Santa Teresa de Jesús tenía muchas virtudes y, entre ellas, destacaba la alegría y el buen humor. Por eso me ha parecido muy oportuno el hacer una pequeña reflexión sobre algunos de sus textos y destacar algunas notas de la alegría teresiana. María de la Encarnación nos dice que “era muy discreta, y alegre con gran santidad, y enemiga de santidades tristes y encapotadas, sino que fuesen los espíritus alegres en el Señor, y por esta causa reñía a sus monjas si andaban tristes, y les decía que mientras les durase la alegría les duraría el espíritu”.
Hay una anécdota según la cual yendo la Madre Teresa a hacer las escrituras de una de las fundaciones, preguntó al escribano, después de hechas, cuánto eran sus honorarios. A lo que éste le contestó con desparpajo:
-Solamente un beso.
Y la santa se lo dio, natural y sonriente, al tiempo que exclamaba:
-Nunca una escritura me salió tan barata.
Al pintor Fray Juan de la Miseria, quien la retrató le dijo: “Dios te perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste podías haberme sacado menos fea y legañosa”.
La vida de sacrificio y penitencia no la consideraba reñida con la alegría. Tanta importancia tenía para ella la hora de la recreación como la de la oración.
Teresa refiere que todos los dolores los pasó con gran conformidad, con gran alegría; porque todo se le hacía “nonada” comparado con los dolores que había padecido al principio de su enfermedad” (V 6,2). Bien, para empezar y como quien no quiere la cosa, Teresa nos está insinuando que hay en la alegría un aspecto evaluativo-valorativo-comparativo, que nos distancia del simple movimiento del ánimo en que el diccionario sitúa la alegría. Ese “todo se me hacía nonada comparado con” que nos dice, nos sitúa en un plano cognitivo, de pensamiento, de autorreflexión y búsqueda de puntos de vista que nos ayuden a reinterpretar nuestro estado interior y que emparentan la alegría con la reflexión y la discriminación más fina y sensible de la experiencia vivida.
Dicho lo anterior, demos un paso más en la misma dirección. En V 13,1 la Santa recomienda: “Procúrese a los principios andar con alegría y libertad, que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco”. A los principios, al medio y al fin, añadiríamos, porque siempre será necesaria la libertad de espíritu para no caer en la tentación de vivir repitiendo esquemas. La alegría teresiana se da en la libertad y se acompaña de sencillez. Carece de afectación y pose, es relajada, serena, sin presión, sin expectativas. Está libre de influencias negativas, es confiada y fluye transparente como las aguas de un manantial, si bien en F 14, 5 puntualiza que conlleva un “poquito de trabajo sabroso”, pero que deja de ser difícil una vez que nos la proponemos como meta. La verdad de la alegría teresiana está quizás en que es producto de una elección y acción sostenida de la voluntad, algo que requiere autoconciencia.
Una alegría que es fruto de la creatividad, la imaginación y la tolerancia, como señala al recordar el viaje fundacional a Sevilla. Cuenta la fundadora, que las hermanas bromeaban entre ellas. Algunas pensando que al entrar en los carros recalentados por el sol del verano andaluz entraban en el infierno (buena comparación, sí señor), otras, que era como sufrir martirio por amor a Dios. Estas estrategias imaginativas las mantenían, dice la Santa, “con gran contento y alegría”. Claro, a renglón seguido puntualiza que el grupito de monjas en cuestión era de las que ella consideraba “más a propósito”, o sea la flor y nata, ejercitadas en virtud y oración. Dicho de otro modo, esta alegría no se improvisa, ni la dan las circunstancias favorables o placenteras. Por el contrario es fruto de las virtudes ejercitadas.
La alegría, además es austera. No está en tener cosas, sino “en desear vivir y gozar de Cristo, para lo cual ayuda mucho vivir austeramente” (V 36, 30). Esta nota de la alegría teresiana será elevada a eslogan poético y pasará a la historia como su “Solo Dios basta”, compendio formidable del sentir teresiano sobre la alegría, que ella corrobora con el testimonio de la alegría de sus descalzas, cuyo estilo de vida es precisamente la austeridad.
En C 18,5 nos dirá que la tierra de la que brota la alegría es un corazón obediente y servicial. Bonito binomio. Es como si quisiera decirnos que no se trata de una obediencia cualquiera (ella describe algunas verdaderamente rocambolescas), sino de esa obediencia que se torna servicio, la cara más amable, afable y laudable de la obediencia teresiana, dicho sea de paso. Por eso su consejo se torna aquí casi una orden, un mandato, abriéndonos así a una perspectiva novedosa del obedecer: “anden alegres sirviendo en lo que les mandan”. Por decirlo en pocas palabras, es la alegría en la despreocupada ocupación del servicio a los demás.
