«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»

5 Oct 2024 | Evangelio Dominical

Para entender bien el Evangelio de hoy (y de otros días) hay que tener en cuenta que Jesús, desde hace unas semanas, ha sido reconocido como el Mesías, esto es, Aquél que ha llegado ya para hacer realidad las promesas de Dios y que, a partir de aquí, el Maestro está instruyendo de modo especial a sus discípulos ya que, como Mesías, no a va recorrer los caminos trillados ni esperados sino su propio camino. También hay que recordar que este camino parte de la situación concreta de los hombres y pretende redimirlos, salvarlos, darles acceso real a la vida divina para la que fueron creados. Es restauración de la creación original de Dios, recreación, pues, aunque esta vez parte de lo que antaño fue su culminación: el hombre, hijo de Dios. Este propósito original, pronto perdido, lo recordaba la primera lectura: el hombre fue creado varón y mujer, para no estar solo, para tener compañía a su altura durante esta vida temporal. Así, el varón está destinado a la mujer y la mujer al varón para unirse como una sola carne que realice su propia necesidad de compañía y comunión y constituir la familia, espacio y lugar natural y primero para que nazcan y se desarrollen apropiadamente los hijos que aseguran la continuidad temporal de la humanidad. Este vínculo básico quedó dañado, como todo, por el pecado. Varón y mujer se acusaron mutuamente de la desobediencia y su unión quedó desequilibrada. Por eso, como decía Jesús, fue por terquedad que la Ley de Moisés permitió el repudio, el divorcio de la mujer por el hombre, en su origen, pero que entonces también se extendía al hombre por la mujer. En cualquier caso, significa, dice Jesús, la ruptura de un vínculo sagrado entre ambos que los hace «una sola carne». Sagrado porque lo ha unido Dios pero también por la voluntad de los esposos de darse el uno al otro que también es irrevocable y es respuesta a la bendición de Dios. Como siempre, Dios respeta y protege las decisiones humanas y les da toda su consistencia, para Él no somos «mascotas» sino seres libres. El matrimonio es básico y es clave para la misma vida humana: significa que varón y mujer pueden darse por entero el uno al otro y que esto les hace auténticamente felices, los «realiza» de verdad y proporciona la mejor de las situaciones para que continúe la vida. El don del amor ofrecido libremente da el fruto de una descendencia que también es don y que nace de este amor con las suficientes garantías como para desarrollarse en verdadera libertad y alcanzar la felicidad aquí y tras esta vida. Jesús les remarca, ya en casa, a los suyos lo que ha querido decir: romper el matrimonio para dar «otro» consentimiento invalida este, lo convierte en «adulterio». Una vez que uno se ha entregado –y lo ha hecho de verdad– con los votos matrimoniales nunca puede ser «repudiado», pues la entrega de Jesús sostendrá lo que el hombre ha roto por egoísmo o terquedad; es posible superar desavenencias y egoísmos mediante la gracia. El texto concluye dando la clave para entender esta redención y renovación: acoger la acción de Dios en Él como un niño, comprender que solo apartando nuestros prejuicios, agravios y supuestos «derechos» se hará verdad para nosotros la salvación.

Primera lectura: Génesis 2, 18-24

Segunda lectura: Hebreos 2, 9-11

Evangelio: Marcos 10, 2-16