.

La pobreza como camino de amor

Juan no exalta el sufrimiento por sí mismo. Su experiencia mística —en Toledo, en Duruelo, en Granada— muestra que la pobreza solo tiene sentido como espacio de relación. Puede vivirse como privación vacía… o como apertura al amor.

La pobreza que propone Juan es esta segunda: la que limpia el corazón para amar a Dios sin apropiación y para amar a los demás sin dominarlos.

En la práctica, esto lo vivió de forma sorprendente:
• perdonando a quienes lo encarcelaron;
• defendiendo a religiosos que habían acusado injustamente a otros;
• viviendo siempre en sobriedad;
• compartiendo lo que tenía;
• cuidando a los más débiles en la comunidad.

La pobreza es, para Juan, un método de amor. Un modo de sacarlo todo de Dios
para poder darlo todo a los demás.

Pobreza: el lugar donde Dios habita

Quizá donde mejor se ve la comprensión sanjuanista de la pobreza es en sus poemas, que nacen precisamente del momento más pobre de su vida: la cárcel de Toledo. Allí, desnudo, enfermo, aislado, abandonado, compone los versos que han alimentado a generaciones:

“¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!”

En la oscuridad, Juan descubre que la pobreza no es ausencia de Dios, sino su espacio privilegiado. Allí donde no queda nada, Dios aparece como Todo.
Donde no hay apoyos, Él es roca. Donde falta luz, Él guía “más cierto que la luz del mediodía” .

En este sentido, Juan de la Cruz es un profeta para hoy: nos recuerda que la verdadera riqueza no está en acumular, sino en amar con corazón desocupado.

 Aventuremos la vida desde la pobreza sanjuanista

La pobreza de Juan de la Cruz es un desafío para nuestro tiempo, tan lleno de miedo a perder, tan obsesionado con asegurar. Él propone lo contrario: dejar que Dios sea Dios.

A la luz de su biografía, la pobreza es  verdad —no engañarnos sobre lo que somos—,  libertad —no quedar atados a nada—,  amor —dar sin exigir—, plenitud —encontrar a Dios en todo—.

Aventuremos la vida con Juan

Caminemos con él hacia esa pobreza luminosa que no empequeñece, sino que ensancha el corazón hasta hacerlo capaz de Dios.