De la sed y el agua pasamos a la visión y la luz en este segundo gran texto del Evangelio según san Juan, que nos señala también por dónde y cómo entra la salvación de Dios en nuestra vida. El mirar de Dios es amar, escribió san Juan de la Cruz, es decir, que su mirada es gracia, capaz de crear el bien en quien es mirado y preferido (primera lectura). Dios no elige a los grandes y los fuertes pero aquel a quien el mira y prefiere es «de buen color, de hermosos ojos y buen tipo». Su mirada toma lo que hay y lo transforma y así muestra dónde está y cómo actúa la luz. En el Evangelio, Jesús mira a un ciego de nacimiento y le abre los ojos sirviéndose del mismo barro usado en la creación del hombre, rehaciéndolo y no para sanar un pecado cometido por el o sus padres sino para se manifiesten las obras de Dios. Los demás, los testigos, los jueces religiosos, sus padres y el mismo ciego que ahora ve, contemplan esta obra pero la discuten porque no les cuadra con sus esquemas, con su comprensión del mundo y de cómo Dios salva o puede salvar. El signo de Jesús amplía el modo como Dios actúa y señala así que su Luz, por fin, está en el mundo, que se ha producido un salto cualitativo en su presencia. Dios está ahora entre nosotros de un modo completamente nuevo y sólo está luz es la que permite comprender que tenemos delante al Mesías, al Salvador que ha venido a curar no solo el pecado sino lo que es peor y más difícil que el mismo pecado pues, en realidad, aquello que lo provoca y sostiene: la ceguera ante el poder y la presencia y cercanía de Dios. Sin duda, todos o la mayoría somos pecadores y Dios ya cuenta con ello. No es esto lo que le impide actuar sino la ceguera «voluntaria» que es negarse a ver la luz que ya está aquí, en nuestra vida, o de negar que esta exista o haya aparecido siquiera en este mundo. Jesús ha manifestado ya que es capaz de ofrecer y dar la fe, de restablecer la relación fundante entre Dios y el hombre y hoy nos muestra que es capaz de conducirnos en esta fe a la visión y reconocimiento de quien es Él y quienes somos nosotros y que ha venido, que aquí sigue presente, para abrir nuestros ojos y mantenerlos abiertos a esta Luz que es la vida y la salvación que necesitamos y que ya podemos disfrutar.
Primera lectura: 1Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13a
En aquellos días, el Señor dijo a Samuel:
–«Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»
Cuando llegó, vio a Eliab y pensó:
–«Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.»
Pero el Señor le dijo:
–«No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.»
Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo:
–«Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.»
Luego preguntó a Jesé:
–«¿Se acabaron los muchachos?»
Jesé respondió:
–«Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»
Samuel dijo:
–«Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue. »
Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel:
–«Anda, úngelo, porque es éste.»
Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y es tuvo con él en adelante.
Segunda lectura: Efesios 5, 8–14
Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor.
Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz.
Por eso dice:
«Despierta, tú que duermes,
levántate de entre los muertos,
y Cristo será tu luz. »
Evangelio: Juan 9, 1–41
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron:
–«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
–«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
–«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
–«¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían:
–«El mismo.»
Otros decían:
–«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
–«Soy yo.»
Y le preguntaban:
–«¿Y cómo se te han abierto los ojos?»
Él contestó:
–«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
–«¿Dónde está él?»
Contestó:
–«No sé.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
–«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
–«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban:
–«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
–«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
–«Que es un profeta.»
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y le preguntaron:
–«¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
–«Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.»
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; por que los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien re conociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
–«Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.»
Le preguntan de nuevo:
–¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?»
Les contestó:
–«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?»
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
–«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
–«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
–«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
–«¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
El contestó:
–«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
–«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
–«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
–«Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos. »
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
–«¿También nosotros estamos ciegos?»
Jesús les contestó:
–«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»