«Levántate, vete; tu fe te ha salvado»

11 Oct 2025 | Aventuremos la Vida, Evangelio Dominical

En el camino a Jerusalén y la culminación de su Misión, Jesús tiene muchos encuentros con todo tipo de pereonas, especialmente con pobres, enfermos y necesitados. Como durante toda su vida terrena, éstos acudían a Él, seguros de su acogida y de que iba a hacer por ellos todo lo que pudiera, desde curarlos hasta salvarlos, si se dejaban. En esta ocasión, se trata de diez leprosos, enfermos de un mal terrible y por si no era suficiente, malditos y expulsados de la sociedad, por el miedo casi irracional al contagio sí, pero sobre todo porque pesaba sobre ellos el castigo de Dios, cada uno sabría por qué o no. Por eso no vienen a su encuentro, cosa que tenían prohibida, sino que, desde lejos, le suplican compasión, misericordia. Saben quién es Jesús y que puede darles más que comida o limosna. En cuanto los vio, hizo como con tantísimos enfermos: curarlos y en este caso, además, los envío a los sacerdotes para que. junto a la salud, recuperasen su vida en la comunidad cuando fuese notorio que se habían curado. Le creyeron porque, efectivamente, se pusieron en marcha y por el camino, «quedaron limpios». Pero al ver que les había sido devuelta la vida, solo uno quiso agradecerlo y volvió. Todavía debía estar cerca porque lo oyeron gritar, postrarse y dar gracias a quién las merecía en primer lugar: Dios mismo. Después se postró a los pies de Jesús en una clara postura de adoración,.para darle las gracias por su intervención directa. Se trataba de un samaritano, es el único que ha vuelto para «dar gloria a Dios, a pesar de que es un no judío, un extranjero, a quien tenían por idólatra, cuando poco. Jesús muestra entonces con él que su verdadero objetivo va más allá de curarle una enfermedad y devolverle su vida: es salvarle, confirmarle que la fe que ha demostrado tener, le ha salvado, que Dios siempre estará con él gracias a esa fe que es mucho más importante que la salud del cuerpo, la cual se puede volver a estropear. en cambio ya no estará solo, tendrá constancia permanente de que ha sido salvado de que es hijo de Dios de que tiene que ser hermano de los demás. Es lo que le sucedió a Naamán, el sirio: buscando la curación, encontró la salvación, la presencia y compañía de Dios y también un pueblo de hermanos, aunque eso le es menos evidente. A eso ha venido Jesús, esa es la Misión que le lleva ahora hasta Jerusalén: asentar para siempre esta Presencia y esta Salvación y que cualquiera la pueda encontrar. Solo será preciso dejarse acoger, cuidar, curar y abrir el corazón para experimentar y entender que esa acogida y curación son un signo de que se ha encontrado la verdadera vida, el tesoro escondido e inesperado que conlleva dejarlo todo, convertirse, permitir que esa salud se extienda a todas las partes enfermas y que se creen abandonadas en nuestra vida. Alguien, Dios mismo en su Hijo, ha venido y se ha quedado para devolvernos la verdadera vida.