El Evangelio nos ha dejado un día más el testimonio de la enseñanza y los gestos de Jesús que nos transmite la tradición viva de aquellos primeros que le siguieron y creyeron, esos discípulos que también nos interpretan el sentido profundo de lo que nos cuentan. Se trata, en el fondo, de la acogida misma de Dios en nuestra vida en la persona de Jesús, lo que ratificamos cada vez que celebramos su Palabra y, sobre todo, la Eucaristía. Para entender el verdadero alcance de este breve texto se nos propone la primera lectura donde Abrahán, padre de todos los creyentes, acogió al mismo Dios en la persona de unos desconocidos, tres, precisamente. El contexto de este encuentro es la misma historia de amistad entre Dios y Abrahán que se funda en la iniciativa divina –Él fue quien se manifestó a Abrahán en primer lugar– y se va desarrollando en la vida de su familia bajo el impulso de la promesa que Dios le ha hecho: que tendrá una descendencia y una tierra para él, esto es, la vida eterna y un lugar donde vivirla. Así, un día, se presentan tres hombres, tres forasteros ante su tienda y Abrahán, siguiendo la tradición de los hombres del desierto, les da refugio y acogida y a cambio recibe, por fin, el principio del cumplimiento de la promesa que se le hizo: Sara concebirá un hijo de su carne y de su sangre. Jesús es también un caminante, como Abrahán. Camina y va haciendo realidad la continuidad y el cumplimiento total de esa misma promesa: ofrece a todos la vida –curándoles, enseñándoles, iluminándoles– y la compañía y presencia misma de Dios, empeñado en conducirnos a todos a nuestra verdadera tierra prometida que es el Cielo. Y dentro de este caminar, Jesús llega a esta aldea llamada Betania en los otros Evangelios. Allí lo recibe una mujer llamada Marta, que tiene una hermana llamada María. El texto nos enseña la actitud de ambas mujeres: las dos se esfuerzan, en la mejor tradición bíblica, en acoger a Jesús del mejor modo que pueden y saben. María, se nos dice, estaba sentada a los pies de Jesús y escuchaba su Palabra. Marta, en cambio, iba de aquí para allá, desviviéndose y afanándose con las múltiples tareas del servicio práctico pues está claro que el huésped tiene que ser escuchado pero también refrescado, alimentado, dándole ese asiento desde el que pueda enseñar su Palabra. En un determinado momento, Marta se cansa y se dirige directamente a Jesús para que su hermana, que escucha, le eche una mano en el servicio práctico y concreto, en las tareas que implica el recibir a huéspedes por muy ilustres que sean. Pero Jesús no responde como esperaríamos, recordando a María sus tareas de servicio sino muy al contrario, señala a Marta su inquietud y preocupación, que quizá no sean tan necesarias pues solo una cosa, una sola actitud lo es, precisamente la que escogido María. Esta es la «mejor parte» y, además, Jesús anuncia que «no le será quitada». Como en todo texto evangélico, han sido posibles y lo son todavía, muchas lecturas y enseñanzas. Muchas tienen que ver con la distinción, que no separación, entre la vida activa y la contemplativa como respuesta a Jesús: hay quienes se han dedicado y dedican a extender su obra de compasión y acogida de otros y hay quienes se han dedicado a acogerle a Él directamente. También lo podemos leer en el sentido de que una mujer, ya desde entonces, podía ser tan discípula como cualquiera (estar sentado a los pies y aprender del Maestro era la tarea específica del discípulo) y no solo una servidora o encargada de las tareas prácticas de la acogida: Jesús afirma que Maria ha escogido escuchar a sus pies y que esto es lo único necesario, esto es, lo único que se precisa, lo único que queda y permanece, lo que provoca la conexión directa con Dios en Cristo que trae a nuestra vida todos los frutos de la salvación. Jesús nos está enseñando y recordando a todos que la verdadera actitud ante Dios y, por tanto también ante Él, es la de acoger, la de disponernos a recibir todo de Él. De esta acogida nace –tiene que nacer– el verdadero servicio, el que hace realidad la compasión y la acogida de Dios para todos.


