Jueves Santo

28 Mar 2024 | Actualidad

Tarde misteriosa ésta del Jueves Santo. Una gran distancia parece instalarse entre Jesús y sus discípulos, a pesar de que están juntos y se preparan a cumplir el gran banquete de Pascua. Jesús está a punto de dar su vida, y -según el evangelio de Lucas- parece que el litigio sobre quién es el más grande entre los discípulos tuvo lugar precisamente durante esta última Cena (¡curiosa contradicción!).

Jesús se da cuenta de que nadie (quizá solo Judas) ha comprendido la gravedad de la situación. En ese contexto solemne, litúrgico, Jesús realiza gestos llenos de significado: parte el pan, comparte el vino: «este soy yo» -dice- y pide a los suyos que repitan ese gesto hasta el final de los tiempos, en su memoria. Comen todos. Beben del cáliz, sin entender demasiado el lenguaje criptado del Maestro que hoy parece más cansado de lo habitual.

Así comienza Jesús su Pasión. La sangre que mañana -Viernes Santo- brotará de sus heridas, se mezcla con este vino de hoy, signo de alianza eterna, de una vida y un amor llevados hasta el extremo. Lo importante es quedarnos con sus palabras del final: «Haced esto en memoria mía». Todo. Lo que celebramos en este Jueves Santo, y toda la vida de Jesús que ahí se resume y se concentra.

Jesús ha acompañado siempre su palabra con los hechos. Su enseñanza adquiría autoridad a partir de los gestos que la ratificaban. Por eso, en esta Eucaristía, que es la versión sacramental de lo que sucederá mañana en la cruz, se concentran ya todos los pobres, los desvalidos, los oprimidos (anunciados en la sinagoga de Nazareth) … que se preparan para acoger el maravilloso intercambio: de la opresión a la libertad, de la enfermedad a la liberación, de la muerte a la vida. No hablamos solo de signos, sino de un trueque existencial total, sin vuelta atrás. No solo físico sino también espiritual. Toda nuestra existencia experimentará esta gran operación del Espíritu.

Resalta la figura de Pedro, siempre lleno de celo por su maestro. Al ver a Jesús lavar los pies de todos, no puede contenerse: «No, Señor, tú a mí no me lavarás los pies»… (inconcebible, que el Maestro llegue a rebajarse tanto)… reducirse a siervo, el Mesías, a los pies de la humanidad… Y sin embargo, así tenía que suceder.

Cuántas personas de buena voluntad se avergüenzan o no aceptan que alguien les preste un servicio. Jesús, lo dijo y nos ha ido dejando huellas del estilo que quisiera ver de nuevo en sus discípulos: «Estoy en medio de vosotros como el que sirve». Para que también vosotros/nosotros vayamos y hagamos lo mismo. Toca dejarse amar, es el día del amor fraterno. Por eso, la cerrazón, el rechazo, la traición, las tinieblas consisten en rechazar a Dios que nos abre su corazón y su ser con todas las consecuencias.  

Hace falta algo más que nuestra mirada, quizá demasiado humana, demasiado a ras de tierra, para entender lo que celebramos en el misterio pascual, donde se realiza la profecía que hizo antaño el profeta Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo» (Ez 34,31-34) y viviréis.

Acojamos con gozo al Señor en este Jueves Santo: acojamos ese corazón nuevo, capaz de amar, de servir, de perdonar… Que su presencia eucarística nos transforme de lleno, para convertirnos también nosotros en pan partido, servicio sin cálculos, amor gratuito y vida entregada por todos.