Enrique de Ossó, Catequista

27 gen. 2024 | Actualitat

En noviembre de 1998 la Sagrada Congregación  declaraba patrono de los Catequistas españoles a San Enrique de Ossó y Cervelló, sacerdote español del siglo XIX que hoy celebramos. Luis Resines, historiador de la catequesis, en su obra La Catequesis en España, presenta a Enrique Ossó como el iniciador “de la pedagogía catequética, es decir, de la rama de la pastoral que se ocupa —de una manera sistemática, reflexionada, teológicamente cimentada, y con todo el rigor de un conocimiento científico y sólido—  de elaborar criterios sobre la catequesis, es decir, sobre la práctica llevada a cabo”. Pablo VI en la homilía de su beatificación le llamó catequista genial.

Cuando siendo niño su madre le sugiere que su gran alegría es que fuese sacerdote, el la responde que quiere ser maestro. A lo catorce años, 1854,  muerta su madre quiere ser ermitaño, en Montserrat, y es aquí donde descubre su vocación de sacerdote: “Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y amor.

En su época de seminarista, durante las vacaciones de verano, organizaba catequesis para los niños de su pueblo, a los que pretendía hacer conocer y amar a Jesús, el mejor amigo, y a los que intenta enseñar a rezar a Dios. El mismo recordará en el prólogo a su obra  la Escuela de Santa Teresa que “yo también fui niño un día como vosotros, mis queridos niños, y amé y practiqué la religión como vosotros, porque tuve la dicha de tener padres religiosos que desde mi infancia me ensañaron a temer a Dios. En especial recuerdo que mi buena madre me hacía ser devoto de la Virgen y de los Santos, y me enseñaba a rezar el rosario y a leer buenos libros y piadosos, espirituales y devotos. Aún recuerdo con grandísima satisfacción, las lágrimas de ternura que derramaban mis ojos al leer estos libros buenos, y la grima que nos daban los judíos que en estampas veíamos cómo atormentaban a Nuestro Señor Jesucristo, y la indignación santa que se despertaba en nuestro corazón al ver así maltratado a la suma bondad, Cristo Jesús”. Una vez ordenado sacerdote, 1867, y retirado en su pueblo en 1869, tras la revolución de septiembre de1868 el seminario había sido  cerrado por un año, compagina el estudio, la oración y su pasión por la catequesis. En el curso 1869-1869, el obispo Benito Vilamitjana y Vila le ordenó que en Tortosa se “encargase de la enseñanza metódica y constante de la Doctrina cristiana a los niños”.

Ossó constata en la sociedad de su momento, con una religiosidad rutinaria, “la falta del conocimiento y amor de Jesucristo”, el mismo afirma que “se oye pronunciar el nombre de Jesús como si fuese una persona extraña”, que los cristianos no saben que es “ser discípulo de Cristo”.  Cuando se enfrenta a este ambiente se propone, por medio de la catequesis,  llegar a través de los niños a las familias y desde aquí a la sociedad. Es consciente que “la enseñanza y explicación del Catecismo es una función esencialmente sacerdotal, que no se puede abandonar a ningún seglar, aunque estos pueden ser también excelentes colaboradores”, en este sentido va a conseguir para su labor catequética la colaboración de maestros laicos y estudiantes del Seminario.

Comenzó el curso con 500 niños y niñas de Tortosa y sus arrabales y lo concluye con 800 niños acudiendo a la catequesis. En el curso 1870-1871, tuvo funcionando 8 secciones de catequesis, que funcionaban en distintas parroquia e iglesias y en donde recibieron catequesis unos 1.500 niños. A comienzos del curso 1871-1872 eran doce las secciones catequéticas que funcionan en Tortosa. Recomendaba a los catequistas que era “necesario hacerse amable…, cautivar la atención de los niños, hablando poco el Catequista, y haciendo hablar a los niños”.

Ossó solía reunir a los catequistas una vez a la semana para evaluar las sesiones que habían tenido lugar los domingos, rectificar los fallos, preparar conjuntamente la sesión de catequesis, estudiar juntos algún aspecto doctrinal, programar actividades conjuntas, orar juntos en cuanto catequistas, proponer y aceptar nuevos miembros activos, etc. Increíble tanta actividad.

