«Tu hermano resucitará»

1 Nov 2025 | Aventuremos la Vida, Evangelio Dominical

En este domingo celebramos también la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, nuestros familiares, amigos, hermanos en la fe, ya fallecidos y por quienes, como cristianos, pedimos, encomendamos al Señor, precisamente, en la celebración de la Eucaristía. Es decir, que hoy aplicamos el Sacrificio de Cristo que motiva y da pleno sentido a que nos reunamos a dar gracias en su nombre por la eterna salvación de aquellos que ya murieron, muy especialmente por los que hemos conocido y hemos querido. Ciertamente lo hacemos apoyados en nuestra fe, en la Palabra de Dios que hemos leído y que nos invita, ya desde la Antigua Alianza, nos invita a orar por ellos y a presentar ofrendas para ayudarles a participar plenamente de la vida de Dios, meta absoluta de la existencia humana, pues cuando alguien fallece, a pesar de que haya celebrado esta misma Palabra y los Sacramentos, aunque haya muerto como enfáticamente se dice –o se decía– en las esquelas «habiendo recibido los Santos Sacramentos y la bendición de Su Santidad», nunca podremos saber lo que había en su corazón, eso sólo Dios lo sabe. Para remediar todo lo que pueda faltarles a estos hermanos en su entrega total al Señor, para que se puedan unir por completo a Cristo resucitado, oramos hoy y ofrecemos por ellos la Eucaristía. Porque, como nos enseña el libro del Apocalipsis, este mundo que vemos y hasta este cielo, pasarán, y vendrán un cielo nuevo y una tierra nueva. En esa nueva creación, desde ese nuevo cielo, desciende la nueva Jerusalén, ciudad santa, a la que Dios mismo proclama la morada de Dios con los hombres. Será ese lugar perfecto donde vivirán, por fin, en plena armonía Dios y los hombres, gracias a la transformación operada en cada hombre y en la entera creación por Cristo y su entrega, su muerte y su resurrección. En esta verdadera ciudad, no hay santuario, se nos dice, pues la presencia de Dios es más que evidente: allí todos le ven, están plenamente unidos a Él pues también son hijos de la resurrección. Obviamente, si cada uno miramos nuestras propias vidas y sus logros, especialmente en las dimensiones de amor a Dios y al prójimo (enemigos incluidos), por buenos que seamos, tendremos que reconocer que hay una gran distancia respecto de esta verdad que se tiene que cumplir al final. Hoy reconocemos esta infinita distancia entre lo que hemos logrado con nuestros medios y lo que disfrutaremos como regalo de Dios y sentimos la necesidad de disponernos a fin que sea la gracia de Dios en Cristo, su mismo Espíritu el que nos transforme, deshaga y queme en nosotros todas las oposiciones y obstáculos que ponemos. Vamos, que si alguno cree estar ya preparado para unirse al misterio mismo de Dios que lo diga y dé un paso al frente. Pues lo mismo que nosotros, con honrosas excepciones (por eso celebramos ayer el día de Todos los Santos, todos los que sí han sido incorporados a Cristo y a la nueva humanidad), todos estos hermanos de hoy, empezando por nuestros familiares y amigos, aunque sin olvidar a nadie, pues este es también el sentido de un día como hoy: pedir por todos aquellos que no tienen ya a nadie –por la razón que sea– que se acuerde de ellos ante Dios y su altar. Hoy también confesamos, ante todo, la Resurrección de Cristo, que nos llama a todos a vivir, desde ya, una vida nueva. Quien muere, quien ha muerto, como amigo de Cristo, en relación, en comunión con Él, no ha muerto para siempre. Quizá ya está con Él o está esperando su completa transformación, pero al rezar y encomendarles hoy afirmamos con fuerza nuestra esperanza en Jesucristo, la Resurrección y la Vida. Caminar con Él es hacerlo hacia la vida eterna, es vivir para Dios, es no perder nada de lo que entreguemos ni ningún esfuerzo que hagamos. Por último, en esta celebración, como en cada Misa, se adelante esta nueva Jerusalén, pues es la reunión de toda la Iglesia, de los que aún caminamos en este mundo y de los que ya han salido de él. Es, pues, un momento de encuentro con quienes hemos amado y podemos seguir amando, y sobre todo, a quienes esperamos volver a ver, todo gracias a Cristo, Señor de vivos y muertos. Todos, unidos, le confesamos, oramos unos por otros y nos alegramos en el Evangelio y la nueva vida en el Espíritu Santo.