«Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo»

22 Mar 2025 | Evangelio Dominical

La Palabra de Dios nos insiste hoy en una de las realidades siempre presentes no solo en la Cuaresma sino en toda nuestra vida cristiana: la necesidad de convertirnos, de «hacer penitencia», según se tradujo esta palabra en nuestra cultura latina y occidental. Se trata de cambiar de vida, de valorar cada día cuál es nuestro camino y de redirigirnos a nuestro fin y meta que es poder compartir la misma vida de Dios, cada vez que nos desviamos ya sea por razones vitales o ideológicas. Todos necesitamos esta conversión o penitencia, como claramente lo afirmaba Jesús: «si no os convertís todos pereceréis lo mismo». Convertirnos permite a Dios actuar en nosotros pues es Él quien repara o restaura la comunión que hemos perdido a través del mismo Jesús, de su presencia, ejemplo, amistad y gracia. Nuestra percepción instintiva es como la de los que discutían con Jesús en el Evangelio: lo que nos sucede, o mejor, lo que sucede a los otros, lo juzgamos como premio o castigo de los pecados que nos va comunica el acierto o no en la vida, pero no es cierto. Dios interviene en nuestra vida pero no así, sin palabras, sin razón, sin advertencias: la relación con Él es personal. En Jesús nos instruye y sostiene, nos indica claramente la dirección que debemos tomar, que es el amor y el servicio a los demás en la conciencia de que hemos sido amados y perdonados primero. Así nos lo recordaba la primera lectura: un paso más en la Alianza, respecto de Abrahán es este revelación del «nombre divino» a Moisés. Dios, así, se manifiesta presente y perfectamente consciente de la situación de aquellos a quienes llama «su pueblo». Dios es fiel, Él busca la comunión de vida y son solamente los frutos que obtenemos de nuestro actuar consciente y sostenido los que nos pueden orientar del grado de comunión que vamos alcanzando. Él actúa, efectivamente, mediante Moisés entonces, mediante Jesús ahora, para liberarnos de la esclavitud a la que nos someten o nos hemos sometido nosotros. Por nuestra parte, a lo más podemos intuir si «tenemos fe», esto es, si la presencia divina incide en nuestra vida, pero de ningún modo podemos «ver» la fe de los otros, si no es por estos frutos que va dando. Perecer sin sentido, malgastar nuestra vida es perfectamente posible para todos. pues el Señor nos ha hecho verdaderamente libres y sostiene esta libertad. Es nuestra decisión si hacemos un tiempo inútil de la existencia o no, o si estamos ocupando un «espacio» solamente y nadie le importa, como esa higuera a la que se refería Jesús y el problema es que ahí y así no podemos quedarnos para siempre. Dios está siempre dispuesto a «esperar otro año» pero estos años a nosotros se nos van acabando, son limitados. Hay un momento y una ocasión para todo y este es para la conversión, para orientar decididamente nuestra vida hacia donde sabemos que tenemos que ir y por donde podemos hacerlo con seguridad: siguiendo los pasos que Jesús ha ido dando por delante nuestro, contando siempre con su ayuda para sostenernos en ese verdadero camino de liberación, el único que lleva a la vida que no se acaba.

Primera lectura: Éx 3, 1-8a. 13-15

Segunda lectura: 1 Cor 10, 1-6. 10-12

Evangelio: Lc 13, 1-9