Llevaba unos días débil, “bajoneado” como quien está desanimado. Él mismo se notaba extraño. Dos de sus hermanos vinieron a verle el día anterior. Comieron con él, lo animaron y se despidieron. Al día siguiente, domingo, 5 del último mes, el segundo de adviento, y se rompió “la tela del dulce encuentro”. Tanto el P. José Alberto como el H. Jesús fueron a visitarlo a las 7 de la mañana. Lo encontraron “flojillo” y quisieron llamar al médico, más el P. Conrado no lo creyó oportuno, y no quiso. Rezó con ellos el padrenuestro. Volvieron una hora después, y ya había fallecido; calcularon que sería sobre las 7’30 de la mañana, en su calma y celda tiernamente, mientras la comunidad oraba y cantaba las laudes al Señor que viene sobre las nubes del cielo.
Hacía unos 10 días que había pedido y recibido el sacramento de la Unción de enfermos, y con él otros religiosos de la enfermería burgense, también, lo recibieron. Y aunque no lo encontraban tan acabado, se extrañaron que lo pidiese él, que era tan animado. De hecho, cuando faltaban los superiores él se encargaba de realizar el oficio tanto en la capilla como en el refectorio o en otras partes, y a pesar de sus cercanos 93 años, realizaba su misión con aire de agrado.
El P. Conrado Luis nació en Villómar (León) el 19 de febrero de 1929. Hijo de Toribio y Pacienta. Era el mayor de sus diez hermanos. Cuando su padre iba a las verbenas de los pueblos comarcanos a tocar la flauta y el tambor, lo acompañaba sentado en la parte de atrás de la bicicleta, Luis (que así lo llamaba la familias) lo vivía gustando del instrumento musical y canto, para lo que disponía de cierta gracia y habilidad. De hecho, en las fiestas celebrativas, era fácil ver al padre Conrado en Rosario, sobre todo, con su cuaderno, cantar los temas clásicos del folclore español amenizando la reunión, y añadiendo algún chiste, que guardaba en el mismo libreto.
Contaba que cuando ingresó en el año 1940 en el Colegio Teresiano de Córdoba, realizó el trayecto en tren desde León a Sevilla y Córdoba. Hizo parada en los padres Carmelitas Descalzos de Zafra (Badajoz). Como el tren llegó ya de noche a la ciudad pacense, la puerta del convento ya estaba cerrada, y como no alcanzaba a tocar el timbre, pasó la noche sentado en el umbral conventual; contaba el hecho narrando lo pequeño que ingresó en el colegio Teresiano de Córdoba y la poca estatura que tenía. Fue precisamente el P. Severiano quien habló con su familia y lo animó para que marchase con los Carmelitas. Recordaba que fue el primer y más antiguo fraile que conoció.
Su noviciado y profesión se realizó en Úbeda el año 1945, el más pequeño del grupo, que lo fue siempre desde su ingreso en el Carmelo. Después, vendrían los estudios de filosofía y teología en los conventos de San Fernando y Córdoba, respectivamente.
Y se ordenó de presbítero el 29 de junio de 1952, también, su primer destino fue San Fernando. Al ir a su tierra a cantar misa, a la que no volvió desde que salió para el ingreso en el Teresiano, conoció al último de sus hermanos, al más pequeño. Y en el colegio Liceo Sagrado Corazón comenzó a realizar su pastoral como profesor mientras estudiaba magisterio en Cádiz, y hacía las practicas pedagógicas en el colegio Celestino Mutis, junto a las Murallas de San Carlos. Siete años de docencia que se prolongaron en el colegio Virgen del Carmen de Córdoba, al ser trasladado para reforzar este centro. Entonces era el único titulado de magisterio y convenía su presencia para la administración educativa, de ahí que siempre estuviese al frente de los más pequeños. También estaba animando a los pequeños desde la Cofradía del Niño Jesús de Praga y con la lotería de navidad, para disponer de fondos y organizar eventos.
