«Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cum­plirse hasta la última letra o tilde de la Ley»

11 Feb 2023 | Evangelio Dominical

Jesús es el nuevo Adán (Rm 5,14; 1Cor 15,45) pero no es para nada un «adanista», es decir, no vino a destruirlo todo y reconstruirlo después, no vino a cambiar esta realidad por otra, que tendría que ser figurada, sino a transformar de raíz, a devolvernos a nuestra naturaleza original, a recrear y rescatar todo lo que estaba arruinado o perdido pero respetando todo lo que existe. El asume y parte de lo que hay, de lo que se encuentra, de cada uno de nosotros y nuestras circunstancias. El Evangelio es para el hombre caído, pero no destruido, pues ya en la Escritura Dios mismo había rechazado la idea de destruir al pueblo o la creación y rehacerla de nuevo. Jesús, pues, no rechaza la revelación anterior, la Ley y los profetas, no la ha abolido sino que está aquí para llevarla a plenitud, para hacerla realmente efectiva, para que se cumpla y afecte a todo hombre, si cree y quiere; el Evangelio nos irá diciendo cómo y lo que implica. Pero que quede claro que lo que ya ha manifestado Dios y ha obrado, la creación y la alianza, se tiene que cumplir y hasta lo más pequeño y menos importante. Los que se lo salten o desprecien, los «adanistas», los que dicen ‘hasta que llegué yo nada se ha hecho bien’ no contarán en el reino de los cielos. Ahora, Jesús mismo es este cumplimiento y plenitud y eso es lo que lo cambia todo, es la Nueva Alianza pero que nace del corazón de la antigua. Creer a Cristo significa entonces «ser mejor» que los más «fieles» cumplidores de la antigua alianza, dejarse cambiar por la última y decisiva acción del Dios que obra en Jesús. Es Él lo decisivo, quien lleva de nuestra situación a la comunión plena con Dios y entre nosotros, la misma que se rompió en los orígenes. Jesús ejemplifica este cambio verdadero mediante unas antítesis, entre lo que era y lo que ahora es que muestran en qué consiste el «ser mejores». Así, no se trata solo de «no matar» (que ya es mucho) sino de valorar y amar realmente al otro como igual, como hermano. Sin los demás, ahora hermanos, no hay ofrenda, la amistad con Dios es una farsa. Es preciso construir la fraternidad en el cara a cara, con la verdad y el perdón. Y por eso los demás no están ahí para nuestro contento y disfrute: la mirada ofensiva, la mano, la intención con que usamos mente y cuerpo nos puede arrastrar a perderlo. Con la fuerza de Jesús se le tiene que poner límite y, mejor, hacerlo servir para acercarnos a la meta y plenitud de la vida, que es la comunión. No tenemos que temer «arrancarnos» esos hábitos negativos, tan aferrados a nosotros, porque es preciso «perder» lo que creemos tener para ganar la vida verdadera. Respetar no quiere decir dejar intocado lo que no se ajusta a la verdad. Jesús también corrige la Ley, para cumplirla. El divorcio, la ruptura del vínculo entre hombre y mujer sellado ante Dios, es un retraso no un avance, es despreciar la entrega mutua de los esposos sostenida en el amor de Dios. Y, al contrario, no se puede fundar la palabra del hombre en Dios, jurando. Lo que dice cada uno ha de estar sustentado por la verdad y coherencia de su vida. La verdad y realidad de Dios son para sostener lo que realmente importa: la entrega, el amor, el servicio.

Primera lectura: Eclesiástico 15, 16-21

Segunda lectura: 1Corintios  2, 6-10

Evangelio: Mateo 5, 17-37