Alba de Tormes no era desconocida para Teresa. Su hermana pequeña Juana de Ahumada, a quien ella, al quedar huérfana de padre, llevó consigo al monasterio de la Encarnación de Avila, y a quien quiso encauzar hacia el claustro, aunque el claustro no era para ella. Juana, de quien se dice que “estaba dotada de grandes virtudes que se le habían pegado de la compañía de su santa hermana” se caso, en 1553, con un vecino de la villa de Alba de Tormes, Juan de Ovalle, y aquí en Alba, en casa de su hermana, la Madre Teresa pasó alguna temporada.
Aquí nacieron sus sobrino Gonzalo de Ovalle, a quien ella ayudará a colocar como paje al servicio del Duque de Alba, y, en 1560, su sobrina Beatriz de Ahumada, bautizada en la parroquia de San Pedro, y a quien pusieron por nombre Beatriz, porque así lo quiso la Madre Teresa, y que, habiéndose educado entre sus tías, Doña Mayor y Doña María de Ovalle, monjas benedictina en el convento de Nuestra Señora de las Dueñas, donde “aprendió virtud y educación y le formaron un corazón sólidamente piadoso”, con el tiempo, profesará, en 1584, como Carmelitas en el Carmelo de la Encarnación de Alba de Tormes, más tarde pasará a los Carmelo de Ocaña, siendo una de las fundadoras, Toledo y Madrid, donde fallecerá en 1647.
La fundación de Alba de Tormes
La Fundación de Alba de Tormes, que la Madre Teresa narra en el capítulo 20 del Libro de las Fundaciones, se debe al contador del duque de Alba, Francisco Velázquez y su mujer Teresa de Láiz, y a la intervención como mediadores de Juana de Ahumada, hermana de la Santa y su marido Juan de Ovalle. De Teresa Laiz, nos dice la Madre Teresa, que era “de padres nobles, muy hijos de algo y de limpia sangre; tenían su asiento por no ser tan ricos como pedía la nobleza de sus padres, en un lugar llamado Tordillos, que es dos leguas de la dicha villa de Alba”.
Vuelta la Madre de Pastrana a Toledo, julio de 1569, recibe una invitación de su hermana Juana y su marido Juan de Ovalles para que vaya a Alba de Tormes donde la ofrecen fundar un convento de Descalzas, pero la invitación no prospero. Habrá que esperar a comienzos de 1571, a los dos meses de la fundación del convento de Salamanca, cuando la Madre Teresa de Jesús es nuevamente requerida por el contador del duque de Alba, Francisco Velázquez, de quien la Santa dice que era “hombre virtuoso y rico”, y de su mujer, Teresa de Layz, quienes, al no tener hijos, con su patrimonio pretendían fundar un convento de religiosas en Alba de Tormes. Persuadidos por un religiosos, “hombre de letras y calidad”, de quien la Madre Teresa no nos da el nombre, influyó para que se llevase a cabo la fundación de este convento.
La Madre nos dice que no tenía muchas ganas de hacer esta fundación, y la razón que daba es que al ser Alba un lugar pequeño, sus monjas no podrían vivir del trabajo de sus manos, sino que sería necesario tener rentas que permitiese vivir a la comunidad que allí se estableciese: “Yo no lo había mucha gana, a causa que, por ser lugar pequeño, era menester que tuviere renta, que mi inclinación era a que ninguna tuviese”. Y no cuenta la Madre Teresa que fue su “antiguo confesor y gran amigo”, el dominico fray Domingo Báñez, que por aquel entonces se encontraba en Salamanca, el que, riñéndola, la mandó que, ya que el Concilio permitía fundar con renta, “no sería bien dejarse de hacer un monasterio por eso”. Lugar pobre según la madre Teresa, pero la Villa, cabeza del señorío de la Casa Alba, situada en una colina de escasa altura en la margen derecha del Tormes, tenía por aquel entonces unos 770 vecinos, 10 parroquias y 11 anejos, así como algunas casas religiosas, Santa María de Dueñas de monjas benedictinas; Santa Isabel de religiosas franciscanas, así como frailes franciscanos y jerónimos
No fue fácil llegar a un acuerdo, “harto trabajo se pasó en concertamos”, escribe la Madre Teresa, la razón nos las da ella misma: “yo siempre he pretendido que los monasterios que fundaba con renta, la tuviesen tan bastante que no hayan menester las monjas a sus deudos ni a ninguno; sino que de comer y vestir les den todo lo necesario en la casa, y las enfermas muy bien curadas; porque de faltarles lo necesario vienen muchos inconvenientes. Y para hacer muchos monasterios de pobreza sin renta, nunca me falta corazón y confianza, con certidumbre que no les ha Dios de faltar; y para hacerles de renta y con poca, todo me falta; por mejor tengo que no se funden”.
