Hemos escuchado otro fragmento de este «sermón de la llanura» tal y como nos lo refiere san Lucas, quien ha escogido de la tradición común las enseñanzas de Jesús según su propósito. En primer lugar, se marca a los creyentes cual ha de ser el limite de su amor: este debe llegar hasta los mismos enemigos. En la Escritura podemos hallar otras expresiones que invitan a no devolver el mal que nos infligen o q cuidar, hasta cierto punto, de la persona e incluso de los bienes de los enemigos (cfr. Ex 23,4-5) pero, hasta aquí, nunca un mandato directo como el de Jesús. Para entenderlo y así que nos ayude a vivirlo, hay que tener en cuenta que dicho mandamiento no se a todos sino a aquellos que unas líneas más arriba han sido declarados «bienaventurados», a esos «pobres» cuya dicha se apoya en que ya poseen el reino de Dios. Esto es: el reino ha llegado para quienes crean la proclamación de Jesús y asuman, en consecuencia, que la fuerza de Dios está aquí para salvar y redimir, no para ajustar cuentas. Como en otros domingos, la primera lectura nos ayuda a entender: la negativa de David a «hacer justicia» de su enemigo porque es el Ungido del Señor es lo que realmente muestra que es el elegido según la mirada y el corazón de Dios. De igual modo, y con muchas más razones, pues Jesús ya está entre nosotros y aquí se va a quedar, aceptar la acción de Dios y su reinado en nuestra vida implica no considerar a nadie como enemigo, aunque nos persiga o desprecie o, incluso, busque nuestra muerte. El discípulo de Jesús que no solo anunció esto sino que dio su vida para hacerlo realidad, es consciente de haber sido perdonado, de que él también era un enemigo: «Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…» (Rm 5,10), tiene ahora que tender la mano, a su vez, a esos otros que siguen siendo «enemigos» para que comprendan que también serán perdonados si se arrepienten. Para ello, hay que amar, perdonar, bendecir, aunque según el enemigo, haya que hacerlo a distancia, con realismo y precaución. Pero el discurso va más allá si cabe, señalando gestos y actitudes bien concretas e invita a soportar la violencia, el que nos desapropien, nos estafen o que se aprovechen de nosotros. La razón de esto no es porque seamos ingenuos o pensemos que todo el mundo es bueno, aunque sea en el fondo, sino que les estamos haciendo un anuncio y una oferta, les estamos llamando al arrepentimiento pero no mediante recriminaciones, advertencias o condenas sino mostrándoles, con nuestra vida y actitud hacia ellos, que hay una nueva realidad presente en este mundo. Podemos ver el alcance de esto en cómo ha entendido san Pablo estos mandamientos de Jesús (cfr. Rm 12,14-20): se trata siempre de no vengarse, de no responder, desde la experiencia de la gracia, conforme somos tratados y así «si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: actuando así amontonarás ascuas sobre su cabeza». Jesús enseña que vivimos los tiempos finales de la definitiva intervención de Dios. Tenemos que hacer todo lo posible por acoger el amor y el perdón de Dios que se derraman y derrochan en Jesucristo y manifestarlo a todos, mediante palabras adecuadas y convincentes pero, también, con nuestros gestos, actitudes y vida. Se trata, pues, de tratar a los demás como nos hemos visto tratados por Dios, esto es, con inmensa misericordia. El juicio no es nuestro, no vale la pena el tiempo dedicado a juzgar, porque no conocemos el interior de las personas y así no sirve para nada. Mejor que invirtamos el tiempo disponible en conocer la misericordia de Dios y en vivirla cara a los demás. Pero el juicio llegará, y todos seremos medidos de acuerdo a esa misma misericordia que hemos experimentado e intentado anunciar y transmitir, nosotros y nuestros enemigos.
Primera lectura: 1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23
EN aquellos días, Saúl emprendió la bajada al desierto de Zif, llevando tres mil hombres escogidos de Israel, para buscar a David allí.
David y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía, acostado en el cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían en torno a él.
Abisay dijo a David:
«Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir».
David respondió:
«No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?».
David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían, porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo.
David cruzó al otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una gran distancia entre ellos, y gritó:
«Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores, y que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor».
Segunda lectura: 1 Cor 15, 45-49
HERMANOS:
El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante.
Pero no fue primero lo espiritual, sino primero lo material y después lo espiritual.
El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; el segundo hombre es del cielo.
Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.
Evangelio: Lc 6, 27-38
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».


