«¡Señor mío y Dios mío!»

15 Abr 2023 | Sin categorizar

Nos adentramos, un año más, en la celebración de la Pascua, un largo espacio de tiempo pero mucho que asimilar y celebrar. Pues este mensaje de la Pascua, el kerigma como se suele decir, esperemos que sabiendo de qué hablamos, es el contenido de la fe cristiana por excelencia: Dios ha actuado definitivamente en la historia y en nuestras vidas resucitando a Jesús de Nazaret y mostrándolo ante el mundo como el Mesías, el Señor, su Hijo unigénito entregado por la salvación de todos. Pero al hacer esto, para acercar a Cristo a todos y cada uno, ha tenido que ocultarlo, paradójicamente, a los ojos y a la escrutinio científico y cientifista. Pero aunque oculto en Dios y como Dios, para permitirnos seguir siendo libres, Cristo está en medio de los suyos, muy cerca de cada uno, se muestra, se deja encontrar, anima cada día la vida de los discípulos, está siendo accesible en la oración (primera lectura) y, sobre todo, en la celebración que comparten los suyos, como nos contaba el Evangelio. Porque el testimonio de la Pascua se traduce, como muestran los relatos con el Resucitado, en encuentros personales donde el mismo Crucificado que vive se revela a los discípulos, a cada uno como necesita para reconstruir la fe en Él y continuar el seguimiento, después de la ruptura de la muerte. Pero estos encuentros también se producen durante la celebración semanal de la comunidad, el que ahora es el primer día de la semana, recuerdo cada ocho días de la Pascua del Señor. El relato que hemos escuchado hoy tiene todos los rasgos que contribuyen, domingo a domingo, a fundar nuestra fe en la presencia y compañía de Jesús vivo para siempre. Se trata de una celebración comunitaria, en domingo, como nosotros. Los discípulos están «encerrados», por miedo a los de fuera y su persecución pero Jesús entra en medio de ellos sin ningún esfuerzo y les reitera su perdón por todo lo sucedido, deseándoles la Paz. También les recuerda los signos de entrega que permanecen en su cuerpo vivificado, especialmente las heridas de las manos y el costado. Les reitera la paz y los envía a continuar su misión de hacer presente la acción viva de Dios en medio de los hombres y para ello les entrega el Espíritu Santo, para que perdonen, en nombre suyo, los pecados o los retengan hasta que se produzca el arrepentimiento que da paso a la reconciliación. El relato es la introducción y contextualización del encuentro entre Jesús y un discípulo concreto, Tomás, apodado el «mellizo», quien, ante el anuncio del Resucitado, se niega a aceptarlo si antes no ve y toca personalmente al Resucitado. Y en la siguiente ocasión, Jesús se lo consiente, aun lo provoca, hace que sus dedos se introduzcan en sus heridas, de tal modo que la increencia o duda de Tomás se convierte en la mayor confesión de fe todo el Nuevo Testamento: Tomás, tras tocar al Verbo de Dios a través de las heridas (Ratzinger), le confiesa como tal, como su Señor y su Dios, como presencia personal divina cerca de Él y en medio de todos. Este es el verdadero mensaje pascual: en cada una de nuestras celebraciones, Cristo se hace presente, viene a cada uno y todos en la Palabra, nos renueva el Don del Espíritu y el envío a anunciar a todos que está aquí y, sobre todo, se une a cada una de nuestras vidas, de nuestras existencias mortales, en la Eucaristía, para conducirnos a confesarle como Quién Es, como tanta sencilla repite en una sencilla jaculatoria tras la comunión (yo la aprendí de mi madre): ¡Señor mío y Dios mío!

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 2, 42-47

Segunda lectura: 1Pedro 1, 3-9

Evangelio: Juan 20, 19-31