Y ya que los fundadores “vinieron a ponerse en razón y dar bastante renta para el número” se pudo hacer la fundación”. El monasterio de Alba de Tormes se monasterio se funda con una renta anual de 100.000 maravedís y 150 fanegas de trigo, más 150.000 maravedís en juros sobre rentas en cinco leguas a la redonda a la muerte de los fundadores.
A finales de diciembre, y mientras se llevaban las negociaciones para la fundación, Teresa de Jesús, junto con Inés de Jesús, llega a Alba, hospedándose en casa de sus hermanos, el matrimonio Ovalle, en lo que hoy es el convento de los Padres Carmelitas. Ya en Alba hace llamar a monjas de distintas comunidades para forma la comunidad. De Toledo vienen Juana del Espíritu Santo, monja profesa de la Encarnación de Avila, participó en la fundación de Toledo y será la primera priora de Alba de Tormes, y Giomar de Jesús; de Salamanca, María del Sacramento, como subpriora; de Medina del Campo, Tomasina de Jesús, natural de Medina del Campo y una de las primeras profesa en este Carmelo de donde pasará a Salamanca, es sobrina de Teresa Láiz.
El 20 de diciembre se concede la licencia del obispo de Salamanca, Pedro González de Mendoza. El 24 de enero de 1571 se firma la escritura, por las que, Francisco y Teresa, ceden su casa de Alba, así como otras fincas colindante para convento de las Carmelitas, la firma se hizo ante el escribano Francisco de Gante. Firmaron la escritura Francisco Velázquez, Juan de Ovalle, a petición de Teresa Láiz, y la Madre Teresa de Jesús. Día después, 25 de enero de 1571, fiesta de la conversión de San Pablo, de quien la Madre Teresa era una gran devota, se puso el Santísimo Sacramento, siendo llevado procesionalmente desde la Iglesia parroquial de San Pedro. En la procesión participaron las monjas de la nueva fundación, el clero y los religiosos, franciscanos y jerónimos, de la villa, el pueblo de Alba y los fundadores, Francisco Velázquez y Teresa Láiz, a los que acompañaba la duquesa de Alba y la marquesa de Velada.
Con ello quedaba echa la fundación, en la casa donada Francisco Velázquez y Teresa Láiz, que a su vez se comprometieron a levantar “la capilla y el cuerpo de Iglesia y altares del dicho monasterio” y a dotar de la renta necesaria para que pudiesen vivir las monjas. Los fundadores pidieron que el monasterio se llamase de la Encarnación de Nuestra Señora del Carmen, y ser enterrados en la capilla mayor del monasterio.
No fueron largas temporadas las que pasó en Alba, pero en una de ella, a comienzos de 1574, escribe a la priora de Salamanca, Ana de la Encarnación, contándola lo contenta que se encuentra en Alba y lo agradable que es para ella la vista del río: “Tengo una ermita que se ve el río, y también adonde duermo, que estando en la cama puedo gozar de él, que es harta recreación para mí”.
Aquí en Alba conocerá a Antonio Gaitán que, al quedar viudo, acompañó a la Santa en el resto de sus fundaciones. Con él partió un 15 de marzo de 1574 a la fundación de Segovia, y de él nos dice que “en las fundaciones de adelante se ha de hacer mención de él, que me ha ayudado mucho y trabajado mucho”. Igualmente nos dice que, si tuviera que hablar de sus virtudes no acabaría, y dice la santa que “la que más nos hacía al caso es estar tan mortificado, que no había criado de los que iban con nosotras que así hiciese cuanto era menester. Tiene gran oración, y hale hecho Dios tantas mercedes, que todo lo que a otros sería contradicción le daba contento y se le hacía fácil”.
P. Luis Javier Fernández Frontela, ocd