Hasta el domingo pasado, la Palabra de Dios nos invitaba a comprender y redescubrir siempre la presencia de Cristo vivo, resucitado, en medio de los suyos, de su Iglesia, gracias a esos relatos únicos que llamamos de las «apariciones», verdaderos encuentros de Jesús con los suyos después de resucitar y hasta la Ascensión. A partir de hoy, la atención se desplaza más hacia la iglesia, esa comunidad y familia que ha de anunciar y hacer presente con su vida el Evangelio en medio del mundo y de todos los tiempos. Está comunidad, que somos nosotros, continúa la Misión de Jesús y hoy se nos recuerda que podemos contar, en todo momento, con su presencia, su protección, su dirección, porque Él es el Pastor que nunca ha cedido ni cederá ese vínculo especialísimo que tiene con cada uno y con su pueblo y que se sostiene en todo tiempo y circunstancia. Respecto a esto, estamos viviendo unas semanas muy especiales desde que murió el anterior Papa, Francisco. La Iglesia, por medio del colegio de cardenales y con la ayuda inestimable, como en todo, del Espíritu Santo busca al nuevo Pastor terreno, aquel que sustituye por 267 vez a Pedro, el Apóstol elegido por el mismo Jesucristo. Como decía el Evangelio, es el mismo Cristo a quien escuchan los creyentes pues El nos conoce ya que ha dado la vida por nosotros y para que podamos vivir como familia pero ha elegido a algunos como pastores que le representan humanamente en este mundo y mientras haya historia y estos han de esforzarse ante todo por estar muy cerca de Él, por seguir con toda su vida sus pasos. Jesús mismo lo ha hecho posible, asentado las bases mediante el sacramento del orden: Él mismo crea un vínculo irrompible entre su persona y el pastor consagrado a fin de que este discierna, conozca usando los medios que todos tenemos a nuestra disposición y su especial vinculación sacramental, cual es la voluntad del Padre para su pueblo que en ese momento y circunstancias concretas. Por eso el Pastor está por encima de nosotros, para así podernos ayudar realmente; la iglesia no es una masa indiferenciada o una horda, sino un pueblo ordenado a través de la Palabra y la obra de Su verdadero Pastor y de la presencia, servicio y entrega de esos hombres elegidos por Él y cuyo objetivo ha de ser el mismo que tiene el Pastor supremo: que nos dispongamos con todos nuestros actos a recibir de Él la vida eterna, esto es, que pueda llevarnos a nuestra meta, mucho más allá de cualquier ‘paraíso’ terreno: participar de la misma vida de Dios. La tarea se acompaña de una promesa: quien siga al pastor que sigue a Cristo no perecerá, podrá sentir de verdad que es guiado y cuidado por el mismo Dios, quien no permitirá que sea arrebatado de su mano. Y esto es realidad precisamente porque el Pastor supremo comparte con el pastor terrenal lo que el padre le ha dado: su capacidad de entrega y demostrar con su vida que Dios mismo le envía a través de Cristo. Y así como el Padre y el Hijo son uno, el pastor terreno hace históricamente a la iglesia, a la comunidad también una. Y al ser una con Dios, es también casa de todos, para vivir juntos y plenamente la redención, el gran regalo de Dios en Cristo. De un modo concreto encomendemos este día a nuestro querido P. General, Saverio Cannistra que este domingo será consagrado arzobispo de Pisa y también, sobre todo, al nuevo Papa León .XIV, para agradecer su elección, su sí, su generosidad de cargar con esta tarea esencial de confirmar nuestra fe y sostenerla en comunión con el Verdadero Pastor, Jesucristo.
Primera lectura: Hch 13, 14. 43-52
EN aquellos días, Pablo y Bernabé continuaron desde Perge y llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
Muchos judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, que hablaban con ellos exhortándolos a perseverar fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
«Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”».
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio.
Éstos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Segunda lectura: Ap 7, 9. 14b-17
YO, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y uno de los ancianos me dijo:
«Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo.
El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos».
Evangelio: Jn 10, 27-30
EN aquel tiempo, dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno».