Durante toda esta semana, la Octava de la Pascua, hemos estado recordando y celebrando los hermosos relatos que testimonian los encuentros de Jesús con los suyos. En ellos se reconoce una progresión: de las mujeres, siempre las primeras, que visitan el sepulcro y comprueban que el cuerpo de Jesús no está, pasando por los discípulos que acuden a ver y constatar que Jesús no ha desaparecido sino que ya no está allí, entre los muertos, sino que vive. En estos primeros encuentros no lo "ven" (Él no se deja ver) pues es necesaria la fe o una sospecha positiva de que lo increíble, aunque anunciado por Él, ha sucedido. Quien persevera, como María Magdalena, en su búsqueda de amor por Cristo, lo acaba encontrando y lo mismo, una vez más en primer lugar, las demás mujeres. Por fin, y es a donde hemos llegado ahora, Jesús "se deja ver", se muestra en medio de su comunidad y además lo hace o bien en el mismo día de la Resurrección (el primer domingo) u ocho días después, también en domingo, entonces. Desde el mismo comienzo, el hecho de ver y encontrar a Jesús se relaciona con el...