Fruto de estos tres años al frente de la catequesis en Tortosa se “encargase de la enseñanza metódica y constante de la Doctrina cristiana a los niños. Frutos de los tres años, 1869-1872, que estuvo al frente de la catequesis en Tortosa y de haber creado un buen equipo de catequistas, el mismo se considera como catequista y guía de catequistas, es la publicación, en agosto de  de 1872, de la Guía Práctica del Catequista en la Enseñanza metódica y constante de la Doctrina Cristiana. Esta es la obra más importante que escribió en materia catequétca, al margen de la Guía tiene un acerca de la Masonría, Catecismo acerca de la Masonería sacado a  la letra de la Encíclica Humanum  genus de nuestro padre amantísmo León XIII, publicado también en Barcelona en  1884. Unos años más tarde publicará un catecismo social, también en Barcelona, publicará  Catecismo de los obreros y de los ricos, sacado a la letra de la Encíclica De opificum conditione de nuestro amantísimo padre León XIII, publicado en Barcelona en 1891.

Enrique de Ossó nos presenta la Guía como una serie de “reglas ya probadas”. En la Guía del catequista.  Al margen de los numerosos textos bíblico que cita, tanto del Antiguo, 38 citas. como del Nuevo Testamente, 91, nos encontramos textos de los Padres, San Agustín, San Jerónimo, San Basilio, San Cirilo de Jerusalén. Como autores eclesiásticos nos encontramos con Santo Tomás, San Francisco de Sales y San José de Calasanz. No faltan las referencias a los concilios y a los papas, pero la palma se lo lleva el: Catecismo de Trento, “que ha de ser libro de texto para quien quiera salir buen catequista”. Y nos encontramos la presencia de los catecismos tradicionales en el siglo XIX,  Belarmino y Astete, y como no podía ser menos, por lo leído que era en la época el de San Antonio María Claret.

La obra, que “se dirige a formar buenos y celosos catequistas”, consta de 13 capítulo y la conclusión, divididos en tres partes .

La primera parte consta de los cuatro primeros capítulos y tiene por finalidad presentar la importancia y la necesidad de la catequesis, ya que es la ocupación más importante de la Iglesia, y desde esta afirmación pretender hacer comprender que “Jesucristo, modelo del Catequista, no vino al mundo para hacer grandes discursos oratorios, sino para catequizar… Catequizó a los Apóstoles, a los judíos, y de modo especial a los niños…Los Apóstoles, a imitación de Jesucristo, no convirtieron al mundo con grandes discursos, sino haciéndose pequeños en medio de los pueblos para explicarles las verdades de salud como a niños… Y los más grandes ingenios y celosos obispos siguieron estos ejemplos”.

Repasa en el capítulo segundo la tradición catequética de España, “siempre floreciente, a excepción de nuestros días, que no son favorables a la Doctrina católica”. Termina el capítulo recordando a  los sacerdotes les recuerda que “la enseñanza y explicación del catecismo es función esencialmente sacerdotal, que no se puede abandonar”. A los seglares piadosos, a los maestros y maestras, que puede “ayudar a la regeneración de la sociedad… por la enseñanza de la Doctrina a la juventud”. A los seminaristas, los futuros sacerdotes, a los que denomina la juventud estudiosa,  les recuerda que serán propagadores del reinado  del divino Redentor, lo cual se lleva a cabo por medio “propagando su conocimiento y amor en las almas cristianas, en especial de la niñez, porque afianzar lo presente es triunfar del porvenir”. 

El capítulo tercero en un diálogo con los seminaristas pretende ayudarles a superar “las primeras dificultades de la carrera sacerdotal… a tener cierta destreza que solo se adquiere con la práctica”.

En el capítulo cuarto habla del catecismo que, como “la última esperanza de regeneración del mundo”,  debe ser “el primer cuidado del celoso sacerdote”. También habla de los niños que “serán un día padres de familia, empuñarán las riendas del gobierno de un pueblo”, y la importancia que tiene darles una buena educación cristiana, ya que ella es el “único secreto infalible para obtener la restauración social”.

La segunda parte, que comprende los capítulos del quinto al octavo, esta constituida por la parte doctrinal, que tienen por finalidad que el niño conozca y ame a Jesucristo. El capítulo quinto trata de la finalidad de la catequesis, que no es otro que “cautivar el corazón de los niños para formar con toda perfección la imagen divina de Jesús en los lienzos de su alma inocente. En una palabra, vestirlos del hombre nuevo y despojarlos del viejo, como encarga San Pablo”.

En el capítulo sexto Ossó diseña el perfil del catequista, el cual debe estar persuadido de que “sin Jesús nada puede hacer”, y la necesidad de  que  “ame a Jesús, que se una a Jesús, que viva de Jesús, y no ceje en este propósito hasta que con toda verdad diga con el Apóstol: Vivo yo, mas no yo, porque Jesús vive en mí”.

