Tras el tiempo de Navidad, y en espera de que comience la Cuaresma –este año el próximo 14 de febrero– recorremos unas pocas semanas de «tiempo ordinario» en compañía del Evangelio de san Marcos, el cual, al ser más breve que los otros se ayuda en ocasiones, como hoy, del Evangelio de san Juan. Se trata hoy de Jesús que va fundando su misión, la que le ha encargado el Padre, y tras el gesto sumamente elocuente del Bautismo, lo siguiente es elegirse unos discípulos, unos compañeros con que llevar adelante esta misión. Jesús ha comenzado su camino «cumpliendo toda justicia» (cfr. Mt 3,15), haciéndose bautizar por Juan y así recogiendo su voz y su palabra y su gesto, que es llamada a la conversión ante la intervención de Dios. Pero ahora «rompe» con Juan, que nunca hizo discípulos (aunque los tuvo) y elige de diversos modos a los suyos. En el relato evangélico, es Juan mismo quien señala de modo concreto al «Cordero de Dios», a Aquél que tenía que venir, a quien ha profetizado, en la persona de Jesús e indirectamente está redirigiendo a quienes escuchan para que sigan a este Jesús en quien se concreta su anuncio. Podemos entender mejor el episodio recordando lo leído en la primera lectura que narra cómo el profeta Samuel, todavía niño, recibe la Palabra de Dios que le llama por su nombre y la puede interpretar correctamente gracias a la intervención del sacerdote Elí que sabe bien que Dios puede y, de hecho, llama por el nombre a quien quiere incorporar a su servicio. Del mismo modo, Juan ha redirigido a sus discípulos y a todos los que le escuchan y escucharán en los siglos, al hombre Jesús de Nazaret. Este es el «Cordero de Dios» que camina por este mundo para renovarlo, restaurarlo desde donde se encuentra, contando con la colaboración de su iglesia, a cuyos comienzos asistimos en estos relatos. En otros relatos, es Jesús quien pasa cerca de los que quiere llamar y los reclama a seguirle; aquí son ellos quienes les siguen y cuando Jesús se da cuenta, se vuelve hacia ellos y les pregunta qué buscan. Ellos le llaman «maestro» y se lo dicen: quieren saber dónde vive. Aquí resuena el modelo de la relación entre maestros y discípulos que se daba entre los escribas: los discípulos buscaban el lugar donde «residía» el maestro para someterse a su enseñanza. Jesús responde: «venid y lo veréis», esto es, alude no a un lugar concreto, no les da una dirección, sino a un camino por recorrer, a un seguimiento que abarca la enseñanza, sin duda, pero también la entera vida. Jesús les enseñará con su palabra y profundísimo conocimiento de la Palabra pero también con sus gestos, su comportamiento, sus opciones vitales. Estar con Él será mucho más que adquirir conocimientos, aunque también puesto que su enseñanza tiene la novedad de su autoridad propia y no como la de los escribas (cfr. Mc 1,22); será compartir la vida misma de Dios como comienzo del nuevo pueblo de Dios, salvado y renovado. Y así sucede, tras «ver» donde vive, se quedan con Él. Y han entendido ya que se hallan en compañía del Mesías, a quien, de hecho, comienzan a anunciar y a proclamar. Los discípulos le ayuden a extender su misión, a hacerla presente siempre más en el tiempo y en el espacio. Por eso ahora se dedican a dar a conocer con quien se ha encontrado. Los hermanos anuncian a los hermanos, los amigos a los amigos que han encontrado al Mesías, el Ungido, el enviado de Dios y lo llevan a Él. Y Jesús, enfrentado a cada uno, lo mira en profunda y lo renombra, como a Simón, a quien da el nombre de Cefas, esto es, Piedra. Él sabe por qué.
Primera lectura: 1Samuel 3, 3b-10. 19
En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió:
– «Aquí estoy.»
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo:
– «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí:
– «No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Samuel volvió a acostarse.
Volvió a llamar el Señor a Samuel.
Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo:
– «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí:
– «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo:
– «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel:
– «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.»»
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes:
– «¡Samuel, Samuel!»
Él respondió:
– «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.»
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.
Segunda lectura: 1Corintios 6, 13c-15a. 17-20
Hermanos:
El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo.
Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros.
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?
El que se une al Señor es un espíritu con él.
Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿0 es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? El habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios.
No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros.
Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!
Evangelio: Juan 1,35-42
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
– «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
– «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron:
– «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo:
– «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
– «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
– «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»