San Juan de la Cruz, maestro espiritual

12 des. 2025 | Aventuremos la Vida

Con el inicio de los Centenarios Sanjuanistas —trescientos años de su canonización (1726) y cien años de su proclamación como Doctor de la Iglesia (1926)— la Iglesia y la familia del Carmelo se detienen a contemplar, una vez más, la figura de San Juan de la Cruz. No como un recuerdo del pasado, sino como un maestro espiritual para hoy, cuya palabra sigue iluminando los caminos del corazón humano.

San Juan de la Cruz no fue un pensador de despacho ni un místico aislado de la historia. Fue un hombre atravesado por la vida: por la pobreza, la enfermedad, los conflictos, las incomprensiones y la cárcel. Precisamente desde ahí —desde lo más frágil y humano— brota la fuerza de su enseñanza. Su autoridad no nace de teorías, sino de la experiencia: habla de Dios porque ha vivido de Dios.

Su magisterio espiritual se centra en una intuición sencilla y radical: el ser humano está llamado a la unión con Dios, y ese camino pasa por la purificación del corazón y por el aprendizaje del amor. Para Juan, la vida espiritual no consiste en acumular prácticas ni en buscar consuelos, sino en dejar espacio a Dios, despojándose de todo lo que no es Él. De ahí su insistencia en el desasimiento, en el “nada” que no es vacío, sino apertura total al Todo.

La originalidad de San Juan de la Cruz está en haber descrito con hondura el proceso interior por el que el alma madura en la fe. La noche oscura, tan citada y a veces tan mal entendida, no es un castigo ni un fracaso espiritual. Es un tiempo de purificación, de silencio, de aparente ausencia, en el que Dios trabaja en lo profundo, más allá de lo que se siente o se comprende. Juan enseña a no huir de la noche, sino a atravesarla con confianza, sabiendo que es camino hacia una luz más verdadera.

Por eso, su doctrina es profundamente esperanzadora. En un mundo que teme el vacío, el silencio y la espera, San Juan nos recuerda que Dios actúa también cuando no se nota, que la fe crece cuando se apoya menos en seguridades humanas y más en el amor gratuito. Su pedagogía espiritual es exigente, pero profundamente liberadora: invita a vivir con el corazón unificado, sin apegos que esclavicen, sin miedos que paralicen.

Al mismo tiempo, San Juan de la Cruz es un poeta del amor. Su lenguaje simbólico —la noche, la llama, el canto, el encuentro nupcial— no busca embellecer la fe, sino expresar lo inexpresable: la experiencia de un Dios que se comunica, que hiere de amor, que transforma. En sus versos y comentarios late una certeza: el destino último del ser humano no es la renuncia, sino la plenitud; no es la oscuridad, sino la comunión.

Celebrar los Centenarios Sanjuanistas es, por tanto, volver a escuchar a un maestro. No para repetir fórmulas, sino para dejarnos guiar. San Juan no ofrece atajos, pero sí orientación segura. Enseña a discernir, a perseverar, a confiar. Y lo hace con una palabra sorprendentemente actual para quienes viven hoy incertidumbre, cansancio espiritual o deseo sincero de Dios.

Este tiempo jubilar es una invitación a releer sus escritos, a saborear su poesía, pero sobre todo a aprender su actitud interior: humildad, verdad, libertad y amor. San Juan de la Cruz no quiso discípulos admiradores, sino caminantes. Personas dispuestas a aventurarse por el sendero estrecho del Evangelio, confiando en que, al final, solo el amor permanece.

Al iniciar estos Centenarios, el Carmelo y la Iglesia entera vuelven a poner en el centro su enseñanza esencial:
que Dios basta,
que la noche conduce al alba,
y que el corazón humano está hecho para arder en una llama de amor viva.

Aventuremos la vida con San Juan de la Cruz, maestro espiritual de todos los tiempos, y dejemos que su palabra nos acompañe en el camino hacia lo esencial.