«Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás»

17 Feb 2024 | Evangelio Dominical

El primer domingo de Cuaresma siempre se dedica a reflexionar sobre el hecho de la tentación. Ser hombre, vivir una vida humana, significa ser tentado, es decir, tener que elegir el propio camino y no da igual qué y cómo se elija pues de esta elección depende nuestro camino en la vida, nuestra felicidad aquí y nuestro destino futuro. La fe cristiana, precisamente, desde el reconocimiento de que también Jesús fue tentado, nos ilumina este camino y esta elección y, por supuesto, nos ayuda y sostiene en esta lucha que es la vida humana y cristiana. La primer lectura nos recordaba el cuadro para entender todo esto: se trata de la Alianza que pacta Dios con los hombres, con todos, a través de Noé y sus hijos, tras el diluvio. Este diluvio testimonia el fracaso del primer plan divino sobre la creación. El mal humano llega a tal extremo que «Dios se arrepiente» de lo que ha hecho e intenta un reinicio pero que no hace más que sentar las bases de la historia de la salvación. El camino es un «pacto»: el poder de Dios nunca se empleará para destruir sino para motivar y apoyar el camino de los hombres, para incitarles y empujarles a vivir según los mandamientos de la ley natural, en este caso, y después de la Ley revelada, para terminar con la Ley evangélica. Así pues, la tentación es la manifestación de estas verdades: la luz de Dios que marca el camino y la voluntad humana que se tiene que someter a ella para encontrar y seguir el esfuerzo hasta su meta. En la tentación, la vida nos pone a prueba, nos desengaña de falsas ideas e ilusiones, pues tras ellas está el tentador que no quiere sino nuestra ruina, que acabemos en el desastre. Luchar con la tentación y vencer, significa crecer y avanzar en la vida de fe, asentar en verdad sus principios en nuestra vida. El Evangelio es de lo más escueto a la hora de mostrarnos que Jesús fue tentado. Se nos dice que fue conducido al desierto por el Espíritu, pues es Él quien guía a Cristo cada uno de los días de su vida. Y que estuvo allí cuarenta días, dejándose tentar por Satanás. Si pudo ser tentado, lo fue en función de su humanidad, como cada uno de nosotros. Se presupone el ayuno también porque en el desierto hay pocos medios de subsistencia. Y se nos dan dos detalles más: que estaba entre alimañas pero que los ángeles le servían. Al evangelista Marcos no le viene detallarnos más, como hacen los otros, sino que nos hace ver a Jesús como un nuevo Adán en ese desierto que es, en realidad, en lo que ha quedado el paraíso. Este mundo hermoso creado por Dios como «palacio para la esposa» (Juan de la Cruz) lo hemos convertido en un desierto poblado de alimañas («soledad poblada de aullidos» como dice el profeta Isaías) pero incluso en ese ambiente tan hostil, el verdadero Hijo de Dios es capaz de subsistir y de hallar la ayuda de los ángeles que le sirven, esto es, ni en el desierto falta la ayuda de Dios a quien la sabe encontrar, en la fe. Jesús, en medio de las privaciones y la dureza del lugar, es confortado por la ayuda divina, porque es, también como hombre, el Hijo de Dios, cree, espera, ama. Y estas cosas, se nos dice, son también verdad para nosotros. Comenzar la cuaresma no es sino reconocer esto y tener los arrestos de vivirlo: es cierto que estamos en un ambiente que no nos es propicio (cada vez menos) tanto social, como económica o políticamente pero sigue siendo el mundo creado por Dios. Y además, el mundo donde el Hijo de Dios predicó y sigue predicando y llamando a la conversión, donde como hombre venció a la tentación y al tentador, y se convirtió para nosotros y para todos en el Camino, la Verdad y la Vida.

Primera lectura: Génesis 9, 8-15

Segunda lectura: 1Pedro 3,18-22

Evangelio: Marcos 1, 12-15