28 de Noviembre 1568

28 Nov 2020 | Sin categoría

Parece mentira, pero fue en un lugar inhóspito y abandonado, desconocido para los más del siglo XVI (santa Teresa no acertó a dar con él en su primera visita de 1567, se perdió en aquel paraje…) allí donde comenzó a actuarse la reforma carmelitana para los frailes por obra de San Juan de la Cruz, que atendió a la iniciativa y a las razones de santa Teresa y se prestó para seguirla en esa empresa. Fue en Duruelo, una alquería en descampado de la provincia de Ávila, a no confundir con el pueblo de  Duruelo, Casasola, en la misma provincia, ni con el Duruelo de la Sierra, provincia de Soria que hace honor con su diminutivo a la cercanía del Rio Duero; tampoco con el Duruelo de la provincia de Segovia en la comarca del Duratón. El de nuestra historia carmelitana es mucho menos importante.

Hoy, el lugar al que nos referimos y que forma parte de tantas rutas teresianas y sanjuanistas ya no es tan desconocido, y entra también con todo derecho dentro del itinerario de la última ruta teresiana configurada “De la cuna al sepulcro” que tiene aquí una de sus paradas más significativas, pues está ligado a la presencia y al paso tanto de Teresa como de Juan de la Cruz. Del que hablamos ahora es, por tanto, un lugar teresiano-sanjuanista.

Hace más de 4 siglos

Santa Teresa que, después de comenzar la reforma de las monjas con el monasterio de San José de Ávila (1562), deseaba hacer lo mismo con los frailes, logró el permiso del General de la Orden Carmelita de poder fundar en Castilla dos monasterios de frailes carmelitas reformados (1567). Buscando lugar y sujetos para llevar a cabo la empresa fundacional, en Medina del Campo (1567) se topó con los primeros candidatos: el prior del convento del lugar, Antonio de Heredia, y el joven carmelita Fr. Juan de santo Matía, apenas llegado de la universidad de Salamanca con el fin de celebrar su primera misa en aquella villa de las ferias junto a su madre y familiares. El ofrecimiento de una casa de labor en Duruelo (que santa Teresa fue en persona a inspeccionar) por parte del caballero abulense Don Rafael Mejía completó ya la posibilidad de realización del proyecto reformador entre los hombres. No era mucho lo que tenía a disposición, pero suficiente como para comenzar a dar vida a ese ideal.

El día 28 de noviembre de 1568, que en aquel año coincidió con el Domingo I de Adviento, allí se puso en marcha la vida carmelitana reformada masculina con la renuncia y profesión de los dos primeros frailes descalzos, que para significar el nuevo estilo de vida, cambiaron incluso sus nombres religiosos, y así desde entonces serán conocidos como Antonio de Jesús y Juan de la Cruz. Y de este modo comenzó la reforma teresiana entre los frailes, que rápidamente se extendería a otros lugares de España. Y desde aquí, desde Duruelo también empieza Juan de la Cruz su tarea de formador e introductor a esta nueva forma de vida religiosa para tantos candidatos, hasta el punto de que se le considera como el modelo y primer carmelita descalzo, colaborador asiduo en la obra reformadora de la Madre Teresa.

Duruelo es, por tanto, la cuna, o como diría la madre Teresa, el Portal de Belén, de aquel proyecto de vida que completó su carisma fundacional, en el que entran monjas y frailes al servicio de la Iglesia y de la humanidad.

La cuestión es que la experiencia de Duruelo fue breve y muy pronto se abandonó aquel sitio que tenía el privilegio de ser el primer asentamiento carmelitano, pasando el convento al cercano lugar de Mancera de Abajo, donde el señor de aquella villa (de la familia ducal de Alba) les ofrecía una propuesta de edificio mejor y más capaz. Y así el 11 de junio de 1570 la fundación de Duruelo pasó a Mancera, diócesis ya de Salamanca, donde profesaron los primeros novicios de Duruelo y se pudo establecer la comunidad de forma más holgada, abierta ya a la incorporación de nuevas vocaciones.

Una estancia breve la de Duruelo (apenas un año y unos meses), pero que dejó en sus habitantes y en la tradición secular de la familia teresiana como un aprecio especial por aquel sitio y hasta una cierta nostalgia de aquellos días y de aquellas experiencias más originales. Siempre estaba el deseo (también en nuestros días) de volver la vista hacia atrás y mirar hacia Duruelo para entender lo que quisieron encarnar Teresa y Juan de la Cruz.

De hecho la Orden volvería al lugar construyendo y fundando un convento en forma allá por el año 1639, el cual duró hasta la exclaustración del 1836, y del que queda aún en pie parte del edificio, p.e. , la parte más visible de su claustro carmelitano. La Madre Maravillas de Jesús en el siglo XX se propuso recuperar estos primeros lugares teresiano-sanjuanistas, y así fundaría monasterio de monjas en ambos sitios: en Mancera (1944) y en Duruelo (1947), monasterios femeninos que mantienen hoy la presencia carmelitana en estos sitios históricos.

No está de más recordar el carácter memorial que tiene todavía Duruelo, más que otros sitios, para entender al personaje, la obra escrita y doctrina de Juan de la Cruz. Y los peregrinos de nuestros días, que precisamente se precian de prescindir de los medios modernos de comunicación para recurrir al gesto ancestral de caminar para seguir las pisadas de Teresa y de Juan de la Cruz, deben acercarse a este lugar desde esta estética de la austeridad y de la negación que ofrece aquí el paisaje castellano. Es más, la peregrinación a pie ayuda mejor que otras formas a entender la perspectiva mística del entorno y paisaje de Duruelo y Mancera de Abajo.

Lástima que no nos hayan llegado noticias y detalles de aquellos días tan densos de los comienzos, pero no le faltaba la razón a Juan de la Cruz para no quitar importancia a lo allí sucedido, porque en este caso el silencio vale tanto o más que la crónica. Pues también esto forma parte del silencio de Duruelo, y así lo deberían entender los peregrinos de hoy. Juan de la Cruz prefiere hechos, callar y obrar, como consta en la leyenda de aquel retrato de él que se conserva en Alcalá de Henares.