Habla de la importancia que tiene la formación del catequistas, ya que “nadie puede dar lo que no tiene”, por eso recomienda que “Antes de enseñar, debemos estudiar, aprender bien y mucho. Instrucción sólida, ideas claras, exactas sobre lo esencial del dogma y moral, sobre el símbolo, los Sacramentos”.

Finalmente destaca las tres características que deben adornar a todo catequistas. La primera es la oración, de ahí que recomiende que el catequista sea una persona piadosa, pues debe enseñar a orar a los niños. En segundo lugar recomienda al catequista que este lleno de dulzura y cordialidad: “Debe comenzar por ganarse el corazón de los niños y hacerse amar de ellos”. La tercera recomendación que da a los catequistas es que tengan un  “deseo vehemente de dar a conocer a Dios”, lo que diríamos pasión apostólica. El celo apostólico del catequista debe ir dirigido a todos los niños, peor de una manera preferencial Ossó recomienda a los niños inocente, a los niños pobres, a los niños que proceden de padres sin fe o viven rodeados de escándalos.

En el capítulo séptimo trata de los contenidos que deben enseñarse en la catequesis, que no son otros que los misterios principales de la fe, el credo, las virtudes teologales, los mandamientos, los sacramentos, los novísimos, las virtudes cristianas, el conocimiento de Jesucristo, que es  considerada como “la parte esencial del Catecismo que todos los Catequistas tomarán con decidido empeño… Feliz el catequista que sepa inspirar en el alma de los niños un  vivo conocimiento, un amor tierno hacia la persona de Jesús.”. 

El capítulo octava lo dedica a hablar de la santificación, que consiste en “formar a Cristo en el interior del niño”. Para Ossó no basta con enseñar doctrina, ya que “si el Catequista sólo enseña, ilustra el entendimiento, y no mueve el corazón, no lo santifica con ejemplos de piedad y virtudes, solo cumple la mitad de su obligación. La santificación de los niños debe ser, pues, el fin  al que el Catequista dirija sus esfuerzos”. Para alcanzar esta santificación recomienda el sacramento de la penitencia, en cuanto que ayuda al conocimiento propio, y la contemplación de la vida de Jesús, para conocerle  y seguirle.

La tercera parte, abarca los cinco últimos capítulos del noveno al décimo tercero. En el capítulo noveno habla de la metodología de la catequesis que debe ser “práctica, metódica y constante”. Recomienda el cultivo del canto, que es  “el alma del Catecismo”.  Recomienda que el catequista agrade y cautive al niño y, “para tener atentos y contentos a los niños”, pide que las instrucciones  sean breves, claras y amenas: “Las preguntas deben ser vivas, rápidas y variadas”. Recomienda que haga  hablar mucho a los niños, por el contrario pide  que “hable poco el Catequista.., pues unos a otros se escuchan con placer”.

En el capítulo décimo, debido a “la inconstancia y movilidad de los niños”, y ya que “aman la variedad y la novedad, y nada les gusta tanto como ciertos ejercicios que nunca han visto”, recomienda que las sesiones catequéticas, de hora y media de duración, se organicen de forma  variada, donde se alternen “canto, preguntas, explicación, recitación del evangelio del domingo, oraciones, plática”, para que los niños no se aburran, “no tengan ocasión de fastidiarse”.

Los tres últimos capítulos, del 11-13, tratan de las tres secciones de la catequesis: “El Catecismo de los pequeños, el Catecismo de los que están próximos a recibir la primera comunión  y el Catecismo de los que ya han comulgado, que llamaremos de perseverancia”. Ossó recalca la importancia del catecismo de perseverancia ya que “no se les debe abandonar a sí mismos al entrar en la pubertad, que es cuando más necesitados están de cuidados…” E insiste en que una vez pasado por esta catequesis es conveniente dirigir al adolescente a alguna asociación, ya que  “el nombre de Catecismo, cuando son de alguna edad mortifica su amor propio”.

En la conclusión, recuerda que la Guía práctica del catequista no es más que, eso, una guía a la que no hay que tarase, por eso llama la atención de no caer en la rutina “que se estaciona y no quiere salir del carril…, y hace despreciable a los adultos el aprender la Doctrina, y fastidia los niños, que abandonan el Catecismo o no van allí sino con disgusto y para más fastidiar al aburrido catequista”.

P. Luis Javier Fernández Frontela, ocd