Jesús aprovecha cada encuentro, cada ocasión, para anunciar el Evangelio, la Buena Nueva de la venida, intervención, presencia de Dios en nuestra realidad y vida, la de cada uno y la de todos. En el fragmento de hoy se muestra claramente que su mensaje es su vida y que su vida es su mensaje. Así, sus palabras dirijidas a todos, amigos y enemigos, presentes en ese banquete al que le han invitado, quizá porque le conocen o porque es un «rabino» famoso, o para «espiarle», se «disfrazan» de palabras de un sabio (primera lectura) para afirmar algo que es esencial en la vida humana y cristiana: «procede con humildad» en todos tus asuntos. Esta enseñanza de la tradición bíblica y sapiencial, asumida por Jesús, cobra un nuevo relieve en sus labios, que son el reflejo de lo que él mismo vive. Al fin y al cabo, es el «hijo del hombre» que no ha venido a que le sirvan sino a servir y para ello hay que «abajarse», esto es, ponerse al nivel de los últimos, de los más pequeños. Esta es la obra de Dios, que el Evangelio va descubriendo poco, en la persona de Jesús, Mesías confeso y reconocido, que, sin embargo, se acerca a todos, acoge a todos, sana, perdona, da luz y esperanza siempre y a todos, sin hacer «acepción» de personas, esto es, dividirnos y juzgarnos por apariencias, posición social, físico, categoría. Jesús afirma directamente que la estrategia de buscar siempre el primer lugar y el reconocimiento solo suele suscitar desprecio y soledad, a la larga, y un gran vacío interior. Es más sensato e inteligente asignarnos a nosotros mismos el último lugar y dejar que nuestra persona, nuestras obras, sean paulatinamente reconocidas. A la verdad, arriba, a la luz, a la salvación, solo se llega asumiendo la realidad desde lo más bajo. Teresa de Jesús decía que esta «humildad» es «andar en verdad», esto es, caminar por la vida conscientes de nuestra realidad y nuestro ambiente y relacionándonos correcta y fructuosamente tanto con Dios, en Cristo, como con los demás. Si acogemos a aquellos que no pueden pagarnos ni devolvernos lo que les damos, estamos haciendo lo mismo que Dios ha hecho y sigue haciendo con nosotros en Cristo.
Primera lectura: Eclesiástico 3, 19-21. 30-31
Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad
y te querrán más que al hombre generoso.
Hazte pequeño en las grandezas humanas,
y alcanzarás el favor de Dios;
porque es grande la misericordia de Dios,
y revela sus secretos a los humildes.
No corras a curar la herida del cínico,
pues no tienen cura,
es brote de mala planta.
El sabio aprecia las sentencias de los sabios,
l oído atento a la sabiduría se alegrará.
Segunda lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24a
Hermanos:
Vosotros no os habéis acercado
a un monte tangible,
a un fuego encendido,
a densos nubarrones,
a la tormenta,
al sonido de la trompeta;
ni habéis oído aquella voz
que el pueblo, al oírla,
pidió que no les siguiera hablando.
Vosotros os habéis acercado
al monte Sión,
ciudad del Dios vivo,
Jerusalén del cielo,
a la asamblea de innumerables ángeles,
a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo,
a Dios, juez de todos,
a las almas de los justos que han llegado a su destino
y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.
Evangelio: Lucas 14, 1. 7-14
Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo:
–Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
Y dijo al que lo había invitado:
–Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.