Jesús es el nuevo Adán (Rm 5,14; 1Cor 15,45) pero no es para nada un «adanista», es decir, no vino a destruirlo todo y reconstruirlo después, no vino a cambiar esta realidad por otra, que tendría que ser figurada, sino a transformar de raíz, a devolvernos a nuestra naturaleza original, a recrear y rescatar todo lo que estaba arruinado o perdido pero respetando todo lo que existe. El asume y parte de lo que hay, de lo que se encuentra, de cada uno de nosotros y nuestras circunstancias. El Evangelio es para el hombre caído, pero no destruido, pues ya en la Escritura Dios mismo había rechazado la idea de destruir al pueblo o la creación y rehacerla de nuevo. Jesús, pues, no rechaza la revelación anterior, la Ley y los profetas, no la ha abolido sino que está aquí para llevarla a plenitud, para hacerla realmente efectiva, para que se cumpla y afecte a todo hombre, si cree y quiere; el Evangelio nos irá diciendo cómo y lo que implica. Pero que quede claro que lo que ya ha manifestado Dios y ha obrado, la creación y la alianza, se tiene que cumplir y hasta lo más pequeño y menos importante. Los que se lo salten o desprecien, los «adanistas», los que dicen ‘hasta que llegué yo nada se ha hecho bien’ no contarán en el reino de los cielos. Ahora, Jesús mismo es este cumplimiento y plenitud y eso es lo que lo cambia todo, es la Nueva Alianza pero que nace del corazón de la antigua. Creer a Cristo significa entonces «ser mejor» que los más «fieles» cumplidores de la antigua alianza, dejarse cambiar por la última y decisiva acción del Dios que obra en Jesús. Es Él lo decisivo, quien lleva de nuestra situación a la comunión plena con Dios y entre nosotros, la misma que se rompió en los orígenes. Jesús ejemplifica este cambio verdadero mediante unas antítesis, entre lo que era y lo que ahora es que muestran en qué consiste el «ser mejores». Así, no se trata solo de «no matar» (que ya es mucho) sino de valorar y amar realmente al otro como igual, como hermano. Sin los demás, ahora hermanos, no hay ofrenda, la amistad con Dios es una farsa. Es preciso construir la fraternidad en el cara a cara, con la verdad y el perdón. Y por eso los demás no están ahí para nuestro contento y disfrute: la mirada ofensiva, la mano, la intención con que usamos mente y cuerpo nos puede arrastrar a perderlo. Con la fuerza de Jesús se le tiene que poner límite y, mejor, hacerlo servir para acercarnos a la meta y plenitud de la vida, que es la comunión. No tenemos que temer «arrancarnos» esos hábitos negativos, tan aferrados a nosotros, porque es preciso «perder» lo que creemos tener para ganar la vida verdadera. Respetar no quiere decir dejar intocado lo que no se ajusta a la verdad. Jesús también corrige la Ley, para cumplirla. El divorcio, la ruptura del vínculo entre hombre y mujer sellado ante Dios, es un retraso no un avance, es despreciar la entrega mutua de los esposos sostenida en el amor de Dios. Y, al contrario, no se puede fundar la palabra del hombre en Dios, jurando. Lo que dice cada uno ha de estar sustentado por la verdad y coherencia de su vida. La verdad y realidad de Dios son para sostener lo que realmente importa: la entrega, el amor, el servicio.
Primera lectura: Eclesiástico 15, 16-21
Si quieres, guardarás los mandatos del Señor,
porque es prudencia cumplir su voluntad;
ante ti están puestos fuego y agua:
echa mano a lo que quieras;
delante del hombre están muerte y vida:
le darán lo que él escoja.
Es inmensa la sabiduría del Señor,
es grande su poder y lo ve todo;
los ojos de Dios ven las acciones,
él conoce todas las obras del hombre;
no mandó pecar al hombre,
ni deja impunes a los mentirosos.
Segunda lectura: 1Corintios 2, 6-10
Hermanos:
Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.
Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. »
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Evangelio: Mateo 5, 17-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado.
Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno.
Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. «
Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus votos al Señor».
Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir «sí» o «no». Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»