Los cambios de mentalidad, en torno a los años 80, le resultaban complicados para la educación en el aula; probó suerte en las tierras argentinas. Primero en la ciudad de Mar del Plata, en la que ni alcanzó un año; fue destinado a Rosario (Provincia de Santa Fe). Aquí estuvo toda la estadía argentina hasta que regresó a Cádiz en 2008. Rosario para el P. Conrado era lo mejor del mundo, de la Orden y nada se podía comparar, sin igual. Su presencia en la comunidad, su ayuda en la parroquia y el enlace con la feligresía le daban un toque de originalidad que parecía que imprimía carácter en el fraile leonés.
En Cádiz, ocho años de “salada claridad”, dando sus paseos gaditanos en el autobús, gratuito por su jubilación (se comenzó la tramitación en 2009) comprando el periódico ABC en lugares diferentes para explorar la ciudad; aquí alcanzó el sueño deseado: cobrar la jubilación, y tener su pensión, aunque fuera no contributiva.
Efectivamente, lo que parecía imposible, su jubilación, llegó con los atrasos desde el mes de junio del 2010. Costó trabajo, pero entre el Director del Liceo y el Prior de Cádiz se pudo demostrar que el padre Conrado estuvo diez años seguidos en una localidad de Andalucía, cumplidos los 18 años de edad, con residencia fija. Lo que a simple vista era y es tan fácil, certificarlo no resultaba tan cómodo. Y entre las buenas amistades sanluqueñas e isleñas se logró la pensión no contributiva del fraile carmelita. Y ya sabemos: “nunca es tarde si la dicha es buena”, aunque sea a los ochenta y pico de años.
Aún le esperaba Málaga con su parroquia y confesionario para continuar su labor y misión pastoral. Fue un trienio entre adaptación, operación quirúrgica, y nuevo traslado a la enfermería de San José, de nuestro convento de Burgos. Cerca de su tierra leonesa y de su familia que aunque no estaba apegado le gustaba saber de sus hermanos, sobrinos y situación de los mismos.
Atrás quedaban sus clases de francés y de tantas materias impartidas a los niños; igual quedaban sus canciones de alabanza al Señor en los grupos de oración en los que él mismo se trocaba en alabanza; su afición por los vientos, los puntos cardinales, el sentido de orientación como las estrellas, constelaciones y satélites, que le embebían; la historia del Reino de León con sus reyes y descendientes, donde brillaban siempre “los Guzmanes”; la práctica del latín y sus sentencias destacando los textos sagrados; el gusto musical escuchando las buenas piezas con ese carácter medio tímido que no respondía casi nuca a la primera sino un poco después; atrás quedaba esa despedida cada día al terminar la misa: en compañía de Jesús, María y José podéis ir en paz. Todo quedó a un lado cuando marchó para Burgos.
En septiembre de 2020 se realizó su traslado a Burgos. Aquí, todo lo que se realizaba desde que llegó a la enfermería, lo celebraba y contaba como de primera mano, y no digamos su último cumpleaños. Se sentía tan pleno que parecería que el final no iba a llegar nunca de la culminación su carrera.
Ahora, seguro que en este tiempo de adviento, sigue “preparando el camino” para los demás, a las puertas de la Inmaculada y de San Juan de la Cruz, para estar con la cabeza levantada porque se acerca la liberación.
En sus 92 años de vida, 76 de profesión religiosa y casi 70 de ministerio sacerdotal ha servido a la iglesia de Cristo y a la Orden del Carmen desde los colegios de San Fernando y Córdoba (España) y las parroquias de Mar del Plata, Rosario, Cádiz y Málaga, aunque ante todo en Rosario.
Damos gracias a Dios por la vida y trabajo de este hermano. Acompañamos en el sentimiento a sus muchos hermanos, uno de ellos es agustino en Ponce (Puerto Rico), como a sus familiares y amigos, y a su comunidad de Burgos San José que le ha acompañado en el último tramo de su camino hacia el Monte de la perfección que es Cristo.
"Esta es nuestra confianza:
que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena,
la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús". (Filipenses 1, 5)
FVLF