Nos adentramos, un año más, en la celebración de la Pascua, un largo espacio de tiempo pero mucho que asimilar y celebrar. Pues este mensaje de la Pascua, el kerigma como se suele decir, esperemos que sabiendo de qué hablamos, es el contenido de la fe cristiana por excelencia: Dios ha actuado definitivamente en la historia y en nuestras vidas resucitando a Jesús de Nazaret y mostrándolo ante el mundo como el Mesías, el Señor, su Hijo unigénito entregado por la salvación de todos. Pero al hacer esto, para acercar a Cristo a todos y cada uno, ha tenido que ocultarlo, paradójicamente, a los ojos y a la escrutinio científico y cientifista. Pero aunque oculto en Dios y como Dios, para permitirnos seguir siendo libres, Cristo está en medio de los suyos, muy cerca de cada uno, se muestra, se deja encontrar, anima cada día la vida de los discípulos, está siendo accesible en la oración (primera lectura) y, sobre todo, en la celebración que comparten los suyos, como nos contaba el Evangelio. Porque el testimonio de la Pascua se traduce, como muestran los relatos con el Resucitado, en encuentros personales donde el mismo Crucificado que vive se revela a los discípulos, a cada uno como necesita para reconstruir la fe en Él y continuar el seguimiento, después de la ruptura de la muerte. Pero estos encuentros también se producen durante la celebración semanal de la comunidad, el que ahora es el primer día de la semana, recuerdo cada ocho días de la Pascua del Señor. El relato que hemos escuchado hoy tiene todos los rasgos que contribuyen, domingo a domingo, a fundar nuestra fe en la presencia y compañía de Jesús vivo para siempre. Se trata de una celebración comunitaria, en domingo, como nosotros. Los discípulos están «encerrados», por miedo a los de fuera y su persecución pero Jesús entra en medio de ellos sin ningún esfuerzo y les reitera su perdón por todo lo sucedido, deseándoles la Paz. También les recuerda los signos de entrega que permanecen en su cuerpo vivificado, especialmente las heridas de las manos y el costado. Les reitera la paz y los envía a continuar su misión de hacer presente la acción viva de Dios en medio de los hombres y para ello les entrega el Espíritu Santo, para que perdonen, en nombre suyo, los pecados o los retengan hasta que se produzca el arrepentimiento que da paso a la reconciliación. El relato es la introducción y contextualización del encuentro entre Jesús y un discípulo concreto, Tomás, apodado el «mellizo», quien, ante el anuncio del Resucitado, se niega a aceptarlo si antes no ve y toca personalmente al Resucitado. Y en la siguiente ocasión, Jesús se lo consiente, aun lo provoca, hace que sus dedos se introduzcan en sus heridas, de tal modo que la increencia o duda de Tomás se convierte en la mayor confesión de fe todo el Nuevo Testamento: Tomás, tras tocar al Verbo de Dios a través de las heridas (Ratzinger), le confiesa como tal, como su Señor y su Dios, como presencia personal divina cerca de Él y en medio de todos. Este es el verdadero mensaje pascual: en cada una de nuestras celebraciones, Cristo se hace presente, viene a cada uno y todos en la Palabra, nos renueva el Don del Espíritu y el envío a anunciar a todos que está aquí y, sobre todo, se une a cada una de nuestras vidas, de nuestras existencias mortales, en la Eucaristía, para conducirnos a confesarle como Quién Es, como tanta sencilla repite en una sencilla jaculatoria tras la comunión (yo la aprendí de mi madre): ¡Señor mío y Dios mío!
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 2, 42-47
Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.
Segunda lectura: 1Pedro 1, 3-9
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe –de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego– llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
Evangelio: Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
–«Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó:
–«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. »
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
–«Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás:
–«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás:
–«¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo:
–«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.