Hoy celebramos y nos alegramos en la Maternidad de la Virgen María, esto es, la Navidad desde la perspectiva humana de alquien, Santa María, que cumplió la voluntad divina hasta el extremo de dar su ser, su carne al mismo Hijo de Dios que se hacía hombre. Por eso celebrar que María es la Madre de Dios es lo mismo que saber que Jesucristo es el Verbo eterno de Dios que se encarnó para salvar, redimir y llevar a plenitud nuestra existencia misma. Dios Hijo, gracias a la acogida hasta la raíz de la Virgen María asume nuestra carne histórica, real, nuestro ser hombres para rehacernos desde lo que ahora somos y en nuestras circunstancias. Cristo así salvo al hombre real que somos cada uno, no hizo simplemente una llamada a volver al camino verdadero, lo que ya habían hecho en muchas ocasiones los profetas. No, en esta ocasión, quien nos llama es Dios mismo y lo hace desde nuestra carne y realidad y dispuesto a sufrir todas las consecuencias (rechazo, desprecio, sufrimiento y muerte) porque el objetivo era recrear pero desde dentro la creación original. Y quién mejor para hacerlo que la misma Palabra creadora, el mismo modelo del que el hombre era imagen y semejanza; una imagen y semejanza ahora debilitada aunque no perdida del todo, como muestra la misma figura de la Virgen Madre. Por eso hoy es día de felicitaciones y bendición (primera lectura). Y el Salvador y Redentor sigue ahí, el signo sigue bien visible y bien presente, como recordaba el Evangelio. Apenas un niño, entre su Madre y su así llamado padre, rodeado de unos pastores, hombres pecadores pero que han escuchado y creído el anuncio del ángel y proclaman a gritos y con su vida la buena noticia de que Dios es ahora verdaderamente Dios de los hombres, Dios con nosotros.
El Señor habló a Moisés:
–«Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:
«El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti
y te conceda la paz.»
Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré. »
Segunda lectura: Gálatas 4, 4-7
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! Padre.» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Evangelio: Lucas 2, 16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.