En el tercer domingo del Adviento, muy adelantados pues en la preparación de la venida de Cristo, la Palabra se centra en su precursor, en aquél que fue elegido para anunciar de modo inminente la presencia de Jesús como lo que fue, es y será: siempre presencia histórica y concreta, cercana y real en la iglesia y junto a cada uno de nosotros. El texto evangélico de hoy se toma de Juan –durante todo este año Juan «ayudará» a Marcos– y se trata del testimonio del Evangelio sobre el Bautista. Este testimonio nace y se enraíza en el Prólogo del IV Evangelio, un hermoso poema que revela que la Buena Nueva surge de su fuente más propia, del mismo ser de Dios. Lo que Dios es se manifiesta y revela hacia nosotros, viene en el mismo Verbo que es Dios, hecho carne nuestra para manifestar su gracia y su gloria. En este movimiento divino de revelación y presencia se inserta un hombre, Juan, enviado directamente por Dios como testigo de la luz y con la misión de que todos vinieran a la fe. Él sabía y declaraba que no era la luz misma, sino sobre todo, y apenas, su testigo. Así lo proclamó, según el Evangelio, frente a esa «comisión» de sacerdotes y fariseos, de «especialistas» que le envían desde Jerusalén. Estos le preguntan directamente quién es y él responde, también yendo al grano, que no es el Mesías, el esperado, quien tenía que venir de parte de Dios. Hasta aquí es fácil, pero la comisión no se contenta y sigue investigando pero Juan responde a todas las preguntas que no: no es Elías redivivo o reciclado y tampoco el Profeta de los tiempos finales, el Último y definitivo Profeta. Ya más tranquilos, se ellos se temían que alguna de estas preguntas tuviese una respuesta positiva, debido a las implicaciones prácticas que tendría y no tanto a la búsqueda de la verdad. De todos modos esta comisión, como todas, necesita datos para llegar a una conclusión, para responder a quienes los envían y por eso le preguntan quién eres, qué dices de ti mismo. Y Juan responde con palabras de otro profeta, del Gran Isaías: «soy la voz que grita en el desierto». Juan es el nuevo Isaías, pues, y anuncia, actualizado, lo mismo que este profeta del siglo VI: «allanad el camino del Señor». Es decir, se trata del Señor que viene, como entonces, de modo concreto e histórico y se trata de prepararle el camino. En aquella ocasión, fue el segundo éxodo, el retorno de Babilonia a la Tierra, una vez cumplido el tiempo del castigo y la purificación. Toda intervención de Dios significa su venida entre nosotros, su actuación efectiva en la historia pero ahora se trata del éxodo definitivo: Dios viene para llamarnos, definitivamente, del pecado, el mal y la muerte. Por eso Juan bautiza, como él mismo responde a los fariseos de la comisión, muy interesados por el tema de la pureza y las abluciones: el bautismo de Juan anuncia, es preparación y figura concreta de quien viene a hacer realidad este éxodo definitivo, a quien trae el Bautismo que nos lleva a esa verdadera meta de nuestra vida que es la comunión plena con Dios y entre nosotros, para siempre.
Primera lectura: Isaías 61, 1-2a. 10-11
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren,
para vendar los corazones desgarrados,
para proclamar la amnistía a los cautivos,
y a los prisioneros la libertad,
para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor,
y me alegro con mi Dios:
porque me ha vestido un traje de gala
y me ha envuelto en un manto de triunfo,
como novio que se pone la corona,
o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes,
como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia
y los himnos ante todos los pueblos.
Segunda lectura: 1Tesalonicenses 5, 16-24
Hermanos:
Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.
Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Evangelio: Juan 1, 6-8. 19-28
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
– «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas:
– «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron:
– «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo:
– «No lo soy.»
– «¿Eres tú el Profeta?»
Respondió:
– «No.»
Y le dijeron:
– «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó:
– «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
– «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió:
– «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.