«Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios»

23 Mar 2024 | Evangelio Dominical

Hoy iniciamos este revivir anual del corazón de la fe cristiana, la Pascua del Señor Jesús. El domingo de Ramos en la Pasión del Señor nos introduce ya, de lleno, en el misterio de la entrega completa hasta la muerte del hombre Jesús de Nazaret, que había anunciado y hecho presente el Reino de Dios mediante la predicación del Evangelio y los signos que realizó para confirmarlo y hacer ver que estaba sucediendo la definitiva intervención de Dios en la historia humana. Se trata de hechos acaecidos, históricos, no «relatos» ni interpretaciones. Hoy conmemoramos cómo Jesús, al término de su misión, llegada la hora, subió hasta Jerusalén e hizo su entrada triunfal en la ciudad santa para manifestar que comenzaba, en la verdad y la historia, la salvación de todos los hombres. Jesús subió hasta la ciudad y hasta el Templo para cumplir las promesas de Dios, para transformar el templo en la casa de oración para todos los pueblos y a todo hombre en hijo de Dios y hermano de los demás. Las lecturas de hoy nos introducen al sentido profundo de todos estos acontecimientos, especialmente los de la Pasión. Así, Jesús es el Siervo del Señor, el discípulo que tiene el oído abierto a la Palabra y a las inquietudes de los hombres. Lo que le reveló la Palabra, al abrirle el oído, fue que tenía que padecer, que atravesar el desprecio, el sufrimiento y la muerte, sin rechazar nada. Él sabía que no sería defraudado y que así podría convertirse en una verdadera palabra de aliento y esperanza para todos los que, de verdad, sufren y padecen. La segunda lectura, nos hace ver cómo realmente Jesús era el Cristo, el Hijo mismo de Dios, que no quiso retener su condición de Hijo sino que se despojó hasta lo más bajo, hasta someterse a la misma muerte para poder así, ser levantado desde ahí y poder manifestarse en la vida y la historia como quien era, el Señor, igual al Padre en todo y ahora también Verdad manifestada en palabras y gestos humanos que deslinda y critica toda obra humana. Y, por fin, la misma historia de la Pasión, contada con toda sobriedad aunque sin omitir nada que sea importante o significativo. Todo comienza con la decisión firme de los dirigentes del pueblo de quitarse definitivamente de enmedio al molesto Jesús, aunque deciden hacerlo discretamente, para evitar motines. Días antes, el episodio de Betania anticipa ya que lo que ya a suceder no es sino la culminación del Evangelio: la muerte de Jesús será como ese perfume de verdad y salvación que se expande por todo el mundo, la buena noticia que ningún poder podrá falsear o contener. Ambos planes se van cumpliendo, a la vez, en los episodios de la Pasión: los hombres creen que acaban con un problema o que acallan una mentira y Dios manifiesta su Verdad y su gloria en la Cena donde las Palabras y gestos de Jesús hacen ya presente el Reino de Dios, en su oración angustiosa en el huerto donde se manifiesta cómo Jesús asume en toda su intensidad las consecuencias del rechazo humano de Dios y su ruptura de la comunión, en ambos juicios humanos que dejan en evidencia la injusticia que reina entre nosotros y en cada uno de los episodios que conducen a Jesús a través del desprecio, la tortura hasta la misma muerte. El punto culminante de esta revelación está en la confesión del centurión que dirige y contempla la ejecución: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios», pronunciada precisamente después que Jesús muere, dando un fuerte grito. Tenemos ahora toda la semana para contemplar, meditar esto que es el mismo corazón de la fe y que, en realidad, revivimos cada día, especialmente cada vez que participamos en la Eucaristía: Cristo es alzado, glorificado y quien reconozca en Él al Hijo de Dios hecho hijo del hombre, será salvo.

Primera lectura: Isaías 50, 4-7

Segunda lectura: Filipenses     2, 6-11

Evangelio: Marcos   14,1-15,47