La verdad es que cada pregunta, a menudo capciosa, de los enemigos de Jesús le sirve a Él para mostrar la verdad del Evangelio, esto es, de la profundidad de la acción divina, a través suyo, en nuestra realidad y nuestras vidas. En este debate, en concreto, le permite expresar con la máxima contudencia la verdad sobre la resurrección, el destino último e individual al que Dios nos destina a cada uno. Alguien ha dicho que una de las razones de la fuerza de convicción del cristianismo, incluso de su «éxito», ha sido esta doctrina de la resurrección individual, es decir, que nos anuncia la pervivencia personal a cada uno de nosotros, no seguir viviendo como un recuerdo en el corazón de quienes nos han leído, conocido o querido o a través de nuestra obra filosófica, literaria o científica. La fe cristiana, Jesús mismo, nos anuncia que si somos «juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos», no moriremos, seremos como ángeles. Realmente, no se puede decir más con menos palabras: si empieza hablando de las obligaciones legales para con quienes han muerto, es decir, la ley del «levirato» que obligaba al hombre a dar descendencia (prolongar la vida y recuerdo) a su hermano fallecido y termina manifestando la intención de Dios de resucitarnos a una vida real, no simbólica, pero ya sin muerte ni límites físicos o temporales, como la de los ángeles. Jesús les recuerda, a ellos y a nosotros, que el Dios verdadero es Aquél que da la vida a quienes creen y confían en Él. Que sus «amigos fuertes» están vivos con Él, el Dios de la Vida. También así nos dice qué significa «ser juzgado digno» de esta vida: aceptar y mantener la comunión de fe con Él, especialmente en los momentos más difíciles (primera lectura), esto es, cuando hay que poner esa misma vida para respaldar que somos realmente conocedores y conocidos del Dios verdadero.
Primera lectura: 2Macabeos 7, 1-2. 9-14
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley.
El mayor de ellos habló en nombre de los demás:
–¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.
El segundo, estando para morir, dijo:
–Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
–De Dios las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y cuando estaba a la muerte, dijo:
–Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida.
Segunda lectura: 2Tesalonicenses 2, 15-3, 5
Hermanos:
Que Jesucristo nuestro Señor
y Dios nuestro Padre
–que nos ha amado tanto
y nos ha regalado un consuelo permanente
y una gran esperanza–
os consuele internamente y os dé fuerza
para toda clase de palabras y de obras buenas.
Por lo demás, hermanos,
rezad por nosotros,
para que la palabra de Dios siga el avance glorioso
que comenzó entre vosotros,
y para que nos libre de los hombres perversos y malvados;
porque la fe no es de todos.
El Señor que es fiel os dará fuerzas
y os librará del malo.
Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís
y seguiréis cumpliendo
todo lo que os hemos enseñado.
Que el Señor dirija vuestro corazón,
para que améis a Dios y esperéis en Cristo.
Evangelio: Lucas 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron:
Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.» Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó:
–En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir., son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.» No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.