«No es Dios de muertos sino de vivos»

5 Nov 2022 | Evangelio Dominical

La verdad es que cada pregunta, a menudo capciosa, de los enemigos de Jesús le sirve a Él para mostrar la verdad del Evangelio, esto es, de la profundidad de la acción divina, a través suyo, en nuestra realidad y nuestras vidas. En este debate, en concreto, le permite expresar con la máxima contudencia la verdad sobre la resurrección, el destino último e individual al que Dios nos destina a cada uno. Alguien ha dicho que una de las razones de la fuerza de convicción del cristianismo, incluso de su «éxito», ha sido esta doctrina de la resurrección individual, es decir, que nos anuncia la pervivencia personal a cada uno de nosotros, no seguir viviendo como un recuerdo en el corazón de quienes nos han leído, conocido o querido o a través de nuestra obra filosófica, literaria o científica. La fe cristiana, Jesús mismo, nos anuncia que si somos «juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos», no moriremos, seremos como ángeles. Realmente, no se puede decir más con menos palabras: si empieza hablando de las obligaciones legales para con quienes han muerto, es decir, la ley del «levirato» que obligaba al hombre a dar descendencia (prolongar la vida y recuerdo) a su hermano fallecido y termina manifestando la intención de Dios de resucitarnos a una vida real, no simbólica, pero ya sin muerte ni límites físicos o temporales, como la de los ángeles. Jesús les recuerda, a ellos y a nosotros, que el Dios verdadero es Aquél que da la vida a quienes creen y confían en Él. Que sus «amigos fuertes» están vivos con Él, el Dios de la Vida. También así nos dice qué significa «ser juzgado digno» de esta vida: aceptar y mantener la comunión de fe con Él, especialmente en los momentos más difíciles (primera lectura), esto es, cuando hay que poner esa misma vida para respaldar que somos realmente conocedores y conocidos del Dios verdadero.

Primera lectura: 2Macabeos 7, 1-2. 9-14

Segunda lectura: 2Tesalonicenses 2, 15-3, 5

Evangelio: Lucas 20, 27-38