Como cada año, desde que el Papa San Juan Pablo II en 1.997, instituyó el 2 de febrero como jornada de la Vida Consagrada, los consagrados celebramos en este día, juntos con otras muchas Congregaciones e Institutos, para que la Iglesia valore cada vez más el testimonio de las personas consagradas y estas renueven cuanto debe inspirar su entrega al Señor.
Este año lo hacemos insertos en un tiempo de gracia, como es el Jubileo 2.025 convocado por el Papa Francisco, cuyo lema es: «Peregrinos de esperanza», porque los consagrados, como todos los bautizados, se reconocen ciudadanos de la ciudad celeste: hacia ella se dirigen y ella misma «es anticipada en su peregrinación» (Benedicto XVI, Spe salvi).
«¡Qué hermosos son sobre los montes los pies de quien trae alegres noticias!» (cf. Is 52,7). Con estas palabras del profeta Isaías, queremos situarnos junto con toda la Iglesia bajo el signo de la esperanza que no defrauda (cf. Rom 5,5) para convertirnos en «peregrinos y sembradores de esperanza».
Al contemplar el cuadro de los dos ancianos, Simeón y Ana, como nos recordaba el Papa Francisco, queremos mirar con «paciencia en la espera», con sus «corazones «jóvenes» velando» sin «rendirse al derrotismo ni jubilar la esperanza», sino con asombro y admiración acoger al Salvador «en la novedad de su venida». Estas notas, nos recuerda a todos nosotros consagrados, la rica y generosa experiencia de muchos hermanos/as nuestros consagrados, pero a la vez nos exhortan a la imitación humilde, sana y radiante de estas actitudes y virtudes.
Algo esencial y fundamental en el consagrado es saber esperar en Dios, para no caer como nos recuerda el Papa Francisco en el «sueño del espíritu», vivir adormecidos, «almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción y la resignación», de modo que no nos afecte la parálisis de la acedia y la desesperanza. El algo que tenemos que saber descubrir o redescubrir todos nosotros «peregrinos y sembradores de esperanza» en medio del pueblo de Dios.
¿Cómo esparcir simientes de esperanza mientras peregrinamos hacia el reino de Dios que se anticipa en nuestro camino? Entre las semillas que podemos sembrar, vamos a fijarnos en dos: nuestra misión profética y las relaciones nuevas.
Misión profética. Cuando el Papa Francisco, convocó el Año de la Vida Consagrada (2015), nos invitaba que en medio de un panorama de dificultades que siguen estando hoy presente: la disminución de la vocaciones, envejecimiento, el relativismo, la irrelevancia… pues justamente ahí, entre todos esos aprietos, que no son exclusivos de la vida consagrada, es donde se tiene que levantar nuestra esperanza, que es fruto de la fe en el Señor. Ya que la esperanza que se fundamenta en Dios no se basa en los números o en la obras.
Por ello, no ceder a las tentaciones de la cantidad o eficacia, ni confiar en las propias fuerzas o atrincherarnos ante las debilidades. Recordemos lo que el Papa Benedicto nos decía un día como hoy hace unos años: «No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz —como exhorta san Pablo (cf. Rom 13,11-14)—, permaneciendo despiertos y vigilantes».
Vivamos despiertos y vigilantes, como el centinela que evita todo adormilamiento y comodidad.
Relaciones nuevas. Siempre tenemos que tener en nuestro costal semillas de relaciones nuevas. Relaciones generadas y regeneradas en el encuentro con Jesucristo. Saber descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarse, encontrarse, apoyarse, participar unos de la vida de los otros, haciendo realidad una verdadera experiencia de fraternidad.
Todo ello es esperanzador y las relaciones nuevas que nacen del encuentro primordial con el Señor, nos permiten crecer en esperanza a través de nuestra humanidad compartida. Así nos lo recuerda la Bula de convocación del Jubileo 2025, cuando nos dice que mirar al futuro con esperanza equivale a tener una visión de la vida con entusiasmo para compartir con el otro (n. 9).
Siguiendo la glosa de Hebreos que hace el papa Francisco en el último número de la Bula Spes non confundit (n. 25), para ser «peregrinos y sembradores de esperanza», los consagrados acuden al Señor y se sienten «anclados en la esperanza»; poderosamente estimulados a aferrarse, con toda la Iglesia, al «ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá del velo, donde entró, como precursor, por nosotros, Jesús» (Heb 6,18-20). Feliz Jornada de la Vida Consagrada para todos.
Fray Roberto J. Gutiérrez,ocd