Jesús enseña al final de su ministerio, según el Evangelio de Mateo que nos acompaña, qué es lo más importante cuando se cumpla el reino que ha anunciado y hecho presente durante su vida. Lo que valdrá, sin duda, al final es también lo que ya nos vale hoy. Estas opciones y actitudes son las que ayudan a vivir dentro del ámbito del reino inaugurado por el Maestro de Galilea. Una vez que hemos conocido y recibido de Dios mismo en Cristo este don de su presencia, de cómo actúa en nosotros y en el mundo, lo que hay que hacer es hacerlo fructificar, jamás enterrarlo o esperar a que dé fruto por sí mismo de modo extrañamente «milagroso». Es cierto que esta irrupción de Dios en vidas e historia es en sí mismo un milagro, el mayor, y no digamos su presencia personal en el mismo Cristo pero esto es lo que debe poner en marcha el compromiso y el trabajo de los que son, somos, conscientes de haberlo recibido. Es lo que enseña la parábola: cada uno hemos recibido, al menos, un don, un talento, que es mucho dinero para la antigüedad. Algunos han recibido más, es cierto, pero eso no es lo decisivo. Lo esencial es que en lo recibido por cada uno, en ese talento, hay la fuerza y la capacidad necesaria para que dé fruto, para que crezca y se multiplique. Lo único que no hay que hacer es esconderlo o enterrarlo, pues esto equivale a desconocer a quién los ha dado, como dice la parábola. Para entenderlo bien, la primera lectura nos hablaba de la «mujer prudente» y sabia, que es como la encarnación de la sabiduría práctica que enseña la Biblia: la verdad de Dios, lo que entiende la inteligencia humana no es, primariamente, para especular sino para que dé fruto mejorando la existencia concreta y real de las personas. El reino de Dios ha venido para insertarse en nuestra realidad y hacerla crecer, «progresar» de verdad, hacia su meta, que es la verdadera comunión con Dios y con los demás, meta de la vida humana. Para eso, el Señor inauguró el reino con su vida entera, enseñanza y gestos, y con su final, su entrega hasta la muerte y la resurrección. Esto ha sido definitivo y no hay vuelta atrás en la historia humana pero ha quedado en manos de los que creemos en Él. Con la fe, hemos recibido, al menos, este talento que contiene toda la fuerza del reino y el apoyo de la fidelidad de Dios. Y lo que hay que hacer es trabajar sin descanso a partir de lo recibido pues la verdadera riqueza no es aquella que se almacena y ella sola va autogenerándose (esto no existe en realidad) sino la que nos empuja a trabajar y construir. Nadie tenemos excusa, ni por haber recibido poco ni por no entender lo que se nos ha dado: es imprescindible para poder llegar a la meta y recibir el premio el trabajo, que es la entrega de la propia vida de acuerdo con el don recibido, desde la confianza manifestada hacia cada uno por el Señor. Y así hemos de estar hasta que vuelva: conociendo lo recibido por todos los medios, orando, celebrando pero, sobre todo, poniendo el práctica el tesoro recibido, que es capacidad y fuerza para amar y servir, como Jesús mismo.
Primera lectura: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31
Una mujer hacendosa,. ¿quién la hallará?
Vale mucho más que las perlas.
Su marido se fía de ella,
y no le faltan riquezas.
Le trae ganancias y no pérdidas
todos los idas de su vida.
Adquiere lana y lino,
los trabaja con la destreza de sus manos.
Extiende la mano hacia el huso,
y sostiene con la palma la rueca.
Abre sus manos al necesitado
y extiende el brazo al pobre.
Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura,
la que teme al Señor merece alabanza.
Cantadle por el éxito de su trabajo,
que sus obras la alaben en la plaza.
Segunda lectura: 1Tesalonicenses 5, 1-6
En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba.
Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar.
Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.
Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.
Evangelio: Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
–«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.
El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos.
En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos.
Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:
«Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.»
Su señor le dijo:
«Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:
«Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.»
Su señor le dijo:
«Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.
Finalmente, se acercó el que habla recibido un talento y dijo:
«Señor, sabia que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.»
El señor le respondió:
«Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.»»