«Ningún profeta es aceptado en su pueblo!»

1 Feb 2025 | Evangelio Dominical

Escuchamos la continuación del texto del domingo pasado, la memorable presentación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, el lugar «donde se había criado». Tras hacer la lectura, como único pero demoledor comentario proclamó que en ese día se había cumplido aquella Escritura precisamente expuesta. Allí ante sus ojos, en aquel lugar, en aquel hombre que tan bien conocían había comenzado a hacerse realidad la profecía de Isaías. Esto significaba que los presentes habían escuchado el efectivo anuncio de liberación y gracia que Jesús había proclamado y que se dedicaría a hacer verdad, como nos enseña el resto del Evangelio. Pero, precisamente, en aquel lugar y momento, sus ojos, en principio admirados, comenzaron también a hacerse preguntas. Jesús, el hijo de José, el niño y el joven que habían visto crecer, se había autoproclamado como profeta, y eso como mínimo. Pues también Isaías, el autor original de esas palabras, había sido un profeta y Jesús había afirmado que cumplía en aquel día la palabra anunciada hacia tanto tiempo. Jesús les saca de sus dudas haciendo efectivamente de profeta y mostrando que conoce sus dudas y lo que están a punto de decirle: si eso es cierto, actúa aquí como hemos oído que has obrado en Cafarnaúm, donde has hecho tantos prodigios y curaciones. Pero, a la vez, los desengaña: no puede ser lo mismo porque no me veis como profeta ni creéis mi anuncio. Os pesa el hecho de que creéis conocerme, que pensáis que sabéis quien soy, pero aquí hay mucho más. Jesús, en consecuencia, predice proféticamente que le van a rechazar y así lo hacen. Les echa en cara lo mismo que todos los profetas han reprochado a Israel: que Dios nunca ha encontrado una fe firme en ellos hasta el punto de no haber «podido» afectar su historia, sus vidas. Así les recuerda a eminentes paganos, como la viuda de Sarepta o Naamán el sirio, que al contemplar un prodigio, una acción divina en sus vidas han comprendido y aceptado a Quien la había hecho, a Dios que en persona estaba actuando para ser creído y aceptado y así poder seguir afectando, salvando. Les está diciendo que ponen obstáculos a la acción divina, que aunque rezan, estudian la Escritura, muestran reverencia y piedad, se quejan de que no son escuchados, ayunan y se lamentan pero que, en el fondo, no se abren a la acción de Dios cuando Él les envía al Profeta a fin de cumplir todas sus promesas. Algo parecido nos puede pasar a nosotros, que nuestra cercanía a la Palabra, a los Sacramentos, en realidad, nos aleje de su verdadera acción en nuestras vidas, especialmente porque consideremos que estos medios ordinarios de su Presencia solo son eso, costumbre, ritos y no lo que son realmente: la acción más cercana, verdadera y efectiva de la Gracia y el Amor de Dios que debe ser, siempre, acogida en fe, libertad y completa disponibilidad.

Primera lectura: Jer 1, 4-5. 17-19

Segunda lectura: 1 Cor 12, 31 – 13, 13

Evangelio: Lc 4, 21-30