Abunda hoy la Palabra de Dios en los comienzos del ministerio de Jesús, de su Misión. De la mano, en esta ocasión de la versión de san Marcos, Jesús comienza, formalmente, su predicación y su actuación, siempre intrínsecamente unidas. Jesús recoge el anuncio de Juan Bautista, a quien reconoce su «legitimidad» en relación a la acción de Dios y se constituye en su continuador: «se ha cumplido el tiempo, está cerca el reino de Dios». Esto es, ha llegado el momento, el tiempo especial («kairós»). Se nos dice también que esto es el «Evangelio» proclamado. Juan no proclamaba ningún Evangelio sino la Palabra de Dios, en la línea de los demás profetas («convertíos» más una determinada circunstancia o actuación divina). De momento la diferencia, la enorme diferencia está en quien lo anuncia. Se trata de Jesús, el hombre que se hizo bautizar para ratificar su radical solidaridad con la lucha de Juan y de todos los hombres pero que se manifestó también como Aquél en quien reside el Espíritu de Dios para llevar a la realidad sus promesas. De ahí que la invitación a convertirse y creer en esta nueva y antigua Palabra de Dios tenga pleno sentido como sabemos e iremos viendo y recordando y, esperamos, profundizando. Como todas las realidades verdaderas y dignas de confianza, la predicación de Jesús aúna lo antiguo, respetando su legitimidad y validez, con la novedad que es siempre la intervención de Dios en la historia, la realidad y las personas. De momento, Jesús hace algo completamente nuevo: Juan tenía discípulos (como recordamos el domingo anterior) pero no lo había buscado. No los necesitaba pues sabía que su mensaje era condicionado y puntual. Pero Jesús sí que los necesita pues su misión no es puntual sino la última y decisiva intervención de Dios y para eso precisa constituir y sostener una comunidad que alargue en el tiempo su acción más allá de los términos finitos de su vida física, puesto que es hombre. En Marcos, en contraste y en complemento con Juan (domingo pasado) Jesús sale a buscar y elegir a sus discípulos (en Juan son estos quienes le siguen a Él). Lo hace por la orilla del mar de Galilea donde, naturalmente, encuentra pescadores, hombres que trabajan preparando las barcas y la pesca. Y sin más, se dirige a ellos y los llama: «venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Es una invitación clara a ir detrás del Él, lo mismo que el domingo pasado, «venid y veréis». Jesús invita a seguir y compartir una vida, no unas ideas o un «estilo». Y promete transformar las suyas, no en la apariencia o superficie, sino en el fondo: «os haré pescadores de hombres». Equivale a una motivación profunda nueva, que vale para los estos primeros llamados y para todos: seguimos siendo los mismos, quizá no cambiemos de ocupación o trabajo o de circunstancias pero todo será nuevo en nuestro interior. Tendremos un propósito, seremos partícipes de un sentido, habremos escuchado y estaremos participando de la Buena Noticia, de la intervención decisiva de Dios que nos reconstruye desde dentro para ser, de verdad, los hijos de Dios y hermanos unos de otros. Por eso, dicen algunos comentaristas, que Jesús llama por parejas, por hermanos. Así subraya, a la vez, que su llamada es personal pero compartida, individual pero destinada a formar un pueblo que será de hijos y hermanos.
Primera lectura: Jonás 3, 1-5. 10
En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás:
– «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»
Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando:
– «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»
Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.
Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.
Segunda lectura: 1Corintios 7, 29-31
Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante.
Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como sí no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.
Evangelio: Marcos 1, 14-20
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
– «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo:
– «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a
su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes.
Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.