Convertirse a Dios y al débil

4 Mar 2025 | Actualidad

Cuenta Galilea que un joven párroco había pedido ir a vivir a un barrio pobre. Sin embargo, tenía en su misma casa a un sacerdote  a quien lo ignoraba, perdía la paciencia con un incompetente sacristán  y toleraba de mala gana a la cocinera. Un día Dios le hizo descubrir que los pobres que buscaba los tenía en su casa y no los aceptaba.

No cabe duda de que el amar a los pobres y querer ser pobre es una gracia. Pero para llegar a ser pobre de verdad, aceptar la pobreza que se nos impone, es mucho más difícil.

Se dice de Pascal, que, no pudiendo recibir la comunión en su última enfermedad, pidió con todas sus fuerzas que le llevaran a su aposento un pobre enfermo para que fuera asistido con igual solicitud que él, a fin de que, no siéndole posible comulgar en la cabeza, pudiera al menos recibir a Jesucristo en uno de sus miembros.

María fue una mujer sencilla y pobre, abierta a Dios y a los necesitados.

Belén, la humilde aldea de Judá y María, la humilde doncella de Nazaret, se hacen hoy un solo símbolo de la fe cristiana: la pobreza de corazón, que consiste, fundamentalmente, en una disponibilidad total a la acción de Dios.  Esta disponibilidad hace que el ser humano esté siempre a la expectativa y alerta a la llamada de Dios,  como María  “Aquí está  la esclava del Señor”.

El pobre trata de descubrir los planes de Dios y de hacerlos suyos, vaciándose de sus propios intereses. Es el “esclavo del Señor”, el que se pone al servicio de la voluntad de Dios. El pobre tiene un alma delicada y extremadamente sensible, en constante tensión hacia el mundo y hacia los otros, para descubrir miles y miles de formas de servicio, desde una sonrisa hasta la donación de horas de trabajo o el desprendimiento de un bien o del dinero.

El pobre vive en libertad, en total disponibilidad al amor y al servicio fraterno, por medio de la renuncia al yo, a la comodidad, al narcisismo, al capricho que esclaviza.

El pobre evangélico es un hombre que quiere crecer conforme a la imagen del hombre pleno, Cristo, el Hijo del Hombre, conformado a imagen y semejanza de Dios

A pesar de que parezca una contradicción, la pobreza es una actitud o virtud eminentemente positiva y propia de temperamentos fuertes y decididos; exige de nosotros lo mejor de nosotros mismos; significa un salto decidido del egoísmo al amor, del yo al tú.

Se cuenta que Olof Palme le preguntó a Saraiva de Carvalho la razón de la revolución de los claveles en Portugal. “Para acabar con los ricos”, contestó ufano Carvalho. “Aquí, en Suecia”, contestó Palme, “todo lo hacemos para acabar con los pobres”. Quien ha optado por los pobres y vive como pobre, no es para acabar con los ricos, sino para elevar, desde su testimonio, la dignidad de cada pobre.

La Cuaresma es un grito permanente a la conversión de corazón que hace que uno vuelva a ser como un niño pequeño, en un esfuerzo continuo por buscar el reino de Dios y su justicia, es decir, por regular la propia vida según la nueva ley. La conversión es una gracia preparada siempre por la iniciativa divina que exige la respuesta humana a esta gracia.  

Jesús manifestó claramente que Él había venido “a llamar a conversión no a los justos sino a los pecadores”. Quien se convierte y cambia de vida, se llena de un increíble gozo, de paz y de libertad. Convertirse a Dios es, en definitiva, convertirse al hermano y hacerse débil con el débil.

P. Eusebio Gómez Navarro, OCD