En el camino hacia Jerusalén y la culminación de su obra, también hay tiempo para la instrucción. Jesús tiene aún mucho que comunicar para que los discípulos lleguemos a ser como Él. En esta ocasión se trata de algo esencial, de la oración, quizá el principal medio para sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra, que el corazón del discipulado como vimos en el evangelio del domingo anterior. Desde luego, el mismo Jesús oraba y mucho, tenía que hacerlo para mantener viva la comunión con su Padre. Gracias a ella, experimentó como nueva y única su relación con Dios y entendió que esa relación era también decisiva para todas las personas pues ella realiza, de forma nueva e irrevocable, la proximidad de Dios. Orar al Padre es uno de los mejores modos de comprobar cómo, en Jesús, se ha acercado a todos nosotros. Ya antes, en la alianza, era un signo especialísimo de la confianza y cercanía de Dios.
En la primera lectura, Dios comunica a Abrahán sus planes y hasta los discute con su amigo, con aquel que le ha acogido y cree y confía en Él. Abrahán, al final, no puede cambiar estos planes pero Dios escucha y considera sus razones hasta que Abrahán se detiene. Jesús enseña, nos enseña, a orar como discípulos suyos, mediante el “padrenuestro” que resume su proclamación del reino como proximidad y cumplimiento de las promesas divinas. Pedimos que este Dios se siga acercando, en su persona y su reino, que nos llegue ya ese pan que se reserva para los días finales, que recibamos el perdón para poder perdonarnos unos a otros, construir juntos una nueva fraternidad que se funde en la intervención directa de Dios en Jesús. Para lograr estos fines, la oración ha de ser perseverante, continua, para que nos acerque, de verdad, al conocimiento de Cristo, del Padre en el Espíritu que nos ha sido concedido. Solo frente a frente con el Dios que se manifiesta en Jesús descubriremos hasta donde está dispuesto a llegar, hasta qué extremo de amistad y confianza desea introducirnos, mucho más allá de darnos lo material –que ya es nuestro–, desea comunicarse a sí mismo, si bien no puede hacerlo hasta que nosotros mismos no nos demos del todo a Él.
Primera Lectura
Lectura del libro del Génesis 18, 20-32
En aquellos días, el Señor dijo:
–La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.
Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:,
–¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable– ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo ¿no hará justicia?
El Señor contestó:
–Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.
Abrahán respondió:
–Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?
Respondió el Señor:
–No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.
Abrahán insistió:
–Quizá no se encuentren más que cuarenta.
–En atención a los cuarenta, no lo haré.
Abrahán siguió hablando:
–Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta ?
–No lo haré, si encuentro allí treinta.
Insistió Abrahán:
–Me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si se encuentran veinte?
Respondió el Señor:
–En atención a los veinte no la destruiré.
Abrahán continuó:
–Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se
encuentran diez?
Contestó el Señor:
En atención a los diez no la destruiré.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 2, 12- 14
Hermanos:
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo
y habéis resucitado con él,
porque habéis creído en la fuerza de Dios
que lo resucitó.
Estabais muertos por vuestros pecados,
porque no estabais circuncidados;
pero Dios os dio vida en Cristo,
perdonándoos todos los pecados.
Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas
y era contrario a nosotros;
lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.
Evangelio
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 11, 1-13
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
–Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
El les dijo:
–Cuando oréis decid: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.»
Y les dijo:
–Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle:
«Amigo, préstame tres panes,
pues uno de mis amigos ha venido de viaje
y no tengo nada que ofrecerle.»
Y, desde dentro, el otro le responde:
«No me molestes; la puerta está cerrada;
mis niños y yo estamos acostados:
no puedo levantarme para dártelos.»
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará,
buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá;
porque quien pide, recibe,
quien busca, halla,
y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?