Este corazón, obediente y servicial, “se alegra del bien ajeno más mucho que si te lo hacen a ti” dirá en 5M 3,11. Naturalmente hemos entrado de lleno en el terreno amoroso de donde me temo ya no saldremos, porque esta alegría es fruto del amor que quiere al otro como es, no como quisiéramos que fuera, pero que además no tiene envidia del bien ajeno pues lo vive como propio. Y para apuntalar bien lo que dice, afirma: “esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa”. Constituye la perfección del amor cuando este llega a ser incondicional.
Es también una alegría humilde y agradecida, como indica en V 35,12 cuando reconoce el valor de las hermanas: “porque yo no sabría desearlas tales para este propósito de tanta estrechura y pobreza y oración que ellas llevan con una alegría y contento que cada una se halla indigna de haber venido a este lugar”. Y es que uno se siente alegre, como Teresa y sus hermanas, cuando reconoce poseer un bien inmenso, un tesoro. Las palabras clave aquí son “reconocimiento” y “agradecimiento”. La alegría teresiana, parece acercarse así a la satisfacción de los deseos…pero no de cualquier deseo. Reconocer que hemos sido agraciados, supone el conocimiento previo de un bien deseado que al ser poseído provoca un contento alegre. Al dato conocido como un gran bien a nivel intelectual, se le une aquí el gusto de la vivencia que se vuelve gratitud.
Existe un aspecto que no dudaré en calificar de “novedoso” en la alegría teresiana y que llama poderosamente la atención. Lo medio descubrimos en un par de textos llenos de resonancias dolientes, me refiero a V 30,8 y F 27,17, donde escribe que teniendo salud, con alegría pasaba los trabajos corporales (se refiere al frío, al calor, el cansancio, la escasez de alimentos, las incomodidades, etc.). Es de verdad formidable este aspecto tan humano de una personalidad recia como la de la santa, que además nos abre al misterio de la enfermedad con los ojos compasivos con que requiere ser mirada.
Cuando a los dolores físicos agudos se unen las penas del alma…entonces, Teresa confiesa humilde y llanamente que se le olvidaba todo lo bueno y sólo recordaba en la memoria algo parecido a un sueño que termina causando confusión y duda y “empañando” la alegría. Sin mucho esfuerzo parece que nos asoma al misterio de la tristeza de Cristo cuando en su agonía gime sin atisbo ninguno de alegría, “¿Por qué me has abandonado?”…
Pero curiosamente, esta alegría teresiana no conoce el miedo a la muerte. Es más, se manifiesta privilegiadamente en ese momento. Así lo afirma en F 16,3. Toda la trama del Nombre de la Rosa discurre tratando de esconder el libro de la risa de Aristóteles. Se esconde el libro con la siguiente argumentación: La risa mata el miedo, y el miedo es la base de la religión.
Por todo lo anteriormente dicho, Teresa puede matizar el tipo de alegría que vive y que quiere sea un estilo de vida para sus seguidores/as. Entre sus Avisos encontramos perlas como estas: “Cuando estuvieres alegre, no sea con risas demasiadas, sino con alegría humilde, modesta, afable y edificativa” y también “Procure que se alegren las hermanas que lo han menester”.
El humor, el gracejo, el chiste, la broma no pesada, son para Teresa estrategias sencillas, quizás el lado más humano y asequible aunque en ningún caso exento de esfuerzo, de la alegría teresiana.
Con todos estos elementos ya podemos vislumbrar que la alegría teresiana puede llegar a ser una emoción, pero fundamentalmente es un estado. Es la capacidad de entender y vivir la vida en la plenitud de nuestra más honda humanidad. Es compatible con la escasez y los problemas de la vida, aunque los dolores físicos y morales pueden empañarla y reducirla. Es paradójica y aunque fluctúa, nadie nos la puede quitar y es bueno el recordar que, en todo momento y ocasión, es bueno andar con alegría.
Recapitulando. Si pudiéramos componer un himno a la alegría teresiana destacando las notas que la definen quedaría más o menos así:
La Alegría:
Hay que procurarla con libertad, sencillez y espontaneidad.
La alegría carece de afectación y pose.
Es relajada, serena, humilde y agradecida.
No es envidiosa y se fija siempre en el bien.
Es austera, obediente, servicial y ¡sufrida!
Se goza y satisface en el bien ajeno,
Nace del interior del corazón.
La alegría es creativa, imaginativa y no conoce el miedo.
Y es más fuerte que la muerte, como el Amor,
La alegría es plenitud, satisfacción de quien tiene a Dios,
Porque “SOLO DIOS BASTA”.
P. Eusebio Gómez Navarro, ocd