Ha fallecido esta tarde a las siete. El P. Provincial ha acudido a su lado para acompañar a los hermanos de Sevilla, de Córdoba y a la familia de Myriam Alonso OCDS que le han asistido en el último periodo de su progresiva paralización por efecto del ELA.
El P. Luis Carlos Aguilera Ruiz (Fr. Luis Carlos de Jesús Abandonado) nació el 12 de junio de 1963 en Madrid. Ingresó en el postulantado de Córdoba en 1993. Profesó en Úbeda el 10 de setiembre de 1995 y se ordenó de presbítero en 2001. Después de completar su formación en Ávila, ha trabajado en Sevilla, en Las Ermitas y en Córdoba. Cuando la enfermedad de la ELA le imposibilitó, se trasladó a Sevilla donde ha completado su ministerio sacerdotal con su paciente adhesión a la voluntad de Dios que le ha pedido completar pronto su dolorosa ofrenda.
Se instalará la capilla ardiente en la Iglesia de las Carmelitas Descalzas de Sevilla y celebraremos sus exequias pasado mañana, 12 de mayo, en esa misma Iglesia de San José del Carmen (C/ Santa Teresa, 7. Sevilla).
"su Amado es esta música callada, porque en él se conoce y gusta esta armonía de música espiritual. Y no sólo eso, sino que también es la soledad sonora".
Ya nuestro hermano Luis "recibe esta sonora música, no sin soledad y ajenación de todas las cosas exteriores", y ya su Amado es para él es "música callada".
HOMILIA del P: MIGUEL MARQUEZ, Prepósito General.
Mi hermano Luis:
"Oí una voz que decía desde el cielo: '¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí (dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan'.”
Dichoso, Luis, feliz descansa en el Señor. Vive sin trabas y expande tu espíritu, extiende tu vida plenamente, para seguir regalando vida. Respira, camina, muévete a tus anchas, sube la montaña del Amado. Parte con plena fuerza para nosotros el pan de la comunión que nos haga hermanos. Y espéranos, que ya te echamos de menos, y el vacío de tu cama duele en el alma de tus amigos, que se alegran por tu vida nueva.
Llevamos muchos días, semanas y meses pensando que una noche llegaría el Amado y te traería a su ermita en la montaña, desde donde se divisa la ciudad, para sentarte con él a contemplar el maravilloso espectáculo: la vida por dentro, la belleza de cada criatura, la fe de cada creyente.
Querido Luis, nos mantienes la mirada serena y la sonrisa apacible calmando la aceleración de nuestros pasos inquietos y llamándonos a saborear la vida en cada instante. Imposible apartar de tus ojos la mirada, como cuando nos miran los niños y te devuelven la inocencia, sin miedo de ser nosotros mismos. Así nos mirabas y así nos miras ahora mismo convocándonos a estrenar la vida unidos.
Corazón ecuménico, universal, amigo, padre, compañero, maestro… alma que une para celebrar la vida en este ahora de salvación.
Sentados en la hierba de Córdoba me rebelaste un secreto: una enfermedad llamada ELA había comenzado su particular historia de amistad contigo. Y estabas dispuesto a recorrer esa aventura respondiendo al desafío diario con el temple y la elegancia de quien se dispone para desandar el camino por el desierto, como Elías, tu amigo, con aceptación, pidiendo ayuda y consejo.
Fue en más ocasiones del proceso de la enfermedad que pediste luz para saber cómo responder, dejándote acompañar. Sin rebeldías vencías las mordeduras de la parálisis que avanzaba lenta e implacable. En la compañía de tus hermanos de comunidad y de los amigos.
A base de escucha, acompañamiento y oración habías ganado el afecto de tantos y tantas que sentían en ti al amigo y maestro del interior.
La preocupación por tu madre quedaba a salvo en el cariño entrañable del amigo que la visitaba de tu parte enviándote el consuelo de vídeos en los que podías verla hablando con él como si fueras tú mismo.
Y apareció un Belén viviente en el que tejer y hacer nacer la vida en familia y comunidad, cotidianamente, mientras se desandaba el camino hacia el nacimiento más verdadero. Lento proceso de volver a ser niño que se deja. Ese Belén tenía también su María y su José, su Myriam y su José Antonio, y era posada de Dios, noche y día. Tenía su abuelita y su joven morena que se remanga para servir sonriente, y por el Belén pasaron muchos pastores que viven a la intemperie y venían a abrigarse a este hogar de encuentro y consuelo.
Y hubo siempre ángeles a tu lado. Ángeles de ojos claros que acudían a tu auxilio en el momento oportuno, con firmeza y agilidad, con maestría y destreza, para aliviar y serenar. Noches y vigilias como un sacramento de comunión. ¡Qué privilegio, Myriam y José Antonio!: tener un Jesús frágil, de carne y hueso, que fue haciéndose cruz y entrega. Y qué privilegio, Luis, tener María y José de carne y hueso ofreciéndose enteros.
Luis, guardo para siempre dos regalos tuyos:
1. Tu gesto en la misa, al partir el pan sin fuerzas, poniendo la forma entre los dedos que ya no daban para partir la pequeña parte de la Eucaristía. Identificado con la impotencia de Jesús en la cruz me hacías presente la mayor fuerza de la historia: el amor desnudo y desarmado, enseñándome el camino.
2. Tu abrazo sin fuerza en los brazos desde la cama, con la leve fuerza de un niño. Todavía guarda mi cuerpo la verdad de ese abrazo imborrable.
Doy gracias a Dios por mi hermano Luis, por el regalo de su vida para todos nosotros, por el Dios que se nos regaló en el sagrario de su vida.
Gracias a todos los que le habéis querido y acompañado, a todos los que le habéis sostenido en este tiempo y antes de la enfermedad. Luis es para nosotros un desafío, un impulso de vida, un reto de comunión y de escucha De Dios vivo en nuestra tierra.
Luis aceptamos en reto, con tu ayuda, empujamos tú ahora, danos la mano, enséñanos el silencio y la docilidad al Espíritu para aprender el camino.
Y mi última palabra es para quien no pidió nada y fue manos, pies, regazo y vela encendida en la noche. Myriam. No hay palabras, ni agradecimiento. Tú tampoco lo necesitas, porque has vivido a Luis como un regalo y tesoro para ti. Pero en Luis todos os hemos tenido, a José Antonio y a ti, como ternura de Dios y amor incondicional, madre, hermana, amiga… Gracias a Dios por ti. Que puedas, que podáis descansar y el Jesús vivo que se te regaló en Luis sea todos los días de tu vida, tu Alegría y tu aliento.
¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí (dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan.» Ap 14.