Iniciamos el tiempo llamado «ordinario» con un claro eco del bautismo de Jesús, en este caso, la versión de san Juan. Como los demás evangelios, Juan también une estrechamente la misión de Juan y la de Jesús, incluso desde el mismo prólogo (Jn 1,6-8.15) resumiendo así y desarrollando también su testimonio sobre Jesús (Jn 1,19ss). De hecho, el profeta entiende que el núcleo de su misión es anunciar y señalar después, entre los hombres, al que tenía que venir y que, por tanto, ya ha llegado. Su mismo bautismo de agua con todas sus implicaciones de obediencia a la palabra de Dios y conversión apunta hacia la definitiva intervención de Dios en la historia y la vida de los hombres que se tiene que dar en el Esposo que ya está entre ellos y quien Juan debe señalar. En el texto de hoy, confluyen todas estas declaraciones en la descripción del encuentro único y decisivo entre Juan y Jesús. Así, nada más que lo que lo ve ya lo identifica con «el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» y lo identifica con el mismo objetivo de su misión: «este es de quien dije… yo no lo conocía pero he salido… para que él sea manifestado a Israel». Y su testimonio va mucho más allá de lo «pedido» y esperado: este hombre concreto, Jesús de Nazaret, en realidad precede al profeta (más claro, agua, «existía antes que yo»), es el «cordero de Dios», aquel que viene a ofrecer el único sacrificio que restaurará la vida y las relaciones con Dios, que redimirá la creación y la vida de los hombres. Es el Esposo, aquel que tiene todos los derechos para quitar la sandalia a cualquiera porque está antes que todos y puede y quiere ejercer su derecho de rescatar, salvar, redimir a la esposa, que somos cada uno de nosotros, y la misma humanidad que ha asumido. Juan ofrece el testimonio definitivo al narrar que ha contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó y quedó sobre este hombre en concreto. Ese era el signo decisivo que pondría en marcha todo el proceso: este hombre tiene el Espíritu y así es el único que puede bautizar con Él y en Él, el único que lo puede hacer descender también sobre toda carne y toda vida humana. En fin, que este hombre concreto es el Hijo de Dios. Todo esto para tantos que dicen que los evangelios no hablan claramente de la verdadera realidad humana y divina de Jesús y no ponen ahí su principal fuerza y valor y la razón principal de nuestra esperanza y fe en Él. Pero se trata ahora, y siempre, de acoger, de creer a Juan y a los demás que testimonian quien es realmente Cristo y lo que viene a darnos.
Primera lectura: Isaías 49, 3. 5-6
El Señor me dijo:
«Tú eres mi siervo,
de quien estoy orgulloso.»
Y ahora habla el Señor,
que desde el vientre me formó siervo suyo,
para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel
–tanto me honró el Señor,
y mi Dios fue mi fuerza–:
«Es poco que seas mi siervo
y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel;
te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra.»
Segunda lectura: 1Corintios 1, 1-3
Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
Evangelio: Jn 1, 29-34
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
–«Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo:
–«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:
«Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. «
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»