Otro domingo, otra nueva parábola de Jesús con la que intenta, generalmente, no instruirnos sobre el mejor modo de vivir sino sobre cómo vivir ahora que la gracia y el amor de Dios se ha manifestado en el mundo y sigue presente en él. Jesús afirma continuamente que el reino está aquí (y que vendrá para cumplirse) pero que hay que acogerlo hoy y ahora, mejor que mañana. Eso sí: esta venida de Dios y del reino pone al descubierto la inutilidad de comportamientos y estructuras de vida humanas y urge al cambio real de las personas que es el único que acaba cambiando las mentalidades y las estructuras, a menudo injustas. La denuncia de la Palabra siempre ha estado ahí (primera lectura): la alianza entre Dios y los hombres se manifiesta claramente contra el abuso, por parte de unos pocos, de lo que Dios creo para sustento y disfrute de todos. Habría, con todo, que añadir otros textos que invitan también al trabajo, la responsabilidad, a valorar lo que se hace bien porque esa es también la voluntad de Dios y nuestra condición humana. Lo que Dios ha dado es inmenso pero necesita ser transformado para ser usado, para ser accesible al mayor número de personas. La parábola, más que una denuncia genérica que no sería más que un manifiesto inútil, lleva la injusticia al terreno personal, le da nombres y nos pone a todos en situaciones que podemos reconocer. Y desde el nivel personal se puede «escalar» al familiar, comunitario, local, nacional, mundial. Nuestro mundo se divide entre quienes disfrutan lo bueno –en muchos sentidos–, que «banquetean» y quienes miran y, si tienen suerte, se llevan las sobras. El Evangelio no propone más solución que ver la situación en la perspectiva más amplia: antes de nuestra situación concreta hay una historia y una tradición que ayuda a entender y también a decidir. Y, sobre todo, hay un presente, que es Jesús, que da fuerza y sostiene esa decisión, si es la correcta. Queda claro que la injusticia no está en la ideologías o en las estructuras sino en cada corazón, y ahí es donde comienza la lucha y donde tiene que mantenerse cada día de nuestra vida. No sé si encontramos sentido a palabras como ‘salvación’ o ‘condenación’, salvarnos o perdernos, pero de eso es de lo que habla el Evangelio. Reconocer nuestra situación y salir de ella, a tiempo, es esencial, es lo más importante para vivir ahora, disfrutando de la vida, pero caminando hacia la plenitud prometida y hacia la que no se, seguro, por el camino del abuso y la injusticia.
Primera lectura: Amós 6, 1a. 4-7
Esto dice el Señor todopoderoso:
Ay de los que se fían de Sión,
confían en el monte de Samaría.
Os acostáis en lechos de marfil,
tumbados sobre las camas,
coméis los carneros del rebaño
y las terneras del establo;
canturreáis al son del arpa,
inventáis, como David,
instrumentos musicales,
bebéis vinos generosos,
os ungís con los mejores perfumes,
y no os doléis de los desastres de José.
Por eso irán al destierro,
a la cabeza de los cautivos.
Se acabó la orgía de los disolutos.
Segunda lectura: 1Timoteo 6, 11-16
Hermano, siervo de Dios:
Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos. Y ahora, en presencia de Dios que da la vida al universo y de Cristo Jesús que dio testimonio ante Poncio Pilato: te insisto en que guardes el Mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo, que en tiempo oportuno mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.
A él honor e imperio eterno. Amén.
Evangelio: Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
–Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba.
Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó:
–Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó:
–Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió:
–Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice:
–Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
El rico contestó:
–No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo:
–Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.