Tarde misteriosa ésta del Jueves Santo. Una gran distancia parece instalarse entre Jesús y sus discípulos, a pesar de que están juntos y se preparan a cumplir el gran banquete de Pascua. Jesús está a punto de dar su vida, y -según el evangelio de Lucas- parece que el litigio sobre quién es el más grande entre los discípulos tuvo lugar precisamente durante esta última Cena (¡curiosa contradicción!). Jesús se da cuenta de que nadie (quizá solo Judas) ha comprendido la gravedad de la situación. En ese contexto solemne, litúrgico, Jesús realiza gestos llenos de significado: parte el pan, comparte el vino: «este soy yo» -dice- y pide a los suyos que repitan ese gesto hasta el final de los tiempos, en su memoria. Comen todos. Beben del cáliz, sin entender demasiado el lenguaje criptado del Maestro que hoy parece más cansado de lo habitual. Así comienza Jesús su Pasión. La sangre que mañana -Viernes Santo- brotará de sus heridas, se mezcla con este vino de hoy, signo de alianza eterna, de una vida y un amor llevados hasta el extremo. Lo importante es quedarnos con sus...