«Todo el mundo te busca»

3 Feb 2024 | Evangelio Dominical

El Evangelio de Marcos nos anuncia a Jesús enfrentando directamente el mal, la enfermedad, todo aquello que oprime al hombre y le hace concebir y vivir su vida como cumpliendo un servicio (primera lectura), como un jornalero que solo espera de su existencia un poco de alivio o descanso, un poco de descanso o sombra o, al menos, el cobro regular de su salario, esto es, obtener algún fruto de todo su sufrimiento y disgusto. Job habla desde el dolor y sabemos por experiencia que cuando algo nos duele y perturba no podemos ser objetivos y la vida parece que pierde todo sentido. Pero es cierto que el mal y el dolor están ahí, aun en nuestro tiempo por mucho que se trata de ocultar, aparece una y otra vez, y no solo en las formas terribles de la violencia y la guerra que absurdamente creíamos «desaparecidas», sino en la enfermedad física y psíquica que es siempre una posibilidad a nuestras puertas. En la Escritura, que descubre los fundamentos de la realidad que es creación de Dios, se establece la relación entre pecado, mal y enfermedad. También es cuestión de sentido común: elegir el mal es un desarreglo que no sale gratis, que trae y provoca otros desarreglos más. Aun hoy nuestra mentalidad «cientifista» no se corta hablando de los efectos físicos de las actitudes y decisiones humanas. No se trata de discutir ahora el asunto sino de facilitar el contexto para comprender mejor la acción de Jesús. Si en nuestro tiempo con todos los adelantos de la ciencia médica nos sentimos a menudo desamparados ante la enfermedad, esto nos puede llevar a imaginar cómo era en la época de Jesús. La enfermedad tenía el campo libre, no había modo, ni para los más ricos y poderosos, de sustraerse a su influencia. La acción de Jesús irrumpe en este ambiente enfrentando directamente el mal tanto del cuerpo como del espíritu para mostrar el cambio radical que significa la llegada del Reino de Dios. Jesús pasa de la sinagoga donde ha hablado con una autoridad que no se veía ni oía desde Moisés a la casa de Pedro donde cura a su suegra que estaba con fiebre (otro tipo de demonio, como cualquier enfermedad que no tuviese una causa física directa). El texto apunta que, inmediatamente, ella se levantó y se puso a servir, otro indicio de cómo actúa la sanación que obra Jesús. Se cuenta después que al anochecer, acabado el trabajo, le llevaron todos los enfermos y endemoniados de la población y que Él los fue curando. Padecían muchos males y había también endemoniados. A aquellos los cura, a estos los expulsa y les impone silencio que «le conocen» y Jesús no deseaba esta «revelación». Queda claro que Jesús no cura mediante un poder sanador humano, sino que se quiere hacer entender que se trata del «dedo de Dios» (cfr. Lc 11,20) el que ha entrado en sus vidas. Pues es con Dios con quien Jesús se retira después y gran parte de la noche: «se puso a orar». Jesús, hombre, se mantiene así en comunión con fuerza y la autoridad de Dios. Él es su Hijo amado, el Verbo mismo encarnado (como sabemos por san Juan) pero en tanto que hombre necesita, como nosotros, «estar muchas a veces a solas» con quien se sabe unido, en su caso, con quien sabemos que nos ama, en nuestro caso, como escribió Teresa de Jesús. Su misión viene directamente de Él que ha decidido sanar y liberar para que nos demos cuenta de cómo interviene en la realidad y en nuestras vidas. He aquí, una vez más, la sustancia del Evangelio: Dios ha decidido y ha obrado la salvación, la redención e interviene en nosotros como quien es, el Creador y ahora también, el Salvador. No se trata solo de enseñanza, de influencia, de ideas y palabras, sino de la presencia viva y personal de Dios en Cristo que recorre toda Galilea, hoy toda nuestra tierra (gracias a tantos cristianos enviados) enseñando esta verdad y curando todo lo curable. Como en aquel tiempo, «todo el mundo lo busca», y nosotros que hemos sido encontrados, tenemos que hacerle presente con palabras, sí, pero sobre todo con obras y la vida entera.

Primera lectura: Job 7, 1-4. 6-7

Segunda lectura: 1Corintios 9, 16-19. 22-23

Evangelio: Marcos 1